Sinónimo de pueblo y barrio, agobiado en algunos momentos por incidentes y desastres. Entrar a este lugar es como regresar en el tiempo al Cuernavaca añorado, donde se entrelazan historias de vida. Hoy enfrenta el abandono, la indiferencia oficial y el letargo social, pero a lo largo de 57 años es ejemplo vivo de la sazón en sus fondas, del aroma intenso de rosa y jazmín, el olor permanente a mojarra de Coatetelco y el picante del mole verde de Xoxocotla.
Como otros espacios de convivencia social, el mercado Adolfo López Mateos ha evolucionado, pero conserva una gran tajada de esa ciudad de la eterna primavera.
Hoy la obra considerada un orgullo del arquitecto Mario Pani está perdida entre el barrullo de la ciudad, en medio del caos urbano, sin embargo, sigue viva; en esa parte la gente no duerme.
Aquí el movimiento nunca termina. Desde las 5 de la mañana comienzan a llegar los primeros locatarios, a las 6 se antojan los atoles y tamales. Los vendedores se acercan; saben que los cargadores y los proveedores han llegado desde la madrugada y siempre hace falta un tentempié para cargar energías.
A las 7, puntualmente con la salida del sol y la llegada de la claridad, se abren las puertas, y el murmullo de los locatarios, los usuarios y el transporte público que cruza por sus andenes comienzan a sonar en todos los rincones. A las 8 de la mañana, la compra venta está en todo su apogeo.
En este lugar lleno de túneles y recovecos, entradas y salidas, escaleras y más escaleras subyacen los lugares con sus olores que invaden el olfato desde que llegas; aquí puedes encontrar de todo, desde comida, ya sea en taco acorazado, barbacoa y pancita; con los colores de las frutas y verduras, la humedad de las flores, y el picante olor de carne fresca.
Para todos los gustos y para todos los estados de ánimo, es como un mundo diferente aunque a unos pasos está la parte urbana, aquí llegas y la gente pone su empeño en satisfacer al cliente, porque el dicho “al cliente lo que pida” se cumple en el mercado Adolfo López Mateos.
A lo largo de este medio siglo, desafortunadamente la central de abasto ha ido perdiendo su brillo, debido al abandono oficial, aseguró Marco Aurelio Apodaca, de la organización 17 de Mayo. No son los comerciantes los que se oponen, son los funcionarios en turno que han pretendido obtener ganancias con el mercado más grande de la capital.
¿Quién no recuerda el mole verde Xoxocotla de doña Goya, con sus tamales de nixtamal nejos, y sus chiles verdes a mordidas?, ahí, frente a un gran laurel en la zona adyacente a la gran nave, cuando la quisieron mover cuentan que en un costal tenía los recibos que pagaba a los inspectores, los tiró frente al gobernador en turno y así se ganó el derecho de su espacio; cuentan que después ya nunca nadie más la movió. Hoy su hijo sigue ocupando vendiendo el mole que ella vendía, incluso descalza llegada de su pueblo orgullo indígena.
Con el paso de los años, el López Mateos ha estado acompañando de tragedias, sismos, incendios, y deterioro en su estructura, hoy lo tienen delicado en cuanto a sus paredes y columnas, pero no en el corazón de los comerciantes que muchos ya heredaron los locales de sus padres fundadores.
Marco Aurelio Palma confirma que no solo es un mercado en un edificio, es un espacio con tejido social, con una comunidad de 6 mil comerciantes, y con los usuarios que llegan a diario pueden ser hasta cien mil en un día.
No por algo la gente de otros municipios llega hasta el mercado a ganar el pan de cada día; de Xoxocotla vienen a ofertar el mole; la gente de Santa Catarina con sus tortillas; de Coatetelco, sus mojarras de la laguna o la hoja para los tamales; los de Coajomulco, con el carbón.
No solo se trata de un centro para abastecer a la ciudad con víveres, sino un conjunto de actividades y convivencia de mestizaje. Pero esta conjugación de personas, intereses y cultura parece no importar a los gobiernos en turno que se han olvidado y abandonado a la central de abasto. Hoy en sus estructuras demuestra escaleras rotas, locales cerrados, fugas de agua, deterioro de paredes, falta de mantenimiento en general.
Pero los comerciantes hacen que se sienta menos el abandono; ahí están las 23 mujeres que venden carbón, la barbacoa, las gorditas más famosas de Cuernavaca que se antojan cuando pasas con la bolsa del mercado, y ni modo de no sentarte. Como en botica, encuentras de todo en un pequeño espacio, peluquerías y terminando de arreglarte, puedes pasar a las fondas, con comida corrida tradicional la sopa, el guisado, con el postre y una bebida.
En cada pasillo por el que uno pasa puede detectar los olores y sabores, las floristerías que son las únicas que han sobrevivido y se nota porque su número no ha disminuido. También está el área de ropa, las carnicerías y pescaderías, los locales de abarrotes y semillas, incluso de las plantas y tratamientos para limpias. No se diga de las frutas temporales y las verduras de estación. Fresco, bonito y barato, dice el señor César que tiende una huarachería.
No hay duda en las casi tres manzanas que ocupa el mercado, ubicado en un enclave de tierra que termina en un valle rumbo a una barranca no tiene tiempo de extinción y menos aceparán que sea reubicado.
Y así será, confirmaron los locatarios mientras miraban como Froylan Trujillo hacia sus graficas; estarán estoicos y firmes, pese a las vicisitudes, sin importar lo que venga, todo se ha superado, desde terremotos e incendios, el más grave en 2010 acabó con casi 60 por ciento de locales, pero no obstante el abandono y la indiferencia oficial de los tres niveles de gobierno y por eso, dejó de ser un atractivo turístico de la capital; el mercado Adolfo López Mateos sigue siendo el lugar adecuado para perderte comprando, comiendo, buscando, porque representa ese conglomerado social del pueblo y del barrio, de un Cuernavaca del ayer que se resiste todavía a extinguirse en la modernidad y la urbanidad.