En 1982 los cines de Cuernavaca daban Blade Runner, Rambo, Reto al Destino, ET, Juegos Diabólicos y la pícara Porky’s. En la radio podía escucharse, según la estación, a Amanda Miguel con Él me Mintió, Luis Miguel y su 2 Enamorados o Directo al Corazón, o Yuri y su Maldita Primavera; y en las más fresonas se escuchaba la agonía disco con Love is in Control, de Donna Summer, o la fortaleza del rock de la época, Heat of the Moment, con Asia, I Love Rock’n Roll, de Joan Jett, o Rossanna de Toto.
Lauro Ortega inició su sexenio como gobernador de Morelos y José Castillo Pombo estaba por concluir su encargo de edil de Cuernavaca, una ciudad donde la heladería de moda, Danesa 33, frente al Casino de la Selva, servía los helados en cascos miniatura de futbol americano.
Eran importantes porque los mercadólogos de la heladería, cuya sucursal de Cuernavaca era propiedad de la familia Borbolla, habían dado al clavo, sin saberlo quizá, con el artículo que haría pervivir la heladería en el imaginario colectivo de Cuernavaca durante 40 años.
Los cascos de futbol americano de Danesa eran una promoción que ofrecía dos bolas de helado de cualquiera de los 33 sabores sobre un envase de plástico con esa forma, hasta con barras. Los 28 equipos de entonces estaban representados en los cascos que se acompañaban con una planilla de estampas cada uno para que el coleccionista las colocara en el casco al terminar el helado.
Para la National Football League la de 1982 fue una mala temporada, la huelga de jugadores duró 57 días y la temporada se acortó a solo nueve juegos, por lo que cualquier ayuda mercadológica era indispensable. La que ofreció la cadena de heladerías sirvió para consolidar la afición de muchos niños de Cuernavaca al deporte de las tacleadas, que empezaba también a formalizar más su presencia en la ciudad con equipos de la liga infantil.
Muchas cosas marcaron a la gente de Cuernavaca en la década de los 80, la moda de camisas pastel y jeans ajustados, uno que otro saco presagiando a Miami Vice que se estrenaría un par de años más tarde, los tonos neón y copetazos de las mujeres, aunque las más sofisticadas ya tenían el modelo de la Princesa Diana; el éxito el rock pop, las caminatas a cualquier parte y, para los amantes del helado: sabores múltiples en helados Danesa 33.
Ser niño en el Cuernavaca de los 80 era caminar por las banquetas mientras los juniors paseaban en sus caribes o vochos arreglados. Aquellas caminatas solían llevar a la gente al centro de la ciudad, aunque los residentes preferían dar la vuelta para entrar al boliche que había en el Casino de la Selva, y detenerse un rato a tomar un helado en aquella Danesa 33, una marca de helados que había nacido una década antes en Jalisco.
El local no era demasiado grande, aunque siendo niño parecía un coloso azul y amarillo que invitaba a pedir todos los sabores, pero los padres sólo permitían a lo sumo dos con lo que se completaban los necesarios para obtener el casquito que hacía falta en la colección (los de los Bucaneros y Patriotas aún eran blancos, y también jugaban aún los Petroleros). Los helados de chocochip, nuez, chicle, limón, chocolate y uva eran bastante socorridos, pero también tenían enorme éxito los de vainilla, limón, fresa y pistache.
Lety Hernández, vecina de Cuernavaca, recuerda los sabores de helados como algo delicioso: “Eran los mejores helados, el de nuez muy rico, estaba al lado del Casino de la Selva; y se veía muy bonito su número 33, para mi familia era ir los domingos a comer un helado”.
Juan Cordero, un residente más de la capital, ubica bien la heladería “donde ahora es la gasolinera (de La Selva), estaba la central de Pullman de Morelos y una pequeña gasolinera a un lado, la avenida Gobernadores era solo terracería y llegaba hasta la posada San Angelo”, contó.
A Judith Magdaleno le encantaba celebrar en Danesa 33: “La ocasión más esperada por mi hermano y por mí era la llegada de mi abuelita que venía de Veracruz, junto con el bisabuelo, en primer lugar porque nos consentía mucho y porque sabíamos que mientras los esperábamos mi mamá nos compraría un riquísimo helado. Mi favorito era sin lugar a dudas el de chicle; recuerdo que el sabor era rico, muy rico, pero eran los chicles lo más atractivo”.
Otro de los recuerdos que la señora Judith tiene muy presente es cuando su tía de regreso a casa jugaba con ella y sus primos a “¿quién ve primero Danesa 33?; inmediatamente todos nos poníamos en posición para tratar de ser el primero en ver el distintivo techo azul de la tan esperada heladería”, platicó.
Sin embargo, lo más triste fue cuando dejaron de ver el tradicional letrero azul con amarillo y en cambio había uno de Holanda: “No sabíamos nada de compras, adquisiciones, solo un día vimos que ya era Holanda. Habíamos perdido los 33 sabores de Danesa, aunque solo pudiéramos de dos o tres sabores: chicle, chocochip o ron con pasas”.
Los propietarios en Cuernavaca eran los miembros de la familia Borbolla, quienes llegaron a tener varias sucursales, sin embargo, la principal era la de La Selva, donde el dueño, el señor Borbolla, tenía su oficina y ahí sus hijos pasaban gran parte del día. Para quienes entonces conocieron a los Borbolla, lo que no era difícil en una ciudad pequeña y estando casi siempre presentes en la heladería de moda, se trata de una familia tranquila y muy atenta que estaba al pendiente de sus clientes, que podían sentarse fuera de la heladería mientras disfrutaban del helado y hablaban de la película de moda, de los planes para más tarde, o de las películas que podían verse en uno de los inventos de vanguardia entonces, las cintas Betamax.
Y tú, ¿te acordabas de Danesa 33?