Hubo una época en que la gente de Cuernavaca se entretenía hablando sobre las personalidades a las que habían tenido la dicha de encontrar por la calle. Desde 1940, la capital de Morelos se convirtió en uno de los lugares predilectos por artistas, gente de la realeza, millonarios y políticos que llegaban en busca del paisaje tranquilo que, en más de una ocasión, también fue un escondite para ellos. Lo fue, por ejemplo, para el último sah de Irán.
Mohammad Reza Pahlavi nació el 26 de octubre de 1919 en Teherán y fue Sah de Irán desde el 16 de septiembre de 1941 hasta el derrocamiento del gobierno, en 1979, tras el triunfo de la Revolución Islámica. Aquel mismo año llegó a México, no sin la presión de Estados Unidos hacia el gobierno de José López Portillo para que le concediera la visa de residencia al emperador y su familia.
“Una de las conversaciones favoritas de Cuernavaca era a quién había visto uno en el centro, que podía ser la princesa de Saboya, Robert Brady, gente del gobierno y algunos otros artistas, como María Félix”, relata Fernando Hidalgo, psicólogo, pintor y promotor cultural en Morelos desde hace cuarenta años.
Fernando Hidalgo tenía 18 años cuando fue testigo de una de las escenas que mejor quedaron guardadas en sus recuerdos: ver al Sah de Irán bebiendo una cerveza en el restaurante bar “La Universal”, en el corazón de la ciudad.
“El único punto de reunión era el centro, Las Plazas, ahí te podías enterar de lo que pasaba. Y a mí me tocó una vez que se le ocurrió irse a tomar una cerveza tongolele a La Universal. Se veía la comitiva de seguridad con aquellos carros Ford Galaxie enormes, como lanchas, negros o azules, con guaruras que se bajaban de ellos”, recuerda Hidalgo.
Reza Pahlavi habría llegado a Cuernavaca queriendo que nadie supiera que estaba aquí, algo que, sin embargo, se contradice con el dispositivo de seguridad de más de 70 guaruras que lo seguía a todas partes, imposible de omitir a la vista.
“Estaba viviendo una vida social, porque además seguido veíamos aviones chicos o avionetas, helicópteros que sobrevolaban la zona porque llegaba a visitarlo gente importante del mundo, uno de ellos Richard Nixon, a la casa de Palmira”, agrega Fernando.
Durante su estancia en Cuernavaca, el sah vivió en una mansión de la avenida Palmira, donde las casas se distinguen por su estilo francés. De acuerdo con el artículo de infobae “Platos bañados en oro, 72 guardaespaldas y una exclusiva mansión”, se trataba de una edificación blanca, con una piscina y un salón de baile que se usaba pocas veces, ya que la familia no convivía con los vecinos.
De país en país
Alanzar a ver tan siquiera a lo lejos al Sah de Irán podía ser algo memorable, pero su estancia en Cuernavaca no estuvo exenta de psicosis, especialmente después de que corriera el rumor del atentado que habría vivido en su mansión, cuando helicópteros ametrallaran su casa.
“La gran mayoría de la gente, todos, estábamos alucinando, porque ya veíamos a los iraníes haciendo actos de terrorismo en Cuernavaca”, recuerda Fernando Hidalgo, que, a la distancia, reconoce que se trató de una psicosis que, al final, “fue chunga”, según sus propias palabras.
Para Reza Pahlavi y su familia no fue sencillo encontrar un lugar donde vivir. Ya desde su salida de Irán, el presidente Valéry Giscard d’Estaing le negó la entrada a Francia. Posteriormente, el emperador y su esposa Farah Diba se exiliaron en Marruecos, Bahamas y Ecuador antes de llegar a México, país al que sólo entró después de la intervención del gobierno norteamericano y empresarios estadounidenses que habrían presionado al presidente de nuestro país.
Un recuerdo del Sah
Antes de que el cáncer le quitara la vida el 27 de julio de 1980, en El Cairo, Egipto, el Mohammad Reza Pahlavi dejó en Cuernavaca algunos recuerdos de su estancia, acaso sin proponérselo. Tiempo después de su partida, un bazar fue instalado en la casa de Palmira, donde la gente pudo comprar algunos de los objetos que se encontraron en ella.
“Fuimos todos. La mayor parte eran teléfonos, interfones, cosas de comunicación de la casa, pero yo me compré un mueble de madera, una especie de mesa de marco de un solo tablón de nogal. Lo compró un amigo y luego yo se lo compré a él. Era parte del mobiliario de la casa”, rememora Hidalgo.
Para el promotor cultural, aquella fue una época de oro para Cuernavaca, que la dotó de vida, ideas y memorias.
“Son cosas que le aportaron un sello especial a Cuernavaca”, concluye.
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