El robo o la sustracción de vacunas contra la Covid-19 que se ha dado en el país, y presumiblemente en el estado de Morelos, va más allá del temor de que una persona no pueda alcanzar a tiempo la dosis antes de enfermar, sino más bien la cultura con la que delincuentes operan obteniendo un beneficio sobre un objeto con alto valor económico, sumado a la endeble logística aplicada para el resguardo de las dosis.
El investigador del Instituto de Biotecnología (IBt), de la UNAM e integrante de la Academia de Ciencias de Morelos, Alejandro Sánchez Flores, opinó que el presunto robo de vacunas en el Hospital del ISSSTE de Cuernavaca son hechos que ya se “veían venir, si no se tiene la custodia y la vigilancia adecuada para este tipo de insumos”.
Destacó que la esta situación podría reflejar una endeble logística de resguardo del biológico; “llamaría a las autoridades a vigilar y reforzar la seguridad en el traslado y resguardo de las vacunas, y no solo para que no se las roben sino también para garantizar que se tienen las condiciones necesarias como es la cadena de frío”.
Lo mismo se roban “unos tapones para auto que se roban unas vacunas”, señaló. “Esto va más allá del miedo de no poder vacunarse, desde hace muchos años se vive un ambiente de inseguridad, y es eso la oportunidad de robar algo que tiene un alto valor, no se trata de una desesperación de no alcanzar vacunas, incluso hay gente que tiene miedo de ponérselas”.
Las vacunas de Pfizer deben tener condiciones de refrigeración muy cuidadosas, como es estar a menos 70 grados centígrados, de lo contrario las dosis sustraídas significarán un desperdicio.
“El control en el manejo es muy alto, primero por la cadena de frío en la que deben conservarse, la el cómo se deben diluir para aplicarse, como se aplican, tiene una caducidad de 12 días, yo dudo que quien o quienes las hayan robado conozcan todo esto; y un segundo aspecto es que se debe aplicar una segunda dosis en 21 días, de lo contrario no será efectiva”.