“¡Qué, canijo!”, fueron las últimas palabras que Epifania Soberanes escuchó decir a Samir, su hijo, antes de que sonaran los disparos. Samir había salido a atender a unos hombres que llamaron a la casa preguntando por él. No sabía que aquellos hombres no iban a saludarlo ni a pedirle un espacio en la radio comunitaria del pueblo, sino a quitarle la vida.
Samir Flores Soberanes murió la mañana del 20 de febrero de 2019 al salir de su casa. Antes de dejar su cuerpo en el suelo, uno de los hombres lo habría sujetado del cuello y lo habría conducido así varios metros, a la mitad, entre su casa y la calle Vinh Flores Laureano, en un pasillo de tierra en el que no existía ninguna puerta. Eso, por lo menos, es lo que relata Jorge Velázquez Escalvazeta, compañero de lucha del activista y para quien el dolor y la indignación están lejos de desaparecer.Designan a Julieta Goldzweig como nueva titular de Turismo
“Samir siempre fue respetuoso con todas las personas y muy atento”, relata Jorge, integrante del movimiento “Amilcingo en resistencia”, y, quien, tras el asesinato del activista, se convirtió en la voz de un pueblo que reclamaba justicia y castigo a los responsables del crimen.
La reciente declaración del gobernador Cuauhtémoc Blanco Bravo, en la que acusa al fiscal Uriel Carmona Gándara de saber quién es el responsable no ha hecho más que acrecentar el coraje de un movimiento que no ve para cuándo se aclarará lo ocurrido.
Las últimas horas
Jorge fue una de las últimas personas que convivieron con el activista. Un día antes, el 19 de febrero, ambos acudieron al balneario Las Pilas, en el municipio de Jonacatepec, donde el delegado federal Eric Flores Cervantes encabezó una reunión informativa acerca los beneficios que traería a Morelos la operación de la termoeléctrica de Huexca, construida en dicha comunidad de Yecapixtla por la Comisión Federal de Electricidad. Al fondo del público, Samir Flores cuestionó varias veces los argumentos presentados por los funcionarios presentes.
“En la tarde se reunió con nosotros, como todas las noches nos reunimos afuera de la ayudantía (de Amilcingo): hicimos una valoración y quedamos de ir al día siguiente a Hueyapan, donde sería la siguiente asamblea informativa”, recuerda Jorge.
Pero ni él ni Flores pudieron llevar a cabo lo que habían planeado. Poco antes de las seis de la mañana, regresando de haber llevado a su hermano a Cuautla (su hermano tomaría un autobús para irse a trabajar), las cosas cambiaron para siempre. Primero salió su madre, pero buscaban a Samir.
“Si los hubiera conocido, los hubiera invitado a sentarse en el guamúchil”, asegura Jorge.
A la mitad del pasillo de tierra hay un guamúchil cuyas raíces, en aquel tiempo, podían convertirse en un buen asiento. Horas después, fue a la altura de ese guamúchil donde la familia colocó las veladoras que marcaban el sitio en el que había caído el cuerpo del activista.
“¡Qué, canijo!”, fueron las últimas palabras que Epifania Soberanes escuchó decir a su hijo antes de escuchar los disparos. Samir, su hijo, había salido a atender a unos hombres que llamaron a la casa preguntando por él. “Qué, canijo” es una expresión común entre los hombres de Amilcingo cuando saludan a alguien. Samir no sabía que aquellos hombres no iban a saludarlo, ni a pedirle un espacio en la radio comunitaria del pueblo (como pudo haber pensado), sino a quitarle la vida.
Samir Flores Soberanes, uno de los principales opositores al Proyecto Integral Morelos (PIM) y su termoeléctrica en Huexca, murió la mañana del 20 de febrero de 2019 al salir de su casa. Antes de dejar su cuerpo en el suelo, uno de los hombres lo habría sujetado del cuello y lo habría conducido así varios metros, a la mitad entre su casa y la calle Vinh Flores Laureano, en un pasillo de tierra en el que no existía ninguna puerta. Eso, por lo menos, es lo que relata Jorge Velázquez Escalvazeta, compañero de lucha del activista y para quien el dolor y la indignación están lejos de desaparecer.
“Samir nunca fue grosero, siempre fue respetuoso con todas las personas, y siempre muy atento”, relata Jorge, integrante del movimiento “Amilcingo en resistencia” y quien, tras el asesinato del activista, se convirtió en la voz de un pueblo que reclamaba justicia y castigo a los responsables del asesinato. A más de un año y medio, las autoridades no han concluido con las investigaciones.
Y la reciente declaración del gobernador Cuauhtémoc Blanco Bravo, en la que acusa al fiscal Uriel Carmona Gándara de saber quién es el responsable pero no revelarlo por miedo, no ha hecho más que acrecentar el coraje de un movimiento que no ve para cuándo se aclarará lo ocurrido.
“Si hay un avance en el estado, lo que se requiere es que el fiscal de a conocer qué es lo que sabe, a qué le teme y quiénes están detrás de todo esto”, señala Velázquez.
Las últimas horas
Cercano a la familia de Samir, Jorge fue una de las últimas personas que convivieron con el activista. Un día antes, el 19 de febrero, ambos acudieron al balneario Las Pilas, en el municipio de Jonacatepec, donde el delegado federal Eric Flores Cervantes encabezó una reunión informativa acerca los beneficios que traería a Morelos la operación de la termoeléctrica de Huexca, construida en dicha comunidad de Yecapixtla por la Comisión Federal de Electricidad. Al fondo del público, principalmente conformado por estudiantes de secundaria, Samir Flores cuestionó varias veces los argumentos presentados por los funcionarios presentes.
“En la tarde se reunió con nosotros, como todas las noches nos reunimos afuera de la ayudantía (de Amilcingo): hicimos una valoración y quedamos de ir al día siguiente a Hueyapan, donde sería la siguiente asamblea informativa”, recuerda Jorge.
Pero ni él ni Flores pudieron llevar a cabo lo que habían planeado. Poco antes de las seis de la mañana, regresando de haber llevado a su hermano a Cuautla (su hermano tomaría un autobús para irse a trabajar), las cosas cambiaron para siempre. Primero salió su madre, pero buscaban a Samir.
“Si los hubiera conocido, los hubiera invitado a sentarse en el guamúchil”, asegura Jorge.
A la mitad del pasillo de tierra hay un guamúchil cuyas raíces, en aquel tiempo, podían convertirse en un buen asiento. Horas después, fue a la altura de ese guamúchil donde la familia colocó las veladoras que marcaban el sitio en el que había caído el cuerpo del activista.
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