Bricia Bárcenas tiene 91 años y aún recuerda con claridad la noche que marcó un capítulo inusual en la historia de su familia: cuando el presidente Carlos Salinas de Gortari, en la cumbre de su poder, encontró descanso bajo su techo, en el pueblo de Anenecuilco. Era 1991 y el país se encontraba en medio de importantes cambios económicos y políticos, entre ellos la negociación del Tratado de Libre Comercio.
El presidente y Emiliano Zapata
En aquel entonces, las autoridades federales y estatales inauguraron el Museo Casa Zapata en Ayala, lugar que alberga los restos de la casa que vio nacer a Emiliano Zapata Salazar en 1879. Todo estaba listo: la casa fue restaurada, las salas acondicionadas y el pintor Roberto Rodríguez Navarro había completado el emblemático mural "El Caudillo del Sur", que cuenta la historia del guerrillero desde su nacimiento hasta su muerte.
En aquella visita, el presidente devolvió al pueblo los documentos que inspiraron a Zapata a levantarse en armas, el Santo Grial para quienes se han obsesionado con su figura.
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Un lugar para que duerma el presidente
La casa se asoma a la calle con una fachada que combina seguridad y encanto. Un muro blanco, rematado con rejas negras, abraza un jardín modesto pero lleno de vida, en el que Bricia suele pasearse para respirar aire fresco.
Cuando el equipo de logística del gobernador Antonio Riva Palacio eligió la casa en que dormirían ambos gobernantes, encontraron en esta vivienda las condiciones ideales: estaba a solo tres cuadras de la casa del Caudillo, a unos pasos del río Anenecuilco y estaba recién terminada.
"El presidente llegó por la tarde. Inauguró los murales y luego lo trajeron aquí, donde se hospedó", recuerda Bricia, sentada en uno de los sillones de la sala, frente a su hija.
Las paredes de la planta alta, donde durmió el presidente, todavía conservan el papel tapiz que fue colocado por el equipo de seguridad para hacer más agradable la estancia. También se instalaron lámparas, pero esas se las llevaron.
"Eran unas lámparas muy bonitas... Ojalá las hubieran dejado", dice Bricia, sonriendo.
Además de acondicionar las dos recámaras, el personal de logística utilizó una más que sería utilizada como estudio. Antes de dormir, y a primera hora al despertar, Salinas de Gortari despachó algunos de sus asuntos en este mismo espacio.
"Fue muy amable con nosotros, muy amable... Al retirarse, se retrató con nosotras", recuerda.
El menú presidencial
En medio de un fuerte dispositivo de seguridad, en el que elementos del Ejército rodearon toda la manzana para asegurar la vivienda y a sus inquilinos, Bricia recibió una instrucción clara: el presidente quería cenar taquitos dorados con pechuga.
"Yo le dije a la muchacha que estaba con nosotros: 'oiga, ¿cómo los voy a preparar, si no tengo nada aquí?' Pero ella me dijo que se encargaría de traer todo lo necesario", recuerda.
El presidente acompañó la cena con un té de manzanilla, se despidió de todos y se fue a dormir. La familia, sin dimensionar por completo lo que estaba ocurriendo, optó por pasar la noche en otra casa. A la mañana siguiente: un guisado de bistec a la mexicana y té de manzanilla.
Mis compañeras, mis vecinas, me ayudaron a preparar la comida. Ya las recogió Dios, ya no viven,
Bricia
Nunca se ha involucrado con la política. Si fue elegida para recibir al presidente debió ser por eso, porque era una familia ajena a cualquier partido o causa política.
Bricia narra los detalles de aquel episodio con una tranquilidad envidiable, sin asomos de vanidad o presunción. Más allá del recuerdo, lo único que conserva de aquella visita son las dos fotografías en las que aparece junto al expresidente y el tapiz de las paredes, que está casi intacto.