Hace pocos días, hablaba con mis amistades de cómo es que la vida nos transforma. Las circunstancias, las personas y los lugares forman parte de nuestro camino y nos van llenando de color. Cada persona adquiere un color particular según su historia de vida. Los colores se intensifican conforme pasa el tiempo.
En los humedales de la Península de Yucatán habita alguien que cambia su coloración cuando crece: el flamenco. Tuve la oportunidad de conocer a estas impresionantes aves de hasta 1.50 metros de altura en las charcas salineras de la Reserva de la Biosfera Ría Celestún. Un lugar caluroso a 2 horas de Mérida pero lleno de magia rosa.
Cuando nacen los flamencos, su plumaje es blanco y adquieren el color rosa intenso después de casi 2 años de vida porque se alimentan de Artemias, un crustáceo que le ''presta" el color rosado a sus plumas. De largo cuello y patas, estas hermosas aves son majestuosas al volar y mostrar su belleza.
Su cortejo de apareamiento es impresionante: inicia con vocalizaciones particulares que anuncian que el baile está por iniciar. Extienden sus alas saludando al atardecer y pronto empezará una de las danzas más elegantes del planeta.
Los flamencos migran a diferentes lugares según las características climáticas de cada año. A este sitio en Celestún, se tiene el registro de que algunos van y vienen de Cuba, Florida y América Central.
Sin embargo, debido a que el cambio climático provoca cada vez tormentas y huracanes más devastadores, la delicadeza de los flamencos es muy susceptible a los fuertes vientos. Asimismo, el cambio de uso de suelo es una amenaza constante que acaba poco a poco con sus sitios de alimentación, reproducción y anidación.
Así como los Flamencos, aceptemos los nuevos colores que adquirimos a lo largo de nuestra vida y hagamos que sean tan intensos como nuestros días.
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