Hermano del emperador Francisco José del imperio austrohúngaro, Maximiliano de Habsburgo (1832-1867) fue fusilado en Querétaro como desenlace de su aventura mexicana, a la cual lo arrastró su ambiciosa esposa Carlota, ansiosa por coronarse emperatriz. Los siguientes fragmentos de cartas que le envió el desventurado austriaco a su consorte belga, contrastan en su afectuoso lenguaje con un hecho históricamente demostrado: esa pareja no mantuvo, cuando menos en México, una vida marital. Dormían en habitaciones separadas y los rumores oscilaban desde la homosexualidad o impotencia de Maximiliano, hasta las amantes que se le atribuían, una de ellas cuernavacense. También a su esposa se le achacó una relación extramatrimonial.
Desde la capital del actual estado de Morelos, así le escribía a Carlota en febrero de 1866: “Hoy comimos todos en Acapatzingo, es decir, en Olindo [actual Jardín Etnobotánico], donde antes de la comida puse la primera piedra de la nueva casa. Con este motivo, ofrecí una pequeña fiesta popular, con comida y baile, a mis nuevos vecinos”.
En marzo, le decía: “Después de haber pasado 12 horas en el camino, hemos llegado sin novedad a Cuernavaca, que está más hermosa que nunca […]”
“Lo paradisíaco consiste en la incomparablemente bella naturaleza. El aire es sano y bienhechor […] El profesor [Billimeck] de nuevo ha encontrado los más bellos insectos y, lo que es más valioso, totalmente nuevos. Todos los días voy a Acapatzingo, que es seductoramente bello y donde Knechtel [el jardinero] ha logrado maravillas de trabajo y buen gusto. El calor resulta ahora ya benéfico como en junio en Miramar y, gracias a Dios, se suda ya en firme. Hoy tomé por primera vez café de Olindo que, desde luego, encontré excelente […]”
“Tenemos aquí un clima hermosísimo y todos se sienten bien y renovados […] Cómo lamento su mal clima [en la ciudad de México], ¡si pudiera mandarles un poquito de nuestro calor de aquí! […]”
“Aquí hasta la lluvia es bella y olorosa […] un clima siempre bello, un aire siempre acariciador; una vida siempre tranquila y callada y todos los días uno o dos paseos a caballo. Olindo progresa mucho y se convertirá de hecho en un pequeño paraíso, lleno de las más bellas flores y de los arbustos más florecientes. El profesor [Billimeck] apresa una y otra vez a los animales más curiosos […]”
“Ayer dimos una pequeña fiesta en los ojos de agua [¿de Gualupita?] a los valientes húsares de Khevenhüller [la escolta de Maximiliano], que salió muy bien y en la que reinó gran entusiasmo. Por el mucho trabajo casi no pude ir al bello y paradisíaco Olindo.”
En mayo de ese 1866, Maximiliano estaba en México y era Carlota la que disfrutaba nuestra ciudad: “Qué contento estoy de saber que llegaste felizmente a la bella y amable Cuernavaca. La estancia te hará bien, pues es un verdadero bálsamo para todos […]”
“Cómo me alegro de que la encantadora Cuernavaca te haga de nuevo tanto bien y de que te alegre, vida mía, esta estancia tranquila y florida. Ojalá pudiera yo compartir pronto contigo esas calladas alegrías; cuento las horas y los días para poder escapar nuevamente de aquí. En mi próxima estancia yo también visitaré un poco de los bellos alrededores, que no conozco hasta ahora. También deberías empezar a pintar de nuevo, en Cuernavaca hay tantos motivos tan bellos e interesantes.”
De vuelta en esta ciudad, escribía el frustrado emperador (o como el pueblo le decía, empeorador): “Ayer trabajé todo el día y sólo ya anocheciendo fui con todo mi séquito al encantador Olindo, que gana cada día en belleza y encanto […] Cada vez está más agradable y es de esperar que podamos habitarlo ya en noviembre”.
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