A dos horas de la Ciudad de México, Jantetelco esconde un lugar en el que el hombre puede tener un contacto en primer grado con la naturaleza. Cada generación de pobladores le ha otorgado un nombre distinto: para los más viejos, es el Cerro Gordo; los más jóvenes lo llaman "Cerro del Chumil"; y finalmente, los habitantes de los municipios aledaños, quienes sólo pueden verlo de lejos, lo bautizaron con el nombre de la silueta que refleja a la distancia: Cabeza de Mono.
A pesar de que el cerro es visible a varios kilómetros a la redonda, lo cierto es que hasta hace poco tiempo no mucha gente lo visitaba. Y no porque no quisiera. En realidad es porque no muchos conocen su atractivo: en los últimos años, el "Cerro del Chumil" se ha transformado en un centro ecoturístico que ofrece la experiencia extrema de una tirolesa que zigzaguea a través de siete puntos (su tramo más largo es de casi 700 metros), recorridos guiados y hospedaje; las cabañas, construidas con adobe, fueron realizadas de tal forma que los huéspedes puedan salir a contemplar la alfombra de naturaleza viva que se extiende sobre el cerro.
AVENTURA EXTREMA
No es fácil arrojarse de la tirolesa por primera vez, pero una vez que lo haces no puedes evitar seguir. En el "Cabeza de Mono" esto es posible porque la experiencia se divide en siete puntos, cada uno de ellos con menor altura que el anterior, aunque la distancia entre uno y otro es variable. El punto más largo, de casi 700 metros, es el sexto de arriba a abajo. El personal del centro ecoturístico afirma que en dicho recorrido la gente avanza a 50 kilómetros por hora.
"Este lugar ofrece diversión extrema para quienes buscan divertirse, pero también es un espacio donde la gente puede llegar a relajarse, a descansar", señala Leticia Monsalvo, encargada del lugar.
A un lado de las cabañas, el lugar cuenta con un par de temazcales para quienes optan por relajarse.
Cerro del Chumil
Hacia el final de un camino de terracería, el Cerro del Chumil se convierte en algo nuevo para quienes deciden no conformarse con mirarlo de lejos y adentrarse en él. Mientras subimos a la tercera base del recorrido en tirolesa, uno de los trabajadores me cuenta que, en temporada invernal, hay gente que llega al lugar en busca de jumiles, una especie de insecto hemíptero comestible, que aún hoy se puede comprar en los mercados de la región Oriente del estado.
"Los jumiles caen aquí cuando vuelan desde los cultivos de maíz", me cuenta el joven.
Cuando subes el cerro para arrojarte en tirolesa no vas solo, pues siempre debe haber alguien al final del cable que te ayude a frenar. En el camino, esa compañía puede traducirse en una cálida conservación sobre la historia de Jantetelco y las leyendas que esconde el cerro, como la que dice que en tiempos posteriores a la Independencia hubo quienes escondieron plata en este lugar, y hubo quienes la buscaron.
Más allá de las leyendas, los habitantes de Jantetelco han sabido preservar el valor de su historia, particularmente del episodio que encabezó el cura Mariano Matamoros, habitante del lugar en tiempos de la Independencia de México, quien se sumó a la lucha que en aquel entonces encabezaba José María Morelos y Pavón en el sur del país.
Actualmente, las autoridades locales buscan fortalecer el arraigo que hay entre los habitantes y su tierra. Gracias al valor de sus antecesores, quienes se levantaron en armas el 13 de diciembre de 1811, el movimiento independista se vio fortalecido durante el Sitio de Cuautla de 1812, cuando Morelos logró romper el cerco que había impuesto el español Félix María Calleja, dándole a la Independencia uno de sus primeros grandes triunfos.
El centro turístico fue establecido en tierras ejidales, por lo que es administrado por un comisariado ejidal. Sin embargo, desde este año ha recibido el apoyo de la administración municipal para potencial su atractivo y posicionarlo a nivel local y nacional.