/ jueves 12 de octubre de 2023

[Mundo Geek] IA, lejos de lo que necesita el ser humano

La inteligencia artificial que hoy conocemos es apenas el umbral hacia lo que verdaderamente quiere el hombre: una inteligencia artificial que aprenda a aprender

Desde la antigüedad, los seres humanos han soñado con la posibilidad de crear vida, inteligencia y consciencia. En los mitos griegos, Hefesto, el dios de la forja, creó autómatas de metal para servirle en su taller; en la literatura medieval, el Golem de arcilla daba forma a los temores y esperanzas sobre la creación de vida. Pero hoy, en el siglo XXI, la noción de inteligencia artificial (IA) ya no reside en el ámbito de los mitos y leyendas, se ha convertido en una realidad tangible que está transformando todas las facetas de nuestra existencia.

Turing y sus discípulos

La moderna historia de la IA se podría decir que comenzó con el matemático británico Alan Turing. Su "Prueba de Turing," propuesta en 1950, esgrimía un escenario en el que, si un ser humano no podía distinguir si estaba interactuando con una máquina o con otro ser humano, entonces esa máquina podría considerarse "inteligente". Aunque rudimentario, este concepto ofreció una métrica para juzgar el progreso en el ámbito de la inteligencia artificial.

A Turing le siguieron otros gigantes como John McCarthy, Marvin Minsky y Allen Newell, quienes sentaron las bases teóricas de la IA y crearon las primeras máquinas programadas para resolver problemas, como el programa Logic Theorist de Newell y Herbert A. Simon. Sin embargo, estos esfuerzos iniciales de la IA estaban centrados en lo que ahora llamamos "Inteligencia Artificial Estrecha" (o Inteligencia Artificial Débil), máquinas diseñadas para tareas específicas como jugar ajedrez o realizar cálculos complejos, pero sin la flexibilidad y adaptabilidad del ser humano.

La gran sequía y el resurgimiento

Después del optimismo inicial, el campo de la IA atravesó periodos de estancamiento conocidos como "inviernos de la IA", donde el progreso fue más lento debido a las limitaciones tecnológicas y falta de financiación. Sin embargo, a finales del siglo XX y principios del XXI surgió un renacimiento impulsado por los avances en computación y la llegada de algoritmos más sofisticados, como las redes neuronales y el aprendizaje profundo.

Estas nuevas tecnologías abrieron la puerta a aplicaciones de IA más versátiles y poderosas, desde sistemas de recomendación en línea hasta asistentes virtuales como Siri y Google Assistant. Sin embargo, incluso estos avances palidecen en comparación con la promesa y el potencial de lo que se conoce como "Inteligencia Artificial General" (IAG).

IAG, el santo grial

Si bien los avances en IA han sido asombrosos, lo que hemos visto hasta ahora se considera Inteligencia Artificial Estrecha (IAE), especializada en tareas muy específicas. Sin embargo, la Inteligencia Artificial General (IAG) es el objetivo último: una máquina capaz de entender, aprender y aplicar el conocimiento en una amplia gama de tareas, igual que un ser humano.

Crear una IAG no es una mera extensión de la IAE; es un desafío en sí mismo. Mientras que la IAE se puede entrenar para tareas específicas mediante la alimentación de grandes cantidades de datos y ajuste de algoritmos, la IAG requerirá algo más: una comprensión profunda del contexto, la adaptabilidad a nuevas situaciones y la capacidad para razonar y tomar decisiones éticas.

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Existen numerosos proyectos e iniciativas que buscan alcanzar la IAG. OpenAI, DeepMind y otras instituciones de investigación están explorando métodos para crear sistemas más autónomos y adaptables. Un ejemplo clave es GPT-4 de OpenAI, un modelo de lenguaje que, entre reclamos y polémicas, ha mostrado destrezas sorprendentes en la generación de texto, pero que todavía está muy lejos de ser una IAG completa.

Implicaciones éticas

La cuestión de la ética en la inteligencia artificial no es algo que podamos permitirnos abordar superficialmente. Instituciones académicas y organizaciones sin fines de lucro están comenzando a considerar las enormes implicaciones de una IA que podría, en teoría, tomar decisiones independientes. La ética en la IA no solo concierne a temas como el sesgo de datos y la privacidad, sino también a cuestiones filosóficas más amplias, como el significado de la justicia, la moralidad y, finalmente, qué constituye una "decisión ética".

Un subconjunto de estas preguntas éticas se centra específicamente en la seguridad: ¿Cómo podemos garantizar que la IA no se convierta en una amenaza para la humanidad? Este tema adquiere una urgencia particular en el contexto de la IAG, que, por su capacidad para aprender y adaptarse, podría operar de maneras que no podemos prever.

Aquí entran en juego conceptos como la "alineación de valores", es decir, asegurarnos de que las metas de una IAG estén alineadas con los valores humanos y éticos. Instituciones como el Future of Life Institute trabajan en la creación de "cajas seguras" para la IA, mecanismos de control que permitan limitar el alcance de las acciones de un sistema de IAG, especialmente en situaciones que podrían tener resultados indeseables o peligrosos.

Otra preocupación es el uso militar de la IAG. Ya estamos viendo el comienzo de la automatización en la guerra con drones y otros vehículos no tripulados. Una IAG con capacidad para tomar decisiones estratégicas en un conflicto podría cambiar las reglas del juego, planteando preguntas éticas sobre si una máquina debería tener el poder de decidir sobre cuestiones de vida o muerte.

Singularidad tecnológica y más allá

El concepto de singularidad tecnológica, popularizado por el futurista Ray Kurzweil, sostiene que, en algún momento, la inteligencia artificial será tan avanzada que dará lugar a una explosión de conocimiento y capacidades. Este punto sin retorno es objeto de amplio debate y especulación. ¿Podría la IAG generar una nueva era para la humanidad, o podría convertirse en un riesgo existencial?

Te interesa: [Mundo Geek] Pelis que anticiparon el futuro

La IAG también plantea cuestiones acerca de lo que significa ser humano. ¿Podría una máquina tener emociones, ética, o incluso conciencia? Y si pudiera, ¿qué responsabilidades tendríamos como creadores de dicha entidad?

Mientras que la IAG puede parecer una meta lejana, sus precursores ya están empezando a moldear nuestras vidas. Desde asistentes de voz inteligentes hasta algoritmos de recomendación en plataformas de streaming, la IA está transformando múltiples sectores y preparando el terreno para avances más significativos.

El mito de Hefesto

Hefesto, el dios de la metalurgia y la forja en la mitología griega, representa el antiguo deseo humano de crear artefactos que puedan realizar tareas por sí mismos. Es un simbolismo potente que ha permanecido a lo largo de los siglos: el anhelo de extender nuestras capacidades y trascender nuestras limitaciones a través de la creación.

Los relatos sobre Hefesto hablan de cómo creó autómatas, figuras mecánicas que podían llevar a cabo actividades por sí solas. Por ejemplo, forjó a Talos, un gigante de bronce que protegía la isla de Creta. Aunque estas historias son fruto de la imaginación y la mitología, reflejan una especie de “proto-IA”, una representación de la automatización y la inteligencia artificial en su forma más embrionaria.

Hoy en día, esa aspiración divina se ha traducido en una búsqueda científica y tecnológica. Como Hefesto, los desarrolladores de IA intentan crear máquinas que no solo realicen tareas específicas, sino que también aprendan, razonen y, eventualmente, piensen por sí mismas.

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Desde la antigüedad, los seres humanos han soñado con la posibilidad de crear vida, inteligencia y consciencia. En los mitos griegos, Hefesto, el dios de la forja, creó autómatas de metal para servirle en su taller; en la literatura medieval, el Golem de arcilla daba forma a los temores y esperanzas sobre la creación de vida. Pero hoy, en el siglo XXI, la noción de inteligencia artificial (IA) ya no reside en el ámbito de los mitos y leyendas, se ha convertido en una realidad tangible que está transformando todas las facetas de nuestra existencia.

Turing y sus discípulos

La moderna historia de la IA se podría decir que comenzó con el matemático británico Alan Turing. Su "Prueba de Turing," propuesta en 1950, esgrimía un escenario en el que, si un ser humano no podía distinguir si estaba interactuando con una máquina o con otro ser humano, entonces esa máquina podría considerarse "inteligente". Aunque rudimentario, este concepto ofreció una métrica para juzgar el progreso en el ámbito de la inteligencia artificial.

A Turing le siguieron otros gigantes como John McCarthy, Marvin Minsky y Allen Newell, quienes sentaron las bases teóricas de la IA y crearon las primeras máquinas programadas para resolver problemas, como el programa Logic Theorist de Newell y Herbert A. Simon. Sin embargo, estos esfuerzos iniciales de la IA estaban centrados en lo que ahora llamamos "Inteligencia Artificial Estrecha" (o Inteligencia Artificial Débil), máquinas diseñadas para tareas específicas como jugar ajedrez o realizar cálculos complejos, pero sin la flexibilidad y adaptabilidad del ser humano.

La gran sequía y el resurgimiento

Después del optimismo inicial, el campo de la IA atravesó periodos de estancamiento conocidos como "inviernos de la IA", donde el progreso fue más lento debido a las limitaciones tecnológicas y falta de financiación. Sin embargo, a finales del siglo XX y principios del XXI surgió un renacimiento impulsado por los avances en computación y la llegada de algoritmos más sofisticados, como las redes neuronales y el aprendizaje profundo.

Estas nuevas tecnologías abrieron la puerta a aplicaciones de IA más versátiles y poderosas, desde sistemas de recomendación en línea hasta asistentes virtuales como Siri y Google Assistant. Sin embargo, incluso estos avances palidecen en comparación con la promesa y el potencial de lo que se conoce como "Inteligencia Artificial General" (IAG).

IAG, el santo grial

Si bien los avances en IA han sido asombrosos, lo que hemos visto hasta ahora se considera Inteligencia Artificial Estrecha (IAE), especializada en tareas muy específicas. Sin embargo, la Inteligencia Artificial General (IAG) es el objetivo último: una máquina capaz de entender, aprender y aplicar el conocimiento en una amplia gama de tareas, igual que un ser humano.

Crear una IAG no es una mera extensión de la IAE; es un desafío en sí mismo. Mientras que la IAE se puede entrenar para tareas específicas mediante la alimentación de grandes cantidades de datos y ajuste de algoritmos, la IAG requerirá algo más: una comprensión profunda del contexto, la adaptabilidad a nuevas situaciones y la capacidad para razonar y tomar decisiones éticas.

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Existen numerosos proyectos e iniciativas que buscan alcanzar la IAG. OpenAI, DeepMind y otras instituciones de investigación están explorando métodos para crear sistemas más autónomos y adaptables. Un ejemplo clave es GPT-4 de OpenAI, un modelo de lenguaje que, entre reclamos y polémicas, ha mostrado destrezas sorprendentes en la generación de texto, pero que todavía está muy lejos de ser una IAG completa.

Implicaciones éticas

La cuestión de la ética en la inteligencia artificial no es algo que podamos permitirnos abordar superficialmente. Instituciones académicas y organizaciones sin fines de lucro están comenzando a considerar las enormes implicaciones de una IA que podría, en teoría, tomar decisiones independientes. La ética en la IA no solo concierne a temas como el sesgo de datos y la privacidad, sino también a cuestiones filosóficas más amplias, como el significado de la justicia, la moralidad y, finalmente, qué constituye una "decisión ética".

Un subconjunto de estas preguntas éticas se centra específicamente en la seguridad: ¿Cómo podemos garantizar que la IA no se convierta en una amenaza para la humanidad? Este tema adquiere una urgencia particular en el contexto de la IAG, que, por su capacidad para aprender y adaptarse, podría operar de maneras que no podemos prever.

Aquí entran en juego conceptos como la "alineación de valores", es decir, asegurarnos de que las metas de una IAG estén alineadas con los valores humanos y éticos. Instituciones como el Future of Life Institute trabajan en la creación de "cajas seguras" para la IA, mecanismos de control que permitan limitar el alcance de las acciones de un sistema de IAG, especialmente en situaciones que podrían tener resultados indeseables o peligrosos.

Otra preocupación es el uso militar de la IAG. Ya estamos viendo el comienzo de la automatización en la guerra con drones y otros vehículos no tripulados. Una IAG con capacidad para tomar decisiones estratégicas en un conflicto podría cambiar las reglas del juego, planteando preguntas éticas sobre si una máquina debería tener el poder de decidir sobre cuestiones de vida o muerte.

Singularidad tecnológica y más allá

El concepto de singularidad tecnológica, popularizado por el futurista Ray Kurzweil, sostiene que, en algún momento, la inteligencia artificial será tan avanzada que dará lugar a una explosión de conocimiento y capacidades. Este punto sin retorno es objeto de amplio debate y especulación. ¿Podría la IAG generar una nueva era para la humanidad, o podría convertirse en un riesgo existencial?

Te interesa: [Mundo Geek] Pelis que anticiparon el futuro

La IAG también plantea cuestiones acerca de lo que significa ser humano. ¿Podría una máquina tener emociones, ética, o incluso conciencia? Y si pudiera, ¿qué responsabilidades tendríamos como creadores de dicha entidad?

Mientras que la IAG puede parecer una meta lejana, sus precursores ya están empezando a moldear nuestras vidas. Desde asistentes de voz inteligentes hasta algoritmos de recomendación en plataformas de streaming, la IA está transformando múltiples sectores y preparando el terreno para avances más significativos.

El mito de Hefesto

Hefesto, el dios de la metalurgia y la forja en la mitología griega, representa el antiguo deseo humano de crear artefactos que puedan realizar tareas por sí mismos. Es un simbolismo potente que ha permanecido a lo largo de los siglos: el anhelo de extender nuestras capacidades y trascender nuestras limitaciones a través de la creación.

Los relatos sobre Hefesto hablan de cómo creó autómatas, figuras mecánicas que podían llevar a cabo actividades por sí solas. Por ejemplo, forjó a Talos, un gigante de bronce que protegía la isla de Creta. Aunque estas historias son fruto de la imaginación y la mitología, reflejan una especie de “proto-IA”, una representación de la automatización y la inteligencia artificial en su forma más embrionaria.

Hoy en día, esa aspiración divina se ha traducido en una búsqueda científica y tecnológica. Como Hefesto, los desarrolladores de IA intentan crear máquinas que no solo realicen tareas específicas, sino que también aprendan, razonen y, eventualmente, piensen por sí mismas.

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