La Nopalera, uno de los lugares más marginados de Yautepec, es un pueblo que nació dos veces. De su primer nacimiento hoy sólo quedan las historias: la gente cuenta que, en tiempos de la Revolución Mexicana, algunos hombres, integrantes del ejército zapatista, huyeron a esta parte del estado, que colinda con Anenecuilco, y lo que en principio fue un refugio se convirtió en su hogar. Tuvieron hijos, sembraron las tierras, las cultivaron y les pusieron un nombre: La Nopalera. En aquella época debieron abundar los nopales.
Los años pasaron, pero el pueblo se quedó a medio camino. Atrapado entre Yautepec y Ayala, La Nopalera se quedó atrapada en la época en que las casas eran algunas de adobe y otras con techos de lámina, sin drenaje, las calles de tierra, criaderos de puercos y establos aquí y allá, una combi que entra y sale cada hora para transportar a la gente a la cabecera municipal. Cuando tembló, el 19 de septiembre de 2017, los pobladores perdieron mucho de lo poco que tenían. Al día siguiente el pueblo volvió a nacer.
Otro pueblo
Con una población de poco menos de mil habitantes, nunca esperaron que les hicieran caso. Había varios factores para que el pueblo fuera, una vez más, ignorado por las autoridades: para llegar hay que atravesar un largo camino de casi media hora, que en época de lluvias llegaba a convertirse en un lodazal. Las tragedias, no obstante, suelen mostrar la mejor parte de las personas.
Le damos gracias a Dios porque nuestro pueblo ya se está levantando; las casas que fueron devastadas ya están de pie, también la escuela y la iglesia, expresa Juan Francisco Carrera, ayudante municipal de la localidad.
Hace dos años, la Nopalera parecía un pueblo fantasma: casas en ruinas, destruidas por el terremoto, aparecían aquí y allá cuando uno recorría las calles. Pero las cosas no acababan ahí: daba la impresión que el espíritu que había trazado el destino del pueblo, que había impulsado a los habitantes a construir su escuela, su plaza y su iglesia, se había marchado a otro sitio antes de terminar. Todo, absolutamente todo parecía estar a la mitad. El sismo, por su parte, había dejado las cosas todavía peor.
Hoy el pueblo tiene escuela nueva, con computadoras; la plaza ha sido renovada y espera tiempos mejores; la iglesia ha sido reconstruida y es, en definitiva, más bonita que las iglesias de otros pueblos; y las autoridades están trabajando en la construcción de un centro de salud, que antes no existía, y una comisaría, que tampoco. Las cosas, dicen aquí, están mejor que antes.
Hoy queremos promover el turismo, tenemos una iglesia que luce mucho, ahora nos toca a nosotros esforzarnos para sacar adelante al pueblo, afirma Carrera.
La voluntad hace la diferencia
La reconstrucción de La Nopalera es un ejemplo de las cosas que pueden hacerse cuando el gobierno, los pobladores y las organizaciones civiles logran ponerse de acuerdo: con más de 160 casas dañadas por el sismo, el proceso de reconstrucción corrió a cargo, principalmente, de la organización “Fuerza Vecina”, que asumió el papel de dirigir toda la ayuda recibida, tanto por el gobierno como por otros voluntarios, en la reconstrucción de viviendas y estructuras clave del pueblo (como la iglesia) de tal forma que los recursos económicos fueran aprovechados al máximo y que los resultados fueran visibles, que no se convirtieran en falsas promesas.
Nosotros le damos las gracias a toda la gente que nos ayudó, a quienes vinieron a escuchar nuestras necesidades y estuvieron con nosotros en los momentos difíciles, dice el ayudante, que también es carnicero y atiende un negocio a unos pasos de la ayudantía.