Rumbo a la antigua hacienda de El Hospital, en el municipio de Cuautla, hay un paraíso para todo aquel que guste de degustar mariscos. A través de las décadas, los habitantes de esta zona han hecho de la venta de mojarras y camarones un estilo de vida, aprendiendo a perfeccionar sus platillos y enfrentándose a los retos. Entre todos ellos, Darío García no ha dejado ser un soñador.
Hace nueve años, Darío abrió las puertas de Mi Ranchito. Su historia tiene un inicio preciso, situado en el día en que su familia adquirió parte de una parcela con el propósito de abrir una fonda en la que trabajaran todos los hermanos:
“Mi mamá dice ‘hay que armar una cocina con tus hermanos, que un día venda uno y otro día otro’, y le dije que estábamos bien. Íbamos camino a Chalma, platicando de este negocio, pero mis hermanas no quisieron unirse”, recuerda el cuautlense.
Darío, a quien desde niño le había llamado la atención el negocio de las mojarras, decidió entonces abrir una marisquería. Años atrás, siendo muy joven, se había relacionado con este mundo cuando su familia se hacía cargo de la unidad piscícola El Potrero, epicentro de la producción de mojarras en la zona, donde se sintió atraído por la cocina. Hace una década dio el siguiente paso:
“Se dio la oportunidad antes de una semana santa. Dije ‘voy a aprovechar’ y empezamos con la cocinita, que tenía las vigas, y empecé junto con unos amigos. No había publicidad, no había nada, era una cerca y poníamos afuera un letrero de ‘se vende mojarra’, pero en cartulinas, y fíjate qué grande es Dios, que desde ese día vendimos y hoy todo lo que tiene el negocio es porque de aquí se ha ido comprando”, narra.
Mariscos vs magisterio
Darío no estudió para ser cocinero, sino para ser maestro, profesión a la que se dedicó durante mucho tiempo, hasta que, poco a poco, el negocio de los mariscos empezó a conquistarlo. Hace nueve años, cuando Mi Ranchito abrió sus puertas al público, él era un docente que podía cumplir con sus obligaciones dentro del aula y en la cocina de su negocio, pero el éxito de la marisquería fue reclamándolo casi por completo, hasta que ya no pudo. Daba clases en el Distrito Federal y se dio cuenta un día que volvía del trabajo al negocio.
“Un día venía yo manejando y me vi muy apurado para llegar aquí, y dije ya, por la paz. Gracias a Dios al negocio le iba bien, así que pedí permiso en el magisterio”, recuerda.
Todos los días se levantaba a las tres de la mañana para ir por mojarra a Ayala, a la comunidad de El Vergel. Después de descargarla en Mi Ranchito partía a dar clases a otro estado. Era un modo de vida extenuante que lo forzó a decidirse por uno de los dos caminos. No se arrepiente. Ha pasado momentos complicados, pero la marisquería le ha dado mucho y hoy la ve como a un ser vivo.
Una familia vs la pandemia
Si algo hemos aprendido al hablar con los emprendedores que han logrado superar la crisis económica causada por la pandemia es que cada uno tuvo una forma distinta de ver las cosas. Darío, por ejemplo, ve a “Mi Ranchito” como una persona, con sus propias necesidades y bondades. Para él, el reto de la pandemia fue ser leal al restaurante en retribución a todo el tiempo que éste ha sido el sustento de su familia y sus colaboradores.
“Un negocio nace, crece y muere, ese es su ciclo, tal como el del ser humano. Pero cuando una persona ya te dio parte de su vida, ¿por qué le negarías tú la tuya? Él (dice, refiriéndose al negocio) me ha dado muchas cosas que nunca imaginé como conocer otro país, el trabajar, conocer, salir con mi familia a divertirme… ¿Por qué no habríamos de devolverle un poco de lo que nos ha dado? Aunque tengamos que poner de nuestra bolsa, pero él ya nos dio y tenemos que apoyarlo”, expresa.
Así que durante la pandemia la clave ha sido resistir los tiempos más difíciles y esperar que vengan tiempos mejores. ¿Las herramientas? Van más hacia la actitud que hacia otras cosas. Por ejemplo: mientras que otros negocios lograron atravesar la pandemia recurriendo al servicio a domicilio, esta posibilidad simplemente no dio los resultados esperados en “Mi Ranchito”, donde los mariscos no pueden servirse de otra forma que no sean calientes y el traslado no ayuda a conservar la temperatura de los platillos. Además, la espera puede ser larga para el cliente.
“Gracias a Dios ahí vamos. Aquí lo que se ofrece es fresco, porque, como les digo, tú vas a un lugar a olvidarte de lo que estás viviendo. Vas a pagar y quieres un buen servicio, así que tratamos de dar un buen servicio, que todo esté fresco y que la gente se vaya contenta”.
Darío ha sabido contagiar esta actitud de agradecimiento al trabajo a sus colaboradores, a quienes ve como parte de su propia familia.
“Mis pilares son mi familia, mi papá y mi mamá. Y hay muchos empleados que han estado conmigo desde que empecé, así que procuro que estén bien todos”, asegura.
Mi Ranchito
Ubicado sobre la carretera Cuautla – El Hospital, “Mi Ranchito” es un espacio que hoy recibe a sus clientes con la misma alegría de siempre y, aunque su carta es amplia, hay ciertos platillos que valdría la pena probar particularmente, sobre todo porque son recomendación del encargado del lugar, como la mojarra en barbacoa y los camarones “mi ranchito”, dos de las especialidades de la casa. El restaurante, de carácter familiar, no sólo ofrece mojarras, filetes, camarones y cocteles, sino también carnes asadas, codornices y carne de conejo.
Además, ofrece también la oportunidad de conocer a Darío, un hombre soñador y fervoroso, que ve en todos los días un motivo para estar agradecido. No envidia a los productores que, al igual que él, han hecho de la marisquería una forma de vida. Todo lo contrario: uno de sus sueños más grandes es lograr convertir esta zona en un corredor gastronómico en el que todos ellos resulten beneficiados.
“Todos aquí tenemos mojarra fresca, que es lo que permite que se cueza en su jugo, que sea más sabrosa. Todos aquí vendemos y vendemos bien, y ojalá que así siga para que el pueblo esté mejor y sigamos tratando de darle empleo a la gente de la zona”.