Una de las aspiraciones más grandes de cualquier artista o creador es que su obra sea recordada más allá de su muerte. Sin duda, es el caso de Marciano Silva, corridero revolucionario que convirtió en canciones las gestas más importantes del Ejército Libertador del Sur, acompañando a Emiliano Zapata Salazar, y cuyas piezas siguen siendo interpretadas aun en nuestros días. Hay quien piensa que el deseo Silva no se contuvo con su muerte, sino que sigue haciéndose oír desde su sepultura.
Marciano Silva nació en Tilzapotla, Morelos, en 1849. En 1912 se incorporó al movimiento zapatista como soldado de infantería, hasta que un combate lo hizo quedar inválido. A partir de entonces se dedicó a escribir las epopeyas de los zapatistas y cantarlas en los campamentos, con obras como El rebelde de Morelos, la ya citada Soy zapatista del estado de Morelos o Historia de la muerte del general Emiliano Zapata. Hacia 1944, Silva falleció en Cuautla y sus restos fueron sepultados en el panteón municipal, donde se encuentran actualmente.
"Entre los actuales corridistas se cuenta la leyenda de que de repente se escuchan acordes de los instrumentos, del bajoquinto y de otros instrumentos que se ocupaban en el corrido suriano. Dicen que todavía se escuchan en el panteón", cuenta Gustavo Andrew, promotor turístico y cultura de Cuautla.
Dentro del panteón, construido entre la década de 1860 y 1870, los trabajadores son reservados a la hora de afirmar o rechazar haber escuchado los corridos de don Marciano, en parte porque su horario de trabajo no incluye permanecer ahí durante la noche, y hace tiempo que el panteón dejó de contar con el servicio de velador: "No aguantaron el ritmo", reconoce Ángel Martínez, quien lleva 20 años trabajando en el panteón municipal.
La tumba de Marciano Silva es azul y el aspecto que tiene demuestra dos cosas: primero, que es una de las más antiguas en el lugar, lo que es evidente al observar las fisuras; y segundo, que, excepto por los músicos e historiadores que la visitan ocasionalmente, está abandonada, porque el azul es el color con el que son pintadas las tumbas olvidadas.
Una razón para recordarlo
Para el cronista Óscar Apáez Godoy, la leyenda en torno a los corridos de Marciano Silva en el panteón de Cuautla, y recuperarla en Día de Muertos, es un excelente motivo para revalorar la vida y obra de un hombre que contribuyó a la inmortalización de las hazañas del Ejército Libertador del Sur y Emiliano Zapata Salazar, que vivió en carne propia aquellas batallas y cuyo trabajo sigue siendo una importante fuente de investigación para los historiadores.
"Es una oportunidad que no debemos de dejar pasar, incluso en nuestras familias: impulsar este Día de Muertos, porque articula a nuestras familias, y entonces rememoramos y es un magnífico pegamento social que revitaliza los valores tradicionales, sobre todo tratándose de personajes como Marciano Silva", afirma Apáez Godoy.
Sobre la leyenda, el cronista no sólo da cuenta de ella, sino que agrega un personaje más:
"Se cuenta que en estos días se oye su cantar con su bajoquinto, interpretando las canciones, que se denominan 'bolas', canciones pícaras, que son las bolas que él compuso. Y que allá, a lo lejos, haciéndole segunda, se oye la segunda voz de Federico Becerra, un heredero de la tradición de los corridos en Cuautla, particularmente de los de Marciano Silva, que también está sepultado ahí", relata.
Las sandalias de la Virgen
Al interior de la capilla del panteón, actualmente en proceso de reconstrucción debido a los daños que sufrió durante el sismo del 19 de septiembre de 2017, la figura de la Virgen María es protagonista de otra leyenda: la que cuenta la gente que afirma haberla visto caminar en el cementerio, velando por los difuntos.
"La gente cuenta haberla visto. Cuando revisamos sus sandalias, pareciera que sí están desgastadas por haber caminado", suelta Ángel, dentro de la capilla.
Ángel abre la puerta del templo para mostrarnos las sandalias. Es el mediodía y dentro sólo hay silencio. La Virgen tiene el semblante triste y lágrimas que escurren de sus ojos. Mira hacia arriba, en dirección al crucifijo que también está dentro del templo