Hernán Cortés nació en 1485 y a los 19 años se embarcó a América. Comparado por Cervantes en el Quijote con Julio César, Cortés zarpa de Cuba rumbo a México el 1° de febrero de 1519 en busca de oro y poder. Cruel, ambicioso y sanguinario, excelente político y genial militar, así informaba Cortés al emperador Carlos V:
“Llegamos a Guastepeque [Oaxtepec] y en la casa de una huerta de un señor de allí nos aposentamos todos, la cual huerta es la mayor y más hermosa y fresca que nunca se vio, porque tiene dos leguas de circuito, y por medio de ella va una muy gentil ribera de agua, y de trecho a trecho hay aposentamientos y jardines muy frescos, e infinitos árboles de diversas frutas, y muchas hierbas y flores olorosas, y cierto que es cosa de admiración ver la gentileza y grandeza de toda esta huerta […]”
“A las ocho horas del día llegamos a una buena población que se dice Yautepeque [Yautepec], en la cual estaban esperándonos mucha gente de guerra de los enemigos. Y como llegamos pareció que quisieron hacernos algunas señas de paz o por el temor que tuvieron o por nos engañar. Pero luego, sin más acuerdo, comenzaron a huir, desamparando su pueblo, y yo no curé de detenerme en él, y con los treinta de caballo dimos tras ellos bien dos leguas, hasta los encerrar en otro pueblo que se dice Gilutepeque [Jiutepec], donde alanceamos y matamos muchos. Y en este pueblo hallamos a la gente muy descuidada, porque llegamos antes que sus espías, y murieron algunos, y tomáronse muchas mujeres y muchachos, y todos los demás huyeron; y yo estuve dos días en este pueblo, creyendo que el señor de él se viniera a dar por vasallo de vuestra majestad, y como nunca vino, cuando partí hice poner fuego al pueblo […]”
“A las nueve del día llegué a vista de un pueblo muy fuerte que se llama Coadnabaced [Cuernavaca] y dentro de él había mucha gente de guerra; era tan fuerte el pueblo y cercado de tantos cerros y barrancas, que algunas había de diez estados de hondura, y no podía entrar ninguna gente de caballo, salvo por dos partes, y éstas entonces no las sabíamos, y aun para entrar por aquellas habíamos de rodear más de legua y media; también se podía entrar por puentes de madera, pero teníanlas alzadas […] Un indio de Tascaltecal [Tlaxcala] pasó de tal manera que no lo vieron, por un paso muy peligroso […] y yo con los de caballo comencé a guiar hacia la sierra para buscar entrada al pueblo, y los indios nuestros enemigos no hacían sino tirarnos varas y flechas, porque entre ellos y nosotros no había más de una barranca como cava; y cinco españoles llegan de improviso por las espaldas y comienzan a darles de cuchilladas; y como los tomaron de tal sobresalto y sin pensamiento de que por las espaldas se les podía hacer alguna ofensa, estaban espantados y no osaban pelear y los españoles mataban en ellos; y comenzaron a huir.”
Las huestes conquistadoras incendiaron Cuernavaca:
“Y ya nuestra gente de pie estaba dentro en el pueblo y le comenzaban a quemar, y los enemigos todos a le desamparar; y así, huyendo se acogieron en la sierra, aunque murieron muchos de ellos, y los de caballo siguieron y mataron muchos. Y después que hallamos por dónde entrar al pueblo, que sería mediodía, aposentámonos en las casas de una huerta, porque lo hayamos ya casi todo quemado. Y ya bien tarde el señor y algunos otros principales, viendo que en cosa tan fuerte como su pueblo no se habían podido defender, temiendo que allá en la sierra los habíamos de ir a matar, acordaron venir a ofrecerse por vasallos de vuestra majestad, y yo los recibí por tales, y prometiéronme de ahí adelante ser siempre nuestros amigos.”
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