Durante más de cincuenta años, “Arte en marcos Aguilar” ha sido un sitio en el que se ha enmarcado de todo: desde títulos universitarios, retratos e imágenes de santos, hasta fotografías íntimas (demasiado íntimas), un delicado sable chino o una pistola con letras en oro y enconchado en nácar. La historia de este negocio, que hoy se ubica en el número 264 de la avenida Insurgentes, es grande, y, tal como las muñecas rusas, tiene una historia dentro de otra.
“La historia de este lugar inicia de cero: nos casamos y no teníamos nada, así que fue por puro amor. Empezamos el negocio de la nada y así fuimos caminando por la vida, trabajando ampliamente”, narra Paz Matilde Osorio, una de las protagonistas.
Durante años, Paz Matilde y Edgardo Aguilar, su esposo, han destacado por su labor en la promoción de la cultura y las artes de Cuautla. De jóvenes, algo hizo clic cuando se conocieron: él había crecido dentro de una familia aficionada a la literatura, y ella se sentía atraída por todo lo que tenía que ver con las artes. Pero antes de lograr que este negocio se consolidara por décadas, estuvo la calle.
“Mi suegra me encaminó. Había un señor que pasaba a la fonda donde ella trabajaba, que vendía marcos, y me dijo que por qué no me iba con él, que podía enseñarme. Yo pensé que los marcos no iban a ser negocio, pero le hice caso. Así que un día tomé un cajón de mi suegro, con unos cuadros, y acompañé a don Mario a la colonia Morelos, donde había muchas vecindades. Él iba por una acera y yo por otra, gritando ‘cuaaaadros, cuaaadros para los retratos, cuaadros’”, recuerda Edgardo, entre carcajadas.
Hoy la anécdota da risa, pero los inicios nunca son sencillos. Con el tiempo, Edgardo descubrió lo bien que se le daba vender cuadros y marcos.
“Fue el sistema de venta. Fue mostrarle los cuadros a la persona, dentro de la vecindad, y que ella me hiciera promoción con las demás, así que todo el mundo salía a comprar un santito o un retrato. Después empecé a circular por la ciudad y más tarde por los pueblos, a vender en abonos. Había veces que me pagaban con pollos, gallinas o huevos, o con guajolotes, porque la gente no tenía dinero, pero eso me lo traía a la fonda”, recuerda Edgardo.
Cada marco es especial
Si el sistema de venta de Edgardo, de vecindad en vecindad, sentó las claves de “Arte en marcos Aguilar”, la llegada de la maestra Paz Matilde convirtió el negocio en mucho más que un lugar donde se vendían cuadros y marcos, como ha sido hasta ahora. Paz, atraída desde siempre por el arte, supo cómo ofrecerles a los clientes exactamente lo que buscaban, especializándose en las molduras y los diseños.
“Tienen mucha confianza, sobre todo con ella, que conoce muchísimo. Yo soy más seco en esto, más obrero, más de hacer cosas, hasta que pude. Ella sigue atendiendo a los clientes y esa es la capacidad que tiene, de ver qué es lo que le conviene al cliente, y el cliente confía en ella. Hay gente que la busca porque quiere que la aconseje, ese ha sido el éxito”, reconoce Edgardo.
La confianza en el gusto de Paz Matilde no sólo viene de la gente del día a día que visita la tienda para enmarcar un diploma o una fotografía, sino también de los pintores más talentosos que le ha dado la ciudad al país, entre ellos Luis de Antuñano, Gustavo Valenzuela y Fernando Melena: hace 50 años, los tres encontraron aquí los mejores marcos para sus cuadros y, aunque al principio no se atrevían a confiar sus obras a las manos de Matilde y Edgardo, el tiempo fue forjando una relación de amistad y aprendizaje que perduró en medio siglo.
“Los mejores pintores han estado aquí, pero sí era un reto tomar una pintura de ellos. A veces ni siquiera querían dejarla”, recuerda él.
Pero se ganaron su confianza. Los pintores también demostraron no sólo ser talentosos, sino pagadores: cuando se llevaban los marcos para sus pinturas, no pagaban de inmediato:
“Tres marcos les hacíamos a cada uno. Se los teníamos que entregar el viernes, porque se iban el domingo al Jardín del Arte, en México, y ya nos venían a pagar el lunes”, recuerda Paz.
Entre los bienes más preciados de la tienda, la pareja conserva una reproducción del cuadro que Luis de Antuñano hizo del acueducto de la exhacienda La Concepción, en el poblado de El Hospital. Fallecido en 2021, De Antuñano logró consolidarse como uno de los máximos exponentes de la pintura a nivel local y regional, forjando las carreras de decenas de artistas que hoy siguen sus pasos.
La pandemia y la reflexión
Cincuenta años se dice fácil, pero es una vida. Para Paz y Edgardo, ha sido ver crecer y educar a sus hijos Luis Abraham, Nicolás Rodrigo, Priscila Claudette, Maurice Edgar y Dafne Rosalía a partir de este negocio. En el camino, ambos se dieron la oportunidad de seguir aprendiendo sobre lo que les apasiona, al grado de que ella se aventuró a estudiar la licenciatura en Historia del arte al mismo tiempo que sus hijos, y él se convirtió en maestro de actuación dentro de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos. En todo este tiempo han estado juntos, y hoy se preparan para ver continuar lo que construyeron a través de una nueva generación.
“Yo quiero tener a mis dos empleados para toda la vida. Además, mi hija Dafne estudió restauración y es muy sensible a todo esto. Las restauraciones le quedan muy bien, sobre todo los óleos de pintura, que son su especialidad. Ahí tiene su mesa, su escritorio, todo lo que necesita”, explica la maestra.
La pandemia pudo ser un periodo difícil para la pareja, pero al final todo se trata de una decisión. Y ellos decidieron aceptar las cosas con paciencia y aprovechar el confinamiento para seguir aprendiendo a través de la lectura. Edgardo, además, montó una obra de teatro en el hogar, junto a sus compañeros del grupo actoral “El paso del gato”.
Apoyados por sus hijos, ambos lograron cubrir los momentos más difíciles de los últimos dos años, solventando el pago de quienes colaboran con ellos en la tienda. Y tienen fe en el porvenir.
“Primero me sentía indispensable, pero me di cuenta de que no. Además, tenía libros que me habían regalado y que no había leído, y dije es mi oportunidad. Lo único doloroso fue en la cocina, porque mi asistente es diabética y le tuvimos que dar tiempo, yo me tuve que meter, pero me quemo, porque yo no soy de cocina, soy de hacer marcos”, dice la maestra Paz, mostrando, entre risas que apenas logran escaparse del cubrebocas, las huellas que han dejado las quemaduras en sus muñecas.
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