Los abuelos de Carlos sembraban arroz. Sus padres sembraban arroz. Y él, aunque pierde más de lo que gana, también lo siembra. Lo hace por tradición, porque lleva el espíritu arrocero en la sangre.
Es más: sabe que seguirá entregando el cuerpo y el alma a un cultivo en peligro de extinción en Morelos, con algunas de las últimas parcelas en Cuautla. Carlos es, como sus cultivos, una especie en peligro de extinción.
Yo ya tengo como 30 años de arrocero. Mi papá, mis abuelos, mi abuelita sembraban muchísimo arroz. No hemos dejado de sembrar, somos arroceros de tradición aquí en Cuautla
Carlos Domínguez
Carlos forma parte del Comisariado Ejidal de Cuautla, que en los últimos años ha enfrentado algunos de sus peores momentos debido a las condiciones económicas y climáticas que han impactado negativamente en la producción de prácticamente de cualquier grano, pero especialmente del blanco, que no solo presenta una baja rentabilidad, sino que requiere de agua en grandes cantidades.
"Lo que hemos estado viendo es que ha ido a la baja por el precio. El precio del arroz ha estado supeditado a lo que diga Segalmex (Seguridad Alimentaria Mexicana, empresa paraestatal que busca la autonomía alimentaria de México desde sus cuatro granos básicos: maíz, trigo, arroz y frijol)", dice Carlos, quien considera que la falta de un precio de garantía estable y el retraso en los apoyos federales han desalentado a los agricultores.
Aunque este año las lluvias han supuesto un nuevo aliento para los cultivos, Domínguez cree que no es suficiente:
"El agua de lluvia sí nos beneficia en los arroces porque les gusta. Es agua calientita y les ayuda para su desarrollo, pero el déficit de agua en el suelo sigue siendo un problema", dice.
El molino Buenavista, la última hacienda en funciones en Cuautla donde se procesa el arroz cultivado en la zona, maneja alrededor de 110 hectáreas de arroz, con unas 100 hectáreas dedicadas al cultivo tradicional en melga, pero entre cinco y 10 hectáreas, solamente, de siembra directa. Porque ya muy pocos productores se atreven a depositar toda su confianza en el cultivo.
"Mucha gente luego no le quiere entrar por los gastos de insumos, la preparación, todo ha estado muy caro y prefieren irse a las cañas".
Hubo un tiempo en que el campo de Cuautla se vestía con ese verdor único de los cultivos de arroz, con las puntas de la planta erigiéndose hacia el sol y la esperanza de cientos de familias y trabajadores que depositaban el futuro en cada grano. Hoy solo 29 personas conservan el cultivo. Si todas son como Carlos, aún hay esperanza para la tradición arrocera de Cuautla.