Pocas veces las cosas han estado tan claras para Alejandro: a las siete de la tarde de este 24 de diciembre, todos sus compañeros estarán dormidos. No habrá cena navideña. La navidad los alcanzará con los ojos cerrados y la certeza de que el año próximo será igual. Así es la vida en el asilo “La gran familia”, donde la mayoría de los huéspedes han sido olvidados por sus familias.
“Ahorita me quedé sin familia. Tengo un hermano, que vive en la Ciudad de México, pero le dio la gripa y está enfermo. Mejor no vendrá, no vaya a ser que sea covid”, dice Alejandro, de 76 años de edad.
Alejandro llegó al asilo en su silla de ruedas hace 12 años. No tiene piernas. Durante su juventud, este hombre, sonriente y sereno, trabajó como técnico textil en Cuernavaca. Fueron buenos años, le gustaba ver las noticias en la televisión y platicar con sus amigos. Hoy ya casi no ve y, aunque sigue escuchando las noticias, le falta con quién ponerse a discutir.
“Tengo una catarata, pero yo creo que ha de ser la del Niágara, porque no me deja ver nada”, dice Alejandro, sonriendo.
Los jóvenes llegan a alegrarles el día
Es 23 de diciembre antes del mediodía y la sala de reuniones está llena de jóvenes hablando en voz alta para ser escuchados. Para los 15 adultos mayores que viven en el asilo, estos días son especiales por una razón: las constantes visitas de colectivos y trabajadores de empresas que llegan con obsequios para los abuelos o para jugar con al dominó y la lotería.
“Me gusta, porque nos distraen un poco. Nos sacan de nuestro itinerario, de la rutina”, dice Alejandro.
De acuerdo con el personal del lugar, la mayoría de ellos dejaron de recibir visitas de sus familiares en algún momento de su estancia. En otros casos, fueron traídos a las instalaciones por el DIF, cuando ya no tenían a nadie que se acordara de ellos.
“De los que tenemos, solamente de tres sus familiares están al pendiente al cien por ciento. La mayoría llegan en situación de abandono y hasta de calle”, explica Deisy Román, trabajadora social del asilo.
El asilo sigue sosteniéndose gracias a las donaciones que realiza la sociedad civil, el DIF de Ayala, que cubre los gastos de tres de los huéspedes, y las empresas que se han sumado a la causa, a través del patronato que ha estado a cargo desde su fundación.
Desde 1999, “La gran familia” se ubica en la colonia Biznaga. Un gran muro rodea el espacio, coronado por una concertina de acero que reluce ante los rayos del sol, y una instalación de cámaras de vigilancia situadas de tal forma que el personal puede estar al pendiente de quiénes entran y salen.
“Hoy trajimos a los chicos del grupo, para que puedan interactuar con los señores y saber lo que es un asilo. Para que estos adultos mayores no se sientan desamparados o abandonados”, dice Luis García, del Grupo Voluntario de Primeros Auxilios y Salvamento Acuático “Axolotl, rescate Cuautla”.
Junto con los jóvenes voluntarios llegó la doctora Andrea Millán, de la Unidad de Asma y Alergias “Toribio”, una clínica cuyo personal también ha adoptado la costumbre de visitar a los abuelos en esta temporada.
“En el consultorio hay médicos y enfermeras que hacen labor social, y escogimos el asilo para brindarles tiempo a los abuelos, no nada más en estas fechas, sino siempre”, explica Millán.
Esta Nochebuena no habrá cena. Sin embargo, los huéspedes se reunirán antes de que caigan la tarde, compartirán un banquete preparado para la ocasión y se despedirán del día con la certeza de que, al día siguiente, todo estará igual. Y eso está bien.
“Somos buenos compañeros”, dice Alejandro.
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