En relación al tema de las Reinas Patrias que se ralizan este mes, la socióloga Marisol Martínez considera que hay mujeres que buscan legitimarse a través de la belleza física, denominador común de las sociedades
En pueblos chicos y grandes en las comunidades rurales y en las ciudades algo ocurre cada 16 de septiembre; al final de los desfiles cívicos, organizados por las autoridades y el pueblo para conmemorar el aniversario del inicio de la lucha por la Independencia de México, una joven, generalmente sentada en la plataforma trasera de una camioneta, va saludando a todos con una gentil sonrisa, mientras arroja golosinas a los lados. Se supone que es una reina, aunque siempre va al final.
Si es una reina, ¿dónde está su reinado?, se pregunta la socióloga Marisol Martínez Bautista, representante del Colectivo Girasol, una organización que se dedica a la defensa de los derechos de la mujer en Morelos.
Marisol comenta que conservar esta tradición no es malo, pero sí sorprendente que en pleno siglo XXI los concursos para seleccionar a la “La Reina de las Fiestas Patrias” sigan cosificando a la mujer, en lugar de brindarles una oportunidad para la defensa de sus derechos, particularmente cuando se llevan a cabo en el marco de la lucha por la Independencia de un país.
El origen
Aunque el concurso para elegir a la Reina es considerado una tradición mexicana, hay algo que, de entrada, no cuadra con lo que era México antes de la conquista española, en el México prehispánico no sólo existían coronas, sólo reyes y reinas. Los concursos de belleza más remotos, en cambio, tienen origen en Europa, donde era costumbre que la gente eligiera reyes y reinas simbólicos para varias fiestas, en las que las ganadoras representaban las virtudes de la nación y otras ideas.
Recientemente, el primer concurso de belleza moderno tuvo lugar en Estados Unidos, cuando Phineas Taylor Barnum dueño del Barnum & Bailey Circus, organizó la primera edición de un concurso de belleza en la década de 1850, primero usando daguerrotipos como jurado y luego con un jurado real.
En México las fiestas populares que enaltecían la lucha por la Independencia cobraron fuerza en el siglo XIX, tras la caída del Imperio de Maxiliano, cuando la personalidad del presidente Benito Juárez hizo surgir una corriente nacional que buscaba rescatar y exaltar los valores indígenas a nivel internacional. En algunas regiones de la república Mexicana, los habitantes adoptaron la conmemoración de la Independencia llevando el centro de la atención a “La América”, el prototipo de la mujer indígena que representaba a los pueblos conquistados por los españoles que lograron alcanzar su libertad. La América, en aquellos años, efectuaba el paseo en un trono colocado sobre una carreta jalada por bueyes; con los años, La América fue sustituida por “la reina de las fiestas patrias” y los bueyes por una camioneta disfrazada de carreta.
El costo de ser una reina
En alguna ocasión, Marisol Martínez escuchó una confesión que la dejó sorprendida:
Conocí a una mujer que me contó que había gastado más de doscientos mil pesos para que su hija ganara el concurso de su comunidad. ¿Cuánto dinero le invierten para una noche en maquillaje y ropa? Pues es todo un proceso, que involucra a toda la familia y que al final dura sólo un momento, comentó la especialista.
El proceso para convertirse en la reina de las fiestas patrias inicia meses antes, las jóvenes que desean ser coronadas acuden con las autoridades de su localidad para inscribirse en la competencia, con lo que da inicio una campaña de pasarelas, fotografías, venta de boletos, reuniones, nuevas amistades, cansancio y al final, una noche que representa el máximo logro para quien gana, una joven que lo recordará por el resto de su vida; la noche en que tuvo la oportunidad de portar una corona.
Para Marisol Martínez, lo que ocurre con las jóvenes en ese momento es que logran legitimar su nombre por medio de su apariencia. Sin embargo, lo que hay detrás de ese momento es mucho más complejo, un tema sobre el que, opina, todavía no se han dicho todas las palabras.
La reina de las fiestas patrias tiene una figura de representación social que te puede legitimar con un poder mediático abstracto. Las jóvenes viven en una cultura donde el concepto de belleza es prioritario, una cultura capitalista que ha hecho de la belleza un requisito para lograr un estatus social, explica.
Rumbo al inicio de la segunda década del siglo, la socióloga considera que es necesario cambiar este tipo de tradiciones de manera que la mujer deje de ser cosificada en un concurso evidentemente surgido en el machismo, para demostrar su verdadera capacidad, sobre todo de carácter intelectual y cultural.
No estamos en contra de esta tradición, pero sí de sus formas, concluye.