/ viernes 14 de septiembre de 2018

Regresan dreamers a un país que dejó de soñar

Los cuatro meses que estuve en deportación miré gente que no tenían infracciones, crímenes, ni nada: Freddy Cruz

Freddy Jonathan Cruz vivía en Connecticut y fue repatriado hace tres semanas a México. Después de catorce años de estudiar y trabajar en un estado del Norte de la Unión Americana, fue detenido por el servicio de migración de los Estados Unidos que lo detuvo en la corte, cuando fue a arreglar una infracción de tránsito que, por cierto, le fue revocada. Hoy llega como un soñador a un país donde hace mucho que no se sueña.

“Yo era sommelier, que es como un director de vinos para una cadena de licorerías grande allá en el estado de Connecticut, yo era como el supervisor de todas las tiendas, eran seis tiendas grandes como superstores, y dos pequeñas, y era el manager de toda esa gente”, comenta Freddy, quien no permite lo traicione la nostalgia de haber perdido a su esposa y sus hijas en el proceso de cuatro meses que duró su caso en migración.

No era un empleo sencillo, tenía que revisar presupuestos, aprobar los vinos que llegaban, importados y nacionales, recorrer todas las tiendas, “yo empecé en ese trabajo rompiendo cajas, y mi jefe me vio que tenía ganas, por lo que me mandó a la escuela, y al final vivía el sueño americano”. Tan lo vivía que se portaba de maravilla, en los 14 años que estuvo en los Estados Unidos, donde se casó y nacieron sus dos hijos, no fue recluido ni una sola vez, hasta el día en que migración lo detuvo y empezó su proceso de deportación.

Fue detenido en la Corte, a donde acudió a pagar una infracción. “Porque me dieron una infracción por no tener licencia, yo tenía mi licencia del estado de Connecticut (donde aunque no se cuente con documentos se pueden expedir las licencias), pero ese día se me olvidó la licencia, y el policía, aunque le doy mi número de licencia y todo y me pudo haber corrido en el sistema, me dio un ticket. Tú pagas tu ticket y puedes declararte culpable o no culpable; yo decido declararme no culpable. Voy a la Corte, doy mi licencia y me dicen vamos a quitarte el ticket porque sí tienes licencia, y ese día, migración me captura. Lo que están haciendo ahora es levantar a la gente de las cortes”, narra Freddy sin expresar el enojo que la situación transmite.

Lo que le ocurrió se ha vuelto una práctica común:

Los cuatro meses que estuve en deportación miré gente que no tenían infracciones, crímenes, ni nada. Había gente con papeles, gente que llevaban siendo residentes 20 o 30 años y están en proceso de deportación. Con la nueva política de cero tolerancia, gente que llevaron desde bebés y con papeles, les están quitando los papeles, dice.

Freddy regresó entonces a la Ciudad de México, la misma a la que había dejado hace catorce años para juntar dinero y pagarse su carrera, “pero las cosas se complicaron allá, empecé mi vida, fui a la escuela”. Y también se hizo de casa, de una familia, “ahora estoy con los abogados en el proceso de liquidación de mi casa. Y tengo dos hijos, uno de ellos es autista y no lo puedo traer porque está en terapia allá. Mi familia está separada, mis hijos están allá y yo aquí. Su esposa se separó de él durante el proceso de deportación”, expone.

El regreso no es sencillo. “Uno de los grandes problemas de la comunidad, como nosotros que nos vamos por mucho tiempo es que no eres ni de aquí ni de allá. No eres de allá, te incorporas a su cultura, al modo de vivir y todo, pero no tienes papeles. Y luego, cuando te deportan de allá, tampoco eres de aquí, porque la gente no te mira como si fueras de aquí. La misma familia me lo dice, por mi forma de hablar, no dices refresco, le dices soda, y ese tipo de cosas. Te vas por muchos años y vuelves con un problema hasta de identidad, ¿de dónde soy?”.

Es una ventaja colaborar entre voluntarios repatriados, dice, “conoces a gente que tiene los mismos problemas que tú, y te van ayudando”, sonríe.

Otra cosa que le cuesta trabajo es integrarse a una generación que no sueña. A sus 31 años, Freddy tenía trabajo, familia, vivía a miles de kilómetros de sus padres, y soñaba en grande. La mayoría de los jóvenes de su generación en México tienen empleos de baja calidad, viven con sus padres y han dejado de soñar ya por varias generaciones.

“Cuesta trabajo, pero no debes dejar de soñar”, advierte, “una de las cosas por las que quiero trabajar con New Comienzos (la organización formada por repatriados para atender sus problemas), es para crear conciencia y decirle a tanta gente qué es lo que pasamos, pero también para decirle a los jóvenes que no dejen de soñar. Yo me fui a un país hace catorce años a donde no conocía a nadie, no hablaba el idioma y salí adelante. Aprendí el idioma, hice mi familia, tenía casa, propiedades, y en un país completamente ajeno al mío. Hoy que regreso, no quiero dejar de soñar; si me fui a un lugar donde empecé de cero y pude vivir ese sueño americano, como mucha gente se va a vivir ese sueño, también lo puedo hacer aquí en México”, afirma.

Freddy Jonathan Cruz vivía en Connecticut y fue repatriado hace tres semanas a México. Después de catorce años de estudiar y trabajar en un estado del Norte de la Unión Americana, fue detenido por el servicio de migración de los Estados Unidos que lo detuvo en la corte, cuando fue a arreglar una infracción de tránsito que, por cierto, le fue revocada. Hoy llega como un soñador a un país donde hace mucho que no se sueña.

“Yo era sommelier, que es como un director de vinos para una cadena de licorerías grande allá en el estado de Connecticut, yo era como el supervisor de todas las tiendas, eran seis tiendas grandes como superstores, y dos pequeñas, y era el manager de toda esa gente”, comenta Freddy, quien no permite lo traicione la nostalgia de haber perdido a su esposa y sus hijas en el proceso de cuatro meses que duró su caso en migración.

No era un empleo sencillo, tenía que revisar presupuestos, aprobar los vinos que llegaban, importados y nacionales, recorrer todas las tiendas, “yo empecé en ese trabajo rompiendo cajas, y mi jefe me vio que tenía ganas, por lo que me mandó a la escuela, y al final vivía el sueño americano”. Tan lo vivía que se portaba de maravilla, en los 14 años que estuvo en los Estados Unidos, donde se casó y nacieron sus dos hijos, no fue recluido ni una sola vez, hasta el día en que migración lo detuvo y empezó su proceso de deportación.

Fue detenido en la Corte, a donde acudió a pagar una infracción. “Porque me dieron una infracción por no tener licencia, yo tenía mi licencia del estado de Connecticut (donde aunque no se cuente con documentos se pueden expedir las licencias), pero ese día se me olvidó la licencia, y el policía, aunque le doy mi número de licencia y todo y me pudo haber corrido en el sistema, me dio un ticket. Tú pagas tu ticket y puedes declararte culpable o no culpable; yo decido declararme no culpable. Voy a la Corte, doy mi licencia y me dicen vamos a quitarte el ticket porque sí tienes licencia, y ese día, migración me captura. Lo que están haciendo ahora es levantar a la gente de las cortes”, narra Freddy sin expresar el enojo que la situación transmite.

Lo que le ocurrió se ha vuelto una práctica común:

Los cuatro meses que estuve en deportación miré gente que no tenían infracciones, crímenes, ni nada. Había gente con papeles, gente que llevaban siendo residentes 20 o 30 años y están en proceso de deportación. Con la nueva política de cero tolerancia, gente que llevaron desde bebés y con papeles, les están quitando los papeles, dice.

Freddy regresó entonces a la Ciudad de México, la misma a la que había dejado hace catorce años para juntar dinero y pagarse su carrera, “pero las cosas se complicaron allá, empecé mi vida, fui a la escuela”. Y también se hizo de casa, de una familia, “ahora estoy con los abogados en el proceso de liquidación de mi casa. Y tengo dos hijos, uno de ellos es autista y no lo puedo traer porque está en terapia allá. Mi familia está separada, mis hijos están allá y yo aquí. Su esposa se separó de él durante el proceso de deportación”, expone.

El regreso no es sencillo. “Uno de los grandes problemas de la comunidad, como nosotros que nos vamos por mucho tiempo es que no eres ni de aquí ni de allá. No eres de allá, te incorporas a su cultura, al modo de vivir y todo, pero no tienes papeles. Y luego, cuando te deportan de allá, tampoco eres de aquí, porque la gente no te mira como si fueras de aquí. La misma familia me lo dice, por mi forma de hablar, no dices refresco, le dices soda, y ese tipo de cosas. Te vas por muchos años y vuelves con un problema hasta de identidad, ¿de dónde soy?”.

Es una ventaja colaborar entre voluntarios repatriados, dice, “conoces a gente que tiene los mismos problemas que tú, y te van ayudando”, sonríe.

Otra cosa que le cuesta trabajo es integrarse a una generación que no sueña. A sus 31 años, Freddy tenía trabajo, familia, vivía a miles de kilómetros de sus padres, y soñaba en grande. La mayoría de los jóvenes de su generación en México tienen empleos de baja calidad, viven con sus padres y han dejado de soñar ya por varias generaciones.

“Cuesta trabajo, pero no debes dejar de soñar”, advierte, “una de las cosas por las que quiero trabajar con New Comienzos (la organización formada por repatriados para atender sus problemas), es para crear conciencia y decirle a tanta gente qué es lo que pasamos, pero también para decirle a los jóvenes que no dejen de soñar. Yo me fui a un país hace catorce años a donde no conocía a nadie, no hablaba el idioma y salí adelante. Aprendí el idioma, hice mi familia, tenía casa, propiedades, y en un país completamente ajeno al mío. Hoy que regreso, no quiero dejar de soñar; si me fui a un lugar donde empecé de cero y pude vivir ese sueño americano, como mucha gente se va a vivir ese sueño, también lo puedo hacer aquí en México”, afirma.

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