Sergio Fuentes recibe y despide los días blandiendo su chicote en el aire. El sonido que produce este lazo al estrellarse contra el viento es lo más parecido a la detonación de un cuete, y sigue siendo uno de los métodos más efectivos para ‘asustar’ tordos y charreteros en los cultivos de arroz de Cuautla, sin tener que usar sustancias que pueden acabar con sus vidas. Don Sergio pertenece a una de las últimas generaciones de jornaleros que dominan la técnica. Después de él, quién sabe qué deparará la modernidad.
–La tecnología siempre va un paso más adelante que el hombre –dice Sergio, de 65 años de edad, piel morena y tostada, y un rostro que parece que siempre está sonriendo.
Sergio se levanta a las cuatro de la mañana, listo para trabajar. Vive solo. Alguna vez tuvo una familia en la Ciudad de México, trabajando en una fábrica, con una mujer y dos niños que lo esperaban en casa, pero esos días quedaron atrás: uno murió pequeño, de leucemia, y el otro terminó preso. Él decidió volver a Morelos, a seguir trabajando en el campo, tal como se lo inculcaron sus abuelos. En el campo, le decían ellos, es donde realmente se trabaja.
–Ellos tenían una idea de que el estudio era para flojos, para no hacer nada, que tenía que ganarme el dinero con sudor…
–Y lo convencieron…
–Me obligaron –suelta, con una carcajada contagiosa–. Y después me gustó. Es bonito: siembras una milpa, te comes un elote cortadito y al momento. La agricultura es muy bonita, porque come uno lo mejor, acabado de cosechar.
Espantando tordos
Los tordos y los tordos charreteros son aves capaces de acabar con cultivos enteros de arroz en cuestión de semanas. Hace mucho tiempo, los jornaleros morelenses, expertos en estos granos, idearon varios mecanismos para ahuyentarlos: el primero consiste en clavar ramas secas cada cierta distancia, con varias latas de aluminio amarradas en la punta. Las ramas son atadas una a otra con una cuerda, de manera que todas están unidas por una red parecida a una telaraña. Cuando los jornaleros miran las parvadas de tordos acercarse, agitan el lazo que lo conecta todo, haciendo sonar las latas para ‘espantar’ a las aves. Al mismo tiempo, el movimiento de las cuerdas es un obstáculo difícil de atravesar, si estás en pleno vuelo y eres un tordo.
El segundo método es el más llamativo y el que puede marcar la diferencia cuando el primero no da resultado. Esta técnica requiere de un chicote, una cuerda larga que se blande en el aire como si de un látigo se tratara. El sonido que produce es lo más parecido a la detonación de un cuete, suficiente para asustar a cualquier ave, incluso si ésta ha descendido a la espiga.
–Es pesado, porque es todo el día, y tiene uno que estar atento. Usted sabe que el trabajo del jornalero es muy mal pagado –dice Sergio, pero no es un lamento.
Aunque la producción de arroz es una de las más importantes de Morelos, con más de 900 hectáreas en todo el estado, el verdadero negocio escapa a quienes trabajan la tierra con sus manos y ni siquiera está en las de los productores, obligados a cubrir impuestos, créditos y seguros que reducen sus ganancias. Mientras que un productor vende el kilo de arroz a siete pesos, las comercializadoras pueden expenderlo en más de 30 pesos. Sergio, por su parte, gana mil 500 a la semana.
–Tenemos que trabajar porque no nos queda de otra, hay que salir adelante –remata, con un dejo de resignación.
El animalista
El tercer método para ahuyentar a los tordos es la resortera, que Sergio lleva colgando en el cuello durante toda la jornada. Cuando solo se trata de un ave traviesa, Sergio lanza una piedra hacia su dirección, procurando no hacerle daño y que la piedra dé contra otra superficie. No le gusta matar animales. Si el sonido del chicote ya es un tormento para las aves, no está dispuesto a ir más allá. Además, es consciente de que estas especies también cumplen una función polinizadora.
–Nada de que les va uno a pegar, porque si no, ¿adónde va uno a dar con los animalitos? Ellos se sientan ahí, se llevan el polen, se sientan en otra planta, y todo eso sirve –afirma el bondadoso Sergio.
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