“Dedicar mi vida al servicio de la humanidad. Velar ante todo por la salud y el bienestar de mis pacientes. Ejercer mi profesión con conciencia y dignidad, conforme a la buena práctica médica”; este texto forma parte del contenido del juramento hipocrático o también conocido como la promesa del médico.
Los profesionales de la medicina deben predicar con este juramento, y en ese sentido hubo un doctor en Cuautla que llegó junto con su familia del estado de Veracruz para ejercer la profesión.
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El médico militar Francisco Rafael Uscanga Enríquez fundó el Sanatorio Crucita, el cual tuvo tres ubicaciones dentro de la misma ciudad; la última, en la zona de los portales del Zócalo de Cuautla, a un costado el Palacio Municipal, a mediados de la década de los 50.
En este último lugar funcionó por más de 50 años, hasta que cerró sus puertas en el año 2004 cuando lo dirigía el Dr. Ismael Uscanga Lezama, hijo del fundador y quien había tomado las riendas un par de décadas antes al retiro de su padre.
Una historia muy saludable
María del Carmen Concepción Orozco Uscanga, primera nieta del doctor Francisco, recuerda como si fuera ayer el emporio médico que conformó su abuelo tras su llegada a la heroica luego de retirarse de la milicia para ejercer de forma particular.
“Él fue médico militar, ejerció en la milicia, pero cumpliendo sus años de regla, salió de ahí y se vino a Morelos a probar fortuna acompañado de mi abuela María Luisa Lezama de San Juan, y de dos de sus hijos, mi tío y mi madre. Mi abuelo era de Alvarado y mi abuela del puerto de Veracruz en el mismo estado”.
Cumplida su labor militar, el Dr. Uscanga decidió instalarse en Cuautla: “como se dice vulgarmente, vino a jugársela acá, llegó sin nada sólo con su esposa, mi madre y mi tío Ismael; cabe decir que mi abuelo Pancho tuvo siete hijos con mi abuela y otros nueve con otra familia”, comenta la nieta.
A su llegada a Cuautla, el abuelo de doña Carmen puso un primer sanatorio en lo que era la calle Fin del Rul, a la altura de la Alameda, ahí ejerció solo por un tiempo hasta que compró una propiedad en Francisco I. Madero número 133 para instalar su consultorio.
“Después por azares del destino conoce al doctor Mauro Belaunzarán Tapia y se hacen compadres; en esos tiempos un grupo de doctores se reunían cada ocho días en el Club de Leones, el doctor Aguilar, Palomera, Padilla, Enríquez y mi abuelo Pancho”.
“En una de esas ocasiones, el doctor Mauro Belaunzarán le ofreció rentarle una propiedad en el zócalo que estaba al costado norte del Palacio Municipal de Cuautla para que ahí instalara su sanatorio, y fue como le tomó la palabra y llegó a ese lugar entre principios y mediados de los 50”.
“Al sanatorio que mi abuelo le puso Crucita en memoria de su mamá, mi bisabuela María de la Cruz, fue uno de los primeros en Cuautla que contó con un área especial para Rayos X”.
“Mi abuelo trajo al mundo a medio pueblo de Telixtac, municipio de Axochiapan, también nacieron muchos pobladores de Cuautla y del resto de la región, incluso yo nací en el Crucita hace casi 60 años, y cuando él estaba ya en el retiro me alivió de mi primer hijo, tenía ya cuatro horas en labor de parto y no podía dar a luz, y aunque mi abuelo presentaba ya síntomas de Alzheimer y tenía cuatro años retirado, llegó al hospital y con una gran habilidad metió su mano a mi panza y jum, me sacó al niño hace 39 años de eso”.
Gran estructura y capacidad
La nieta del Dr. Uscanga en algún momento llegó a trabajar con su abuelo lavando las cobijas de las camas entre otras actividades de limpieza, sin goce de sueldo, eso sucedió años antes de entrar a estudiar para maestra, profesión de la que actualmente ya es jubilada.
Describió que el Sanatorio Crucita tenía ciertas comodidades pues las familias de los pacientes podían quedarse e incluso comer ahí ya que contaba con un comedor de piedra en un jardincito donde podían guisar y organizarse para comer, ya que la gente solía ir a comprar al mercado Cuautla que se encuentra enfrente a escasos 200 metros.
El sanatorio en su estructura contaba con un consultorio, al lado un cuarto de descanso del doctor, una sala de espera, un cuarto donde se aplicaban las inyecciones y se daban los medicamentos a los enfermos; una bodega de medicina y arriba de ella había un tapanco donde estaba el medicamento controlado.
Al inicio tenía también un baño con regadera, pero luego lo convirtieron en consultorio dental; había dos cuartos especiales que tenían baño cada uno de ellos, otros siete cuartos con cama para el enfermo y con un catre para un acompañante; una regadera para que se bañaran los pacientes o sus familiares; un área de lavado para las sábanas y demás ropa; una sala de operaciones para heridos o cesáreas; a un lado estaba la sala de partos normales; un cuarto más donde se esterilizaba todos los instrumentos y se hacían gasas, sábanas y toallas para los enfermos; atrás estaba el jardín con el comedor muy fresco porque pasaba por abajo un apantle; también un corredor con dos bancas grandes para que la gente pudiera descansar.
El hospital funcionaba con cuatro enfermeras junto con la jefa de ellas y dos afanadores.
Atención las 24 horas todo el año
El nosocomio no se cerraba, pues el área de hospitalización estaba abierta las 24 horas del día.
“Mi abuelo podía estar durmiendo en su casa y si había una emergencia le hablaban y llegaba a brindar la atención a los pacientes ya sea por una cesárea, un mal herido, hasta personas suicidas que se querían quitar la vida ya sea porque ingerían algún veneno del campo. Llegaba mucha gente, principalmente campesina”.
“Recuerdo cuando una ocasión llegué a una comunidad a trabajar como maestra, cuando escucharon mi apellido Uscanga, muchos me preguntaron que si era familiar del doctor ya que medio pueblo de ahí mi abuelo lo trajo al mundo; así sucedía en muchos de los pueblos alrededor de Cuautla donde conocían a mi abuelo por su labor como médico”.
Y es que agrega, a la gente el Dr. Uscanga solía darles facilidades de pago, aceptarles animales o productos del campo como pago por sus servicios; “había gente humilde de campo que le llevaban nopales, papas, calabazas, frijol, o arroz, según lo que cosechaban, o hasta mulitas; él no les decía que no porque nunca fue ambicioso, lo mismo ocurría en Tetelcingo por ejemplo donde tuvo muchas pacientes que se aliviaron con él, lo querían mucho por su atención y trato”.
Los milagros del doctor
En su narración la nieta de Francisco Uscanga dio a conocer que su abuelo fabricaba también algunos productos curativos sorprendentes como una pomada que inventó para curar la gangrena.
“Mi abuelo sanó varios pies gangrenados incluso a mi hace unos 12 años mi madre me curó un pie con esa misma pomada que mi abuelo hizo, lamentablemente nunca supimos la fórmula que él se llevó a la tumba cuando murió”.
Y es que asegura que su abuelo hacia menjurjes muy efectivos; una vez llegó una jovencita al consultorio con mucho grano en la cara preocupada porque tenía en puerta sus 15 años, “le dio un tratamiento y al mes ya estaba limpia de su cara, la familia muy agradecida le pagó con dos costales de frijoles, así era él, no le importaba que fuera con dinero o como pudieran, la cosa era ayudar a la gente, decía”.
El sanatorio pasó a manos de primer hijo varón
Al retiro del doctor Francisco, su hijo Ismael Uscanga Lezama tomó las riendas del Crucita y lo hizo después de haber estado un año interno en el hospital militar tras haber estudiado en la Universidad de Veracruz.
“Mi tío Ismael que llevaba el nombre de mi bisabuelo, se hizo cargo y mi madre Hermila Uscanga Lezama, ya por cumplir 5 años de fallecida, fue su mano derecha".
Doña Hermila era la hermana mayor y aprendió a ser enfermera sin nunca estudiar, “fue empírica, a pesar de eso llegó a ser muy buena enfermera ya que también estuvo dos años en el hospital militar con mi hermano que estuvo muy grave y ahí aprendió de las enfermeras y viceversa, fue mutua la enseñanza”.
“Mi madre tuvo otra profesión pues fue prefecta en la Técnica 19 de Casasano, pero su gran amor siempre fue la medicina, tanto que ella trajo a mis hijos al mundo, a mis sobrinos; tenía su corazón duro cuando estaba en la sala, pero ella fue buena en su labor como enfermera”, agrega doña Carmen.
La despedida
El Dr. Francisco Rafael Uscanga Enríquez, el fundador del desparecido Sanatorio Crucita, falleció el 25 de julio de 1997.
Era devoto del Santo Santiago Apóstol de Tenextepango, “en todos sus cuartos había imágenes del Sr. Santiago, y caso curioso justo cuando estábamos arreglando una imagen aquél 25 de julio, yo sentí cuando él ya se había ido. Murió a las 2 de la mañana, sufrió mucho por la enfermedad que tenía y a su despedida fue un mar de gente, muchos de sus pacientes o familiares de todas las comunidades e incluso hasta de Puebla llegaron a despedirlo; montadores de toros a quienes les salvó la vida, en fin, mucha gente que así le demostraron su agradecimiento porque mi abuelo ayudó a muchos pobres a través de la salud que les devolvió en su Sanatorio Crucita”.
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