/ martes 29 de octubre de 2024

Ricardo Muñoz: Una historia de fe después de la explosión de gas

En este relato, Ricardo comparte su experiencia de lucha, la pérdida de su esposa y el largo camino hacia la recuperación con su familia

El 30 de agosto la vida de Ricardo Muñoz cambió para siempre tras una explosión de gas en su hogar. Este incidente trágico, qué también afectó a su esposa Maricela, dejó secuelas produndas en su vida. A continuación relatamos su historia de lucha, esperanza y fe.

La explosión

Lo único que recuerda es que lo sacaron y lo sentaron en una silla. Fue el 30 de agosto pasado, temprano, a la hora del desayuno. Su esposa Maricela había bajado antes que él para preparar el café, pero una chispa al encender la estufa y el gas lo envolvió todo. Lo demás es vacío: semanas sin saber, la casa convertida en escombros, la vida como algo que aún no vuelve del todo.

“Cuando recuperé la conciencia estaba en la Ciudad de México. Estuve internado una semana en el Hospital General de Cuautla y luego me trasladaron en helicóptero. No recuerdo el traslado; desperté cuando me desentubaron en México, después de casi tres semanas. No me daban muchas esperanzas de vida”, dice Ricardo y su voz comienza a quebrarse.

La pérdida de Maricela

Se quiebra por completo cuando recuerda a su esposa, quien no sobrevivió a las heridas. Y cuando intenta, con sus propias palabras, hallar el sentido a todo lo que ha ocurrido en estos dos meses:

“Nos daban un cinco por ciento de vida… era lo que nos pronosticaban, nada más”, dice. Guarda silencio para no llorar.

“Es difícil porque me acuerdo de mi esposa. Me dicen que cuando me trasladaron a la Ciudad de México, después de que me entubaron y me encamaron, a los 15 minutos le avisan a mi sobrina que mi esposa había fallecido. A mí no me dijeron, hasta que me dieron de alta… pero son de esas cosas que uno presiente, porque siempre me decían ‘está bien’, ‘está grave, pero estable’, pero no, son cosas que uno presiente”, dice Ricardo, mientras sus lágrimas caen.

El traslado

No le contaron tampoco que el día que lo trasladaron al Instituto Nacional de Rehabilitación (INR), en la Ciudad de México, el cuerpo de bomberos de Cuautla montó un gran operativo de seguridad alrededor de la cancha de la colonia Miguel Hidalgo, cerca del hospital de Cuautla.

Había bomberos, policías estatales, municipales, ambulancias y, sobre todo, mucha expectativa. Niños y adultos se aferraban a la malla perimetral con los ojos clavados hacia el helicóptero. El traslado estaba programado a las 7:45, pero se demoró casi dos horas. Nadie había visto algo así antes.

El jefe del departamento de bomberos, Mauricio Montaño, médico naval retirado, coordinó el ingreso de la camilla a la cancha y su instalación en la nave, no sin regañar a los policías que la movían.

“¡Los pies hacia adelante, caballeros! ¡Los pies hacia adelante! ¡Cuando es un traslado, los pies siempre van hacia adelante!”, les dijo, en voz alta, cuando los uniformados voltearon la camilla con la cabeza del paciente hacia adelante.

Despedida

Aquella tarde, Maricela, la esposa de Ricardo, murió. La velaron al día siguiente en Cuautla, pero la sepultaron en Jonacatepec, su pueblo. La iglesia se llenó de gente.

“Me dijeron que el padre estaba sorprendido por la cantidad de gente que fue a la misa, porque nunca había visto algo así”, cuenta Ricardo, con un poco de orgullo, un brillo en los ojos y lo que parece ser una sonrisa.

La familia y la recuperación

Ricardo, Maricela y Jennifer, su hija, vivían en la calle Nave 9 de la Unidad Habitacional 10 de Abril, en Ayala. Eran una familia muy unida y apreciada por los vecinos. Él se dedicaba a reparar bombas y motores, y ella a la casa.

Jennifer, hoy, no quiso que la entrevistara. Aquella mañana, los tres sufrieron quemaduras graves a causa de la deflagración provocada por una fuga en un tanque de gas LP. Ricardo da por hecho que una rata mordió la manguera:

“La manguera que conecta a la estufa fue mordida por una rata. El tanque estaba en la azotea, al aire libre, de modo que cualquier fuga se disiparía. Cambié esa manguera una semana antes, era de las que vienen forradas. Pero una rata mordió un tramo de unos 12 centímetros y ahí fue donde se originó el problema”, dice.

Ricardo y Jennifer viven hoy en Cuautla, junto con su familia, recuperándose satisfactoriamente, confiando en que las cosas pasan por algo y creyendo, muchísimo, en Dios:

“A mi hermana le dijeron, gente que vio cómo nos sacaban, que adentro de la casa había cuatro personas. Que vieron a cuatro. Nosotros somos cristianos. Oramos, le pedimos a Dios. Y nosotros pensamos que la cuarta persona era la presencia de Dios. Los socorristas dicen que ellos no se imaginan cómo es que no salimos hechos pedazos, por el tipo de explosión que se produjo, que era para que saliéramos desmembrados, y no fue así. Nosotros lo catalogamos como la presencia de Dios. Pero claro que también influye mucho lo que es la medicina, porque el conocimiento se los da Dios. Yo creo que Dios tiene algo preparado para nosotros”.

El 30 de agosto la vida de Ricardo Muñoz cambió para siempre tras una explosión de gas en su hogar. Este incidente trágico, qué también afectó a su esposa Maricela, dejó secuelas produndas en su vida. A continuación relatamos su historia de lucha, esperanza y fe.

La explosión

Lo único que recuerda es que lo sacaron y lo sentaron en una silla. Fue el 30 de agosto pasado, temprano, a la hora del desayuno. Su esposa Maricela había bajado antes que él para preparar el café, pero una chispa al encender la estufa y el gas lo envolvió todo. Lo demás es vacío: semanas sin saber, la casa convertida en escombros, la vida como algo que aún no vuelve del todo.

“Cuando recuperé la conciencia estaba en la Ciudad de México. Estuve internado una semana en el Hospital General de Cuautla y luego me trasladaron en helicóptero. No recuerdo el traslado; desperté cuando me desentubaron en México, después de casi tres semanas. No me daban muchas esperanzas de vida”, dice Ricardo y su voz comienza a quebrarse.

La pérdida de Maricela

Se quiebra por completo cuando recuerda a su esposa, quien no sobrevivió a las heridas. Y cuando intenta, con sus propias palabras, hallar el sentido a todo lo que ha ocurrido en estos dos meses:

“Nos daban un cinco por ciento de vida… era lo que nos pronosticaban, nada más”, dice. Guarda silencio para no llorar.

“Es difícil porque me acuerdo de mi esposa. Me dicen que cuando me trasladaron a la Ciudad de México, después de que me entubaron y me encamaron, a los 15 minutos le avisan a mi sobrina que mi esposa había fallecido. A mí no me dijeron, hasta que me dieron de alta… pero son de esas cosas que uno presiente, porque siempre me decían ‘está bien’, ‘está grave, pero estable’, pero no, son cosas que uno presiente”, dice Ricardo, mientras sus lágrimas caen.

El traslado

No le contaron tampoco que el día que lo trasladaron al Instituto Nacional de Rehabilitación (INR), en la Ciudad de México, el cuerpo de bomberos de Cuautla montó un gran operativo de seguridad alrededor de la cancha de la colonia Miguel Hidalgo, cerca del hospital de Cuautla.

Había bomberos, policías estatales, municipales, ambulancias y, sobre todo, mucha expectativa. Niños y adultos se aferraban a la malla perimetral con los ojos clavados hacia el helicóptero. El traslado estaba programado a las 7:45, pero se demoró casi dos horas. Nadie había visto algo así antes.

El jefe del departamento de bomberos, Mauricio Montaño, médico naval retirado, coordinó el ingreso de la camilla a la cancha y su instalación en la nave, no sin regañar a los policías que la movían.

“¡Los pies hacia adelante, caballeros! ¡Los pies hacia adelante! ¡Cuando es un traslado, los pies siempre van hacia adelante!”, les dijo, en voz alta, cuando los uniformados voltearon la camilla con la cabeza del paciente hacia adelante.

Despedida

Aquella tarde, Maricela, la esposa de Ricardo, murió. La velaron al día siguiente en Cuautla, pero la sepultaron en Jonacatepec, su pueblo. La iglesia se llenó de gente.

“Me dijeron que el padre estaba sorprendido por la cantidad de gente que fue a la misa, porque nunca había visto algo así”, cuenta Ricardo, con un poco de orgullo, un brillo en los ojos y lo que parece ser una sonrisa.

La familia y la recuperación

Ricardo, Maricela y Jennifer, su hija, vivían en la calle Nave 9 de la Unidad Habitacional 10 de Abril, en Ayala. Eran una familia muy unida y apreciada por los vecinos. Él se dedicaba a reparar bombas y motores, y ella a la casa.

Jennifer, hoy, no quiso que la entrevistara. Aquella mañana, los tres sufrieron quemaduras graves a causa de la deflagración provocada por una fuga en un tanque de gas LP. Ricardo da por hecho que una rata mordió la manguera:

“La manguera que conecta a la estufa fue mordida por una rata. El tanque estaba en la azotea, al aire libre, de modo que cualquier fuga se disiparía. Cambié esa manguera una semana antes, era de las que vienen forradas. Pero una rata mordió un tramo de unos 12 centímetros y ahí fue donde se originó el problema”, dice.

Ricardo y Jennifer viven hoy en Cuautla, junto con su familia, recuperándose satisfactoriamente, confiando en que las cosas pasan por algo y creyendo, muchísimo, en Dios:

“A mi hermana le dijeron, gente que vio cómo nos sacaban, que adentro de la casa había cuatro personas. Que vieron a cuatro. Nosotros somos cristianos. Oramos, le pedimos a Dios. Y nosotros pensamos que la cuarta persona era la presencia de Dios. Los socorristas dicen que ellos no se imaginan cómo es que no salimos hechos pedazos, por el tipo de explosión que se produjo, que era para que saliéramos desmembrados, y no fue así. Nosotros lo catalogamos como la presencia de Dios. Pero claro que también influye mucho lo que es la medicina, porque el conocimiento se los da Dios. Yo creo que Dios tiene algo preparado para nosotros”.

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