Dos facetas muy marcadas ha vivido el transporte de pasajeros en Cuautla en el último siglo.
La mayor parte del siglo XX, Cuautla se movilizó por medio de los llamados urbanos, vehículos que después fueron desplazados por la rutas colectivas (combis).
Este medio de transporte subsiste hasta nuestros días, aunque ahora con modelos de vehículos más amplios, con cupo hasta para 14 personas sentadas. El nuevo modelo de transporte nació en la década de los 80 y ofrece servicio local y foráneo, tal como lo hicieron en su momento los urbanos.
Se fueron con el fin de siglo
Los urbanos fue un medio de transporte que se extinguió con el cierre del siglo, abrumado por la competencia de las rutas colectivas que se volvieron más practicas para llegar a los diferentes destinos y con mayor prontitud.
Sin embargo, los grandes camiones ofrecían como principal ventaja el tener una mayor capacidad de transporte. Normalmente, podían ir cómodamente sentadas hasta 40 personas en dos hileras de asientos dobles y uno amplio hasta el fondo que cubría todo lo ancho de la unidad; en él cabían hasta seis usuarios adultos.
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En aquellos años, la población se movilizaba por la ciudad y sus alrededores, principalmente a través de este medio.
A la par existían los taxis, que eran unidades que se ubicaron en diferentes sitios por el centro de la ciudad, así lo narra Ángel Franco Fernández, de 84 años, quien empezó desde joven a trabajar en el transporte de pasajeros por herencia de su padre, Ángel Franco Ortiz, que inició con el manejo de taxis en el sitio que a la fecha se encuentra en La Alameda.
“Los urbanos desde que tengo uso de razón ya funcionaban; de niño iba a la terminal a ofrecer mis servicios de limpieza de las unidades y me ganaba 10 centavos por cada carro; al día, antes de irme a la escuela, me ganaba hasta 30 centavos que entregaba muy contento a mi mamá”, comenta.
¿Pero quién iba a pensar que aquel niño al paso de los años llegaría a ser socio de la misma línea de autobuses?
Su padre, Ángel Franco Ortiz, ligado al transporte sin itinerario fijo, fue invitado por el presidente de la Línea Estrella Roja para adquirir unidades y unirse como socio a la empresa del transporte urbano que estaba en pleno crecimiento.
Los recorridos
Los camiones ofrecían servicio en los alrededores de la ciudad como Palo Verde, Casasano, El Hospital, Agua Hedionda, y por todas las colonias del centro de Cuautla donde existía el Circuito Colonias, que recorría la Morelos, Madero, Zapata, Cuautlixco, Torres Burgos, San José, Hidalgo, y también estaba el Circuito Secundarias, que pasaba por los planteles escolares.
Asimismo, ofrecían el servicio a poblaciones como Moyotepec, Tenextepango, Ahuehueyo, Parque Industrial, en el municipio de Ayala, Huexca y Amayuca.
En la ciudad también se tenía el servicio de autobuses foráneos que salían a lugares más apartados como Cuernavaca, Jojutla, Yautepec, Puente de Ixtla, Axochiapan, Iguala y el entonces Distrito Federal, e incluso se brindaba el servicio a los balnearios de la zona sur, como Las Estacas.
De acuerdo con Ángel Franco, los cerca de 50 autobuses que daban servicio a Cuautla y alrededores tenían un corralón donde, al terminar la jornada, recibían su mantenimiento mecánico y de limpieza.
“Inicialmente, los socios teníamos solo un corralón que está rumbo a Agua Hedionda, en San José, y luego, como ya no cabían, adquirimos otro terreno más amplio por la plaza de Toros La Guadalupana; ahí teníamos nuestro propio servicio de combustible, pues adquiríamos una pipa diaria de diésel para abastecer los camiones, por lo que no cargábamos en las gasolineras”.
En ese entonces había hasta 14 bases distribuidas por todo Cuautla, entre otras, la del Mercado Nuevo, la del Señor del Pueblo, por Gualupita, y el Asoleadero.
También se tenía la terminal de autobuses que sigue funcionando en el mismo lugar, en el centro histórico; esa era la base principal donde se tenían las oficinas de la Línea de Transportes Estrella Roja, hoy en manos de otros dueños, y que solo ofrecen el servicio foráneo a Cuernavaca, Ciudad de México y Puebla.
Los Barney's y delfines
En los 80 también llegó un autobús que adquirieron los socios de la Estrella Roja que se hizo famoso por su peculiar color morado; “eran los Barney´s, por aquel dinosaurio que salía en la televisión, un autobús un poco más espacioso, pero que le cabía la misma cantidad de pasajeros y también trabajó en los recorridos por todo la zona urbana de Cuautla, y otro modelo más fue el Delfín, pero ese vehículo, que nos lo ofrecieron de la Ciudad de México, era muy largo y no se pudo adaptar a las pequeñas calles de Cuautla y fracasó al poco tiempo, no estuvo ni dos años”, recuerda.
Los urbanos al inicio contaban con el cobrador que repartía los boletos y luego lo quitaron.
Este transporte desapareció a finales de los 90, aunque en el caso de Ángel Franco todavía dio servicio en sus unidades a estudiantes de las escuelas de Montefalco y El Peñón, en Jonacatepec, durante la primera década del 2000.
“Manejaba un camión en el que llevaba a los estudiantes, había una sola salida, a las 6 de la mañana, y el retorno a Cuautla era a las 2 de la tarde; fue lo último que hice con el transporte en estos urbanos”, recuerda.
Historia de un usuario
La primera vez que abordé un urbano fue cuando mi mamá me llevó a la secundaria, dice Rogelio Leyva, hombre de 52 años, quien fue usuario de esos largos y ruidosos autobuses llamados también “guajoloteros” que circulaban por todas las colonias de Cuautla.
“Era el mes de septiembre del año 1983 cuando tenía mi primer día de clases en la hoy Benemérita Secundaria No. 1 Antonio Caso”, comenta.
“Aquella tarde mi mamá me dijo: 've bien dónde tomamos el autobús y dónde nos bajamos para que en los días siguientes te vengas solo'; era como empezaba mi independencia escolar, pues en mi educación primaria siempre acudí a un plantel cercano a la casa en el que llegaba sin problema a pie."
"Al abordar el camión, pocos asientos estaban disponibles, ya que venían alumnos de otras escuelas por las que pasaba en su recorrido. Muchas veces me tocó subirme con el carro lleno, sin asiento libre, por lo que hasta corríamos riesgo al venir sobre la puerta. Era un transporte poco cómodo."
“Recuerdo cómo rebotábamos de los asientos algo duros cuando el chofer pasaba por un bache o por un tope sin bajar la velocidad; era motivo de echar relajo con los compañeros; lejos de incomodarnos, lo tomábamos como una gran diversión el abordar estos armatostes".
“Para bajar teníamos que jalar una cuerda que accionaba un timbre que avisaba al conductor que alguien iba a bajar, muchos bromeábamos con eso y hasta recibimos una regañada del chofer cuando se paraba y nadie descendía, algo inolvidable de mi juventud”, finalizó.
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