En Valle de Morelos las palabras no importan mucho. Hay que ver las miradas, el tono de sus voces, los jugueteos que hacen con sus manos, como si le quisieran arrancar al aire sus secretos: hablantes del náhuatl y el mixteco, los hombres y mujeres indígenas de este pueblo se alquilan a quien mejor les pague el corte de ejote y maíz, y siempre que haya algo que llevarse a la boca, las palabras pueden hacerse a un lado.
“Aquí los niños se van al campo cuando cumplen los ocho años de edad: los más grandecitos empiezan a cortar y a los chiquitos los tenemos cerca”, explicó Cándido Villa, representante de la comunidad para todos los asuntos públicos.
Cándido tiene 32 años de edad y es padre de tres niños: el mayor tiene 14 y, contra todo pronóstico, ha logrado cursar hasta la secundaria. A esa edad, Cándido acababa de abandonar su natal Chiepetepec, en Tlapa de Comonfort (Guerrero), para hacer su vida en los cultivos de Morelos. Con los años, aprendió a dominar el español.
“Los capitanes iban para allá a traer gente y decían vámonos al corte de ejote, nada más que antes sí había un poco más de trabajo”, explicó el oriundo de Guerrero, que muestra la piel morena y las manos de labrador. Como la temporada del ejote ha llegado a su fin, Cándido se pasa los días buscando trabajo como albañil, esperando que llegue octubre, mes en que el ejote los empieza a llamar desde la tierra.
Valle de Morelos
A los pies del cerro conocido como La Longaniza, Valle de Morelos se extiende entre las piedras del monte y un canal de riego que abastece los cultivos de maíz de Ciudad Ayala, una zona altamente productiva en esta época del año. Con una población de 510 personas, el pueblo está conformado por hombres y mujeres que llegaron con las manos vacías desde varias partes de Guerrero y que, a fines del siglo XX, empezaron a comprar sus propias tierras en esta región del mundo.
Simón Chautla, uno de los fundadores, acaba de volver a casa en su camioneta. En la parte trasera vienen sus hijos y 16 bultos de maíz que “piscaron” en los cultivos. Podrían valer 300 pesos. Simón espera que esta semana haya algo más que frijol para darle de comer a la familia. Tal vez una pieza de pollo rostizado.
“Para comprarme la camioneta tuve que irme para el otro lado (Estados Unidos), porque aquí sale para puro ir comiendo”, dijo Simón, a quien las palabras no le resultan fáciles.
Simón, de 43 años de edad, dejó Guerrero cuando tenía 22. Creía que Morelos sería noble con él, pero ni aquí ni en Estados Unidos encontró lo que buscaba.
“Hartos hombres se van a Sinaloa, pero yo no me puedo ir porque tengo una niña a la que están tratando en Cuernavaca, porque convulsiona”, mencionó Simón y sus ojos revelan angustia.
Los cultivos no discriminan
Juana Catalán no quiere hablar. Son sus hijos quienes la animan. Juana dice palabras que yo no comprendo, y en algún momento se me ocurre que tal vez las diga con ese objetivo. Habla náhuatl, pero con sus gestos expresa más que cualquier idioma del mundo.
“Vinimos a buscar trabajo cuando estaba chiquito mi hijo. Allá (vivió hasta los 23 años en Cacalotepec, Atlixtac, Guerrero) nomás sembrar, allá trabajo de milpa, siempre en el campo, trabajaba igual que un hombre, estudié poquito, nada más segundo grado de primaria”, comentó.
Juana, de 43 años, madre de cinco hijos, ha pasado la mitad de su vida cultivando ejote. La madre soltera aseguró que aunque se esfuerzan igual que los hombres las mujeres jornaleras sólo pueden ganar la mitad que ellos obtienen: mientras que un jornalero consigue hasta mil pesos a la semana, las mujeres vuelven a casa con sólo 500 pesos. “Es difícil, porque trabajamos igual”, se quejó.
Cómo surge un pueblo
Fundado en 1999, Valle de Morelos es uno de los pueblos de más reciente creación en la región Oriente de Morelos. Cándido contó que las primeras familias lograron comprar los terrenos después de muchos años de ir y venir entre un estado y otro, hasta que finalmente los dueños de los cultivos en los que trabajaban se comprometieron a apoyarlos reduciendo los costos de las tierras en este cerro.
Hoy en día es fácil distinguir cuáles fueron las primeras casas en ser construidas y cuáles pertenecen a aquéllos que acaban de llegar al pueblo: las de mayor antigüedad están hechas con bloques de concreto, mientras que las nuevas familias apenas si han podido construir sus levantar sus viviendas con carrizos y láminas de cartón.
Nadie sabe cuál será el destino de este pueblo. La mayoría de las calles son de tierra y pocos se atreven a esperar un poco de progreso: en cambio, los hombres han empezado a migrar a Sinaloa, donde, según afirman, hay más empleo.