Samir y Jorge tenían varios planes para el 20 de febrero. Aquel martes, como cada tarde, se reunieron en la ayudantía de Amilcingo y hablaron de lo que había pasado por la mañana y de lo que esperaban que ocurriera al día siguiente. Sólo unas horas antes, ambos habían estado presentes en la asamblea que el delegado del gobierno federal en Morelos, Hugo Eric Flores Cervantes, encabezó en el pueblo vecino de Jonacatepec para enumerar las bondades que generaría echar a andar la planta termoeléctrica de Huexca, construida por la Comisión Federal de Electricidad como parte de un megaproyecto de desarrollo industrial en la región Oriente del estado, el Proyecto Integral Morelos (PIM). Samir fue a contradecirlo y al día siguiente quería repetir la hazaña.
“Samir se iba a ir a Hueyapan con Jaime y Juvenal y yo me iba a ir a Ayala, donde había una rueda de prensa”, recuerda Jorge Velázquez Escalvazeta, su gran amigo, quien estuvo con él antes de irse a dormir.
“Él se quedó, porque su esposa, que está en la brigada de salud, todavía tenía un paciente”. Fue la última vez que lo vio. No estaba triste, su rostro no escondía ninguna premonición. Y así se fue a dormir.
Pero las cosas no salieron como habían pensado: a la mañana siguiente, antes de que saliera el sol, el grito de un hombre desde la entrada de su casa hizo que Samir se encontrara con la muerte. Era muy temprano, pero el activista ya estaba despierto. Había madrugado para llevar a su hermano a la terminal de autobuses de Cuautla, rumbo a su trabajo. Antes de volver a levantarse para ir a conducir el noticiario matutino de la radio comunitaria de su pueblo, Samir se había vuelto a acostar.
“Samir nunca fue grosero, siempre fue muy respetuoso con todas las personas, y siempre muy atento”, ha relatado Jorge, actual vocero del movimiento Amilcingo en resistencia, que, a dos años de aquel asesinato, sigue reclamando justicia a la Fiscalía General del Estado de Morelos, un reclamo cuya intensidad aumentó en septiembre pasado, cuando el gobernador Cuauhtémoc Blanco declaró públicamente que el fiscal Uriel Carmona sabe quién mató a Samir, “pero no quiere decirlo por miedo”. El colectivo se encolerizó.
Jorge quisiera saber quién fue. La mañana del 20 de febrero, luego de que el cuerpo de Samir fuera trasladado al hospital general de Jonacatepec, Jorge dio vueltas y vueltas en el pueblo, buscando cualquier indicio de los homicidas. Afirma no haber encontrado nada.
Durante dos años, el reclamo de justicia se ha extendido no sólo por todo Amilcingo y las comunidades cercanas, sino que ha avanzado a otras zonas del país y ha llegado hasta su frontera, en las comunidades sureñas del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), que ha adoptado a Samir como símbolo de resistencia.
“Como en Emiliano Zapata Salazar, también es el caso del hermano y compañero Samir Flores Soberanes, a quien quisieron comprar, a quien quisieron rendir, a quien quisieron convencer de dejar sus ideales. Y él no se dejó, por eso lo asesinaron”, escribiría en abril de 2019 el Subcomandante del EZLN Moisés, en el centenario luctuoso de Zapata.