Gritos llenos de euforia, silencios incómodos, oraciones, rechiflas y, al fin, una agridulce sensación de "quién sabe qué". Los patios de la antigua estación del ferrocarril de Cuautla rara vez han contenido tantas emociones al mismo tiempo, pero así fue como ayer, durante dos horas, que se fueron con la velocidad de un rayo, decenas de cuautlenses vivieron el México-Suecia del Mundial de Rusia.
Formas de apoyar
En medio de la porras, María Guadalupe, de 60 años, besaba las piedras de su rosario sumergida en una oración que no parecía terminar.
"Yo pido por nuestra selección nacional mexicana, que nos llena de emoción y la Virgen siempre está con nosotros. Llevo mi rosario a todas partes", comentó llena de esperanza, antes de que Suecia anotara el primer gol.
Hacia el segundo tiempo, lo que inicialmente eran gritos de esperanza se convirtió en un silencio habitado por muecas con los labios mordidos, los ojos fuera de órbita, las manos apretadas detrás de la nuca; un gesto de desesperación que se agudizaba cada vez más, gol tras gol. Alguien gritó una mala palabra y hubo quien respondió con una expresión todavía más ofensiva.
En una mañana de ofensas que no hacían daño, fue una oportunidad para que los desconocidos se conocieran: la joven que llegó como maestra de ceremonias que, sentada en su silla como una estatua, parecía resistirse a hablar con cualquier otra persona, se acercó en los últimos minutos a un reportero para preguntarle si México pasaría aunque fuera perdiendo.
"A menos que Corea le gane a Alemania", le respondió el colega, y ella, entonces, sacó su celular. A partir de entonces nada le importó más que consultar el marcador del Corea-Alemania en el teléfono. Eventualmente, festejó el triunfo de Corea con su nuevo amigo.
Un partido agridulce
Los espectadores vieron un partido que terminó con un sabor agridulce. Al contrario de los dos partidos anteriores, esta vez no hubo festejos en la alameda, ni música de mariachi, ni banderas ondeando en lo alto. No fue una victoria, aunque tampoco una derrota. Ni alegría, ni tristeza: hay puntos intermedios que no tienen nombre.