María, Lupe, Alicia, su nombre no resuena cuando sólo es identificada como “hacedora de tortillas”, como cientos o miles de mujeres que han migrado de otro estado buscando mejorar su condición de vida, y aun cuando no siempre se logra y suele empeorarse, cada día sale muy temprano de “casa” para realizar su trabajo ganando unos cuantos pesos.
Recientemente el Observatorio de Violencia de Género en Medios de Comunicación (VIGEM), basados en la información de la Organización Internacional de las Migraciones (OIM), reconoció que debido a que en México el 70 por ciento de las mujeres migrantes se dedican a trabajos domésticos, la pandemia las colocó en un máximo nivel de riesgo, considerando que “no pueden desplazarse; muchas trabajadoras domésticas que viven en sus lugares de trabajo siguen realizando actividades sin recibir remuneración alguna; y -como ya señalé anteriormente- no cuentan con seguridad social, ni seguro médico que les permita tener acceso a la atención en caso de contagio”.
Y es que, de acuerdo a la Antropóloga Social, Laura Sánchez Hernández, las mujeres migrantes, no sólo son víctimas de explotación laboral al ser consideradas “mano de obra barata, también lo son de discriminación, violencia física dentro del hogar, y violencia sexual sin que sea denunciada.
“Son prácticamente invisibles las mujeres migrantes. Por qué la invisibilidad, porque las mujeres se dedican a las labores domésticas, se les llama las hacedoras de tortillas, y solo se toma en cuenta la producción de la tortilla, pero no se ve lo que hay atrás, que es la fuerza de trabajo”, platica Laura respecto a un estudio aplicado en el municipio de Tepoztlán en donde llegan principalmente de los estados de Guerrero y Oaxaca.
Las migrantes son atacadas desde el ámbito laboral, en la escuela porque sus propios hijos e hijas son discriminados por la vestimenta o porque no pagan las cuotas escolares, su idioma, se les habla de manera peyorativa “en sus hogares la violencia doméstica, viven en lugares con muchas familias juntas y casi siempre las costumbres suelen limitarlas a vivir en un solo cuarto, con hombres que consumen alcohol que las violentan verbal y físicamente; también sufren de violencia sexual por parte de vecinos, personas que les abren la puerta con la supuesta oferta de permitirles vivir ahí mientras encuentran otro lugar y son abusadas”.
En condiciones precarias, en hacinamiento, otras en bodegas, cuartos improvisados en rancherías, en viveros; sin acceso a la alimentación, servicios de salud, así es como la mayor parte de las mujeres migrantes suelen vivir.