/ viernes 25 de noviembre de 2022

La violencia la marcó para siempre

A los 17 años, Estephany vio su cuerpo arder en llamas después de haber sido rociada con gasolina por su pareja

A los 17 años, después de ser rociada con gasolina, Estephany vio su cuerpo arder en llamas y creyó que, incluso si sobrevivía, su vida no volvería a ser la misma.

Él se lo había advertido: “Voy a empezar por tu linda cara, así nadie te va a querer, nadie te va a creer”, había sido la amenaza. Ocurrió en Atlatlahucan, un pueblo ubicado en la región alta de Morelos, en 2007. Giovani era cuatro años más grande que ella, más alto y corpulento, pero ignoraba que ninguna otra fuerza, superior a la suya, había dictado que las cosas terminarían así para la joven.

Meses atrás, cansada del hostigamiento, Estephany había aceptado salir con aquel hombre. La relación la llevaría a ser raptada y trasladada a la fuerza a la Ciudad de México. Criada en un ambiente familiar disfuncional, con una infancia que ya había sido marcada por las agresiones sexuales que cometía su tío contra ella. La joven, quien hoy es madre de un niño de siete años, no había contado con una red de apoyo que le permitiera alejarse de su pareja sin creer que no sólo su vida, sino la de toda su familia, estaría en riesgo.

“En ese momento le dije que sí, que sí nos íbamos a casar y que tendría hijos con él. Pero entonces me empezó a aventar gasolina en el vientre, hasta abajo del cuerpo. Estaba bañada completamente en gasolina y me prendió fuego. Estaba en llamas y empecé a gritar, pero él había puesto la música muy alta”, recuerda.

Las primeras agresiones

A sus 31 años, la psicóloga Estephany Medina nos recibe en su consultorio con una sonrisa gentil. Acomoda una silla extra en la recepción para que nos sintamos cómodos mientras se desocupa. Toma el control y enciende la televisión en un canal que da una película. Sin prestarnos demasiada atención, su hijo se divierte en una pequeña casa. Imaginará que es mayor, dueño de su propia vida, hasta que un hombre sale, lo toma de la mano y lo lleva con él. Más tarde, Estephany nos dirá que es su colega y que lo llevó de paseo.

“Vivimos en una cultura muy violenta y en mi caso no fue la excepción”, nos empieza a relatar.

A los cinco años, en casa de sus padres, Estephany fue violada por primera vez por su tío. El hermano de su madre se había encargado de convencerla de que nadie le creería si le contaba a los demás. Tuvo razón: “En su mayoría no me creían, y los que me creían decían que era normal, que a todos nos pasa, pero que no me había ido tan mal. Este tío me compraba con juguetes, me daba todo, y eso fue de los cinco años hasta los quince, cuando él se fue a la escuela militar”.

Rompiendo las cadenas

“Ya viste, todos tus cueros están quemados, estás fea y horrible, ya nadie te va a hacer caso, nadie te va a querer. Es más, aquí vas a morir, de dolor y desesperación, porque me vas a matar con una pistola”, resuenan las palabras en su cabeza.

Al verla arder, el hombre tomó una sábana, se posicionó sobre su cuerpo y apagó las llamas. Ella se negó a hacer lo que le estaba proponiendo. En cambio, siguió gritando.

Después de ser auxiliada por una pareja joven, vecinos de aquel domicilio, Estephany fue trasladada al Hospital General de Cuautla con quemaduras de segundo y tercer grado. Aun entonces, la joven había tenido que ocultar la verdad, declarando que aquello era resultado de un accidente doméstico. Con Giovani a su lado, seguía creyendo que el más pequeño atisbo de verdad habría sido un peligro para su familia. Todos le creyeron, excepto la trabajadora social.

Gracias a ella, que cuestionó la veracidad de la versión de los hechos en todo momento, el caso llegó al ministerio público, Estephany contó lo que realmente había pasado, el agresor y su familia se dieron a la fuga desde el hospital y ella fue trasladada al refugio El vuelo de la mariposa, una asociación civil encabezada por mujeres, integrado a la Red Nacional de Refugios y que, desde hace 15 años, ha recibido a víctimas de violencia de género no sólo de esta región del estado, sino también de otras entidades.

De vuelta en el hospital, la joven permaneció en cama durante los siguientes seis meses, venciendo el dolor y el ardor cada vez que tenía que hacer sus ejercicios para reducir las posibilidades de morir, o, en el mejor de los casos, de permanecer postrada por el resto de su vida. Una vez dada de alta, pasó dos años en el refugio, donde por primera vez sintió que alguien más la escuchaba. Fue ahí donde pudo dormir con tranquilidad por toda una noche desde su infancia.

“Por primera vez llegué a un lugar donde sí soy escuchada, tomada en cuenta, donde puedo levantar la voz. Al entrar al refugio, ver las bardas altas, el alambrado, a los policías y que hay un personal que nos apoya; parece increíble, pero yo vi todo eso la primera vez que llegué ahí y por primera vez sentí que podía dormir, porque por muchos años no había podido dormir, desde los cinco años”, narra, con lágrimas.

La liberación

Desde entonces las cosas cambiaron. A tal grado se sintió segura en el refugio Estephany, que hizo todo lo posible por llevarse a su hermano pequeño a vivir con ella, alejándolo de cualquier posibilidad de tomar un mal camino. Recientemente, Israel se graduó como ingeniero informático en la Universidad del Norte, en Monterrey, después de crecer en el refugio y una casa hogar, y de que sus padrinos lo apoyaran con los gastos universitarios.

Estephany estudió psicología en la Universidad Autónoma del Estado de Morelos, sorteando los gastos de la escuela con la venta de golosinas entre sus compañeros y maestros, y con los empleos que fue consiguiendo al interior del refugio. Actualmente, la psicóloga sigue visitando el lugar, pero esta vez no lo hace en busca de ayuda, sino para ofrecerla a los demás, colaborando con talleres y otras actividades con el resto de mujeres, esta vez desde su profesión.

“Si hay un mensaje que le puedo dar a las mujeres, y no sólo a ellas, sino a todos, es tener claro qué es lo que queremos en la vida, cuáles son nuestros sueños y qué calidad de vida queremos vivir. En mi caso, fui feliz durante los primeros años de vida, con mis padres, y esa era la vida que quería recuperar”.

Además de dar consulta en Centro de Atención Familiar, Estephany trabaja actualmente en un proyecto con el que busca apoyar a otras mujeres, con apoderamiento económico, desarrollo personal y gestión emocional, de la mano de la Fundación Andrés Reyes A.C.

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A los 17 años, después de ser rociada con gasolina, Estephany vio su cuerpo arder en llamas y creyó que, incluso si sobrevivía, su vida no volvería a ser la misma.

Él se lo había advertido: “Voy a empezar por tu linda cara, así nadie te va a querer, nadie te va a creer”, había sido la amenaza. Ocurrió en Atlatlahucan, un pueblo ubicado en la región alta de Morelos, en 2007. Giovani era cuatro años más grande que ella, más alto y corpulento, pero ignoraba que ninguna otra fuerza, superior a la suya, había dictado que las cosas terminarían así para la joven.

Meses atrás, cansada del hostigamiento, Estephany había aceptado salir con aquel hombre. La relación la llevaría a ser raptada y trasladada a la fuerza a la Ciudad de México. Criada en un ambiente familiar disfuncional, con una infancia que ya había sido marcada por las agresiones sexuales que cometía su tío contra ella. La joven, quien hoy es madre de un niño de siete años, no había contado con una red de apoyo que le permitiera alejarse de su pareja sin creer que no sólo su vida, sino la de toda su familia, estaría en riesgo.

“En ese momento le dije que sí, que sí nos íbamos a casar y que tendría hijos con él. Pero entonces me empezó a aventar gasolina en el vientre, hasta abajo del cuerpo. Estaba bañada completamente en gasolina y me prendió fuego. Estaba en llamas y empecé a gritar, pero él había puesto la música muy alta”, recuerda.

Las primeras agresiones

A sus 31 años, la psicóloga Estephany Medina nos recibe en su consultorio con una sonrisa gentil. Acomoda una silla extra en la recepción para que nos sintamos cómodos mientras se desocupa. Toma el control y enciende la televisión en un canal que da una película. Sin prestarnos demasiada atención, su hijo se divierte en una pequeña casa. Imaginará que es mayor, dueño de su propia vida, hasta que un hombre sale, lo toma de la mano y lo lleva con él. Más tarde, Estephany nos dirá que es su colega y que lo llevó de paseo.

“Vivimos en una cultura muy violenta y en mi caso no fue la excepción”, nos empieza a relatar.

A los cinco años, en casa de sus padres, Estephany fue violada por primera vez por su tío. El hermano de su madre se había encargado de convencerla de que nadie le creería si le contaba a los demás. Tuvo razón: “En su mayoría no me creían, y los que me creían decían que era normal, que a todos nos pasa, pero que no me había ido tan mal. Este tío me compraba con juguetes, me daba todo, y eso fue de los cinco años hasta los quince, cuando él se fue a la escuela militar”.

Rompiendo las cadenas

“Ya viste, todos tus cueros están quemados, estás fea y horrible, ya nadie te va a hacer caso, nadie te va a querer. Es más, aquí vas a morir, de dolor y desesperación, porque me vas a matar con una pistola”, resuenan las palabras en su cabeza.

Al verla arder, el hombre tomó una sábana, se posicionó sobre su cuerpo y apagó las llamas. Ella se negó a hacer lo que le estaba proponiendo. En cambio, siguió gritando.

Después de ser auxiliada por una pareja joven, vecinos de aquel domicilio, Estephany fue trasladada al Hospital General de Cuautla con quemaduras de segundo y tercer grado. Aun entonces, la joven había tenido que ocultar la verdad, declarando que aquello era resultado de un accidente doméstico. Con Giovani a su lado, seguía creyendo que el más pequeño atisbo de verdad habría sido un peligro para su familia. Todos le creyeron, excepto la trabajadora social.

Gracias a ella, que cuestionó la veracidad de la versión de los hechos en todo momento, el caso llegó al ministerio público, Estephany contó lo que realmente había pasado, el agresor y su familia se dieron a la fuga desde el hospital y ella fue trasladada al refugio El vuelo de la mariposa, una asociación civil encabezada por mujeres, integrado a la Red Nacional de Refugios y que, desde hace 15 años, ha recibido a víctimas de violencia de género no sólo de esta región del estado, sino también de otras entidades.

De vuelta en el hospital, la joven permaneció en cama durante los siguientes seis meses, venciendo el dolor y el ardor cada vez que tenía que hacer sus ejercicios para reducir las posibilidades de morir, o, en el mejor de los casos, de permanecer postrada por el resto de su vida. Una vez dada de alta, pasó dos años en el refugio, donde por primera vez sintió que alguien más la escuchaba. Fue ahí donde pudo dormir con tranquilidad por toda una noche desde su infancia.

“Por primera vez llegué a un lugar donde sí soy escuchada, tomada en cuenta, donde puedo levantar la voz. Al entrar al refugio, ver las bardas altas, el alambrado, a los policías y que hay un personal que nos apoya; parece increíble, pero yo vi todo eso la primera vez que llegué ahí y por primera vez sentí que podía dormir, porque por muchos años no había podido dormir, desde los cinco años”, narra, con lágrimas.

La liberación

Desde entonces las cosas cambiaron. A tal grado se sintió segura en el refugio Estephany, que hizo todo lo posible por llevarse a su hermano pequeño a vivir con ella, alejándolo de cualquier posibilidad de tomar un mal camino. Recientemente, Israel se graduó como ingeniero informático en la Universidad del Norte, en Monterrey, después de crecer en el refugio y una casa hogar, y de que sus padrinos lo apoyaran con los gastos universitarios.

Estephany estudió psicología en la Universidad Autónoma del Estado de Morelos, sorteando los gastos de la escuela con la venta de golosinas entre sus compañeros y maestros, y con los empleos que fue consiguiendo al interior del refugio. Actualmente, la psicóloga sigue visitando el lugar, pero esta vez no lo hace en busca de ayuda, sino para ofrecerla a los demás, colaborando con talleres y otras actividades con el resto de mujeres, esta vez desde su profesión.

“Si hay un mensaje que le puedo dar a las mujeres, y no sólo a ellas, sino a todos, es tener claro qué es lo que queremos en la vida, cuáles son nuestros sueños y qué calidad de vida queremos vivir. En mi caso, fui feliz durante los primeros años de vida, con mis padres, y esa era la vida que quería recuperar”.

Además de dar consulta en Centro de Atención Familiar, Estephany trabaja actualmente en un proyecto con el que busca apoyar a otras mujeres, con apoderamiento económico, desarrollo personal y gestión emocional, de la mano de la Fundación Andrés Reyes A.C.

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