/ sábado 30 de septiembre de 2023

Lustradores de Zapato, un oficio en peligro de extinción

Los lustradores de Cuautla son un recuerdo vivo de una época que se ha marchado. Las nuevas generaciones ya no recurren a sus servicios

La mañana se despierta con el eco lejano de las suelas de los zapatos pisoteando las calles. Un golpe tras otro. El sol no perdona; la vida comienza temprano para todos.

En medio del frenetismo, los lustradores de zapatos aparecen como actores en un escenario que ya no les pertenece, pero del que no quieren retirarse.

A los ojos de quien quiere verlo, estos hombres y esta mujer representan el retrato vivo de una época de la que sólo queda una silueta. Son los lustradores de zapatos de Cuautla.

Lucía se dedica al oficio desde hace más de 22 años. / Gudelia Servín | El Sol de Cuautla

Lucía

Lucía González se levanta antes que el sol, entre las cuatro treinta y las cinco de la mañana. Lustra zapatos en el zócalo desde hace 22 años y cinco meses. Lleva bien la cuenta, como quien recuerda su primera cita o el primer día de clases. Es la única mujer en un oficio de hombres. Por eso todo es tan significativo para ella.

"Es nomás llevarse bien con todos", dice, con la misma simplicidad con que aplica grasa en un zapato. Lucía no pide más que trabajar y ser dejada en paz.

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Andrés

Andrés Carranza, de Totolapan, viaja a Cautla con la frecuencia que sus necesidades lo permiten. Cuando pasa por el zócalo, le viene a la memoria el recuerdo vivo de su padre, un hombre que calzaba botas. En la imagen, el niño está sentado en una de las jardineras del zócalo, mientras un hombre le lustra los zapatos al padre. La espera termina con un hombre de botas relucientes, de pie ante la admiración de su pequeño.

"Me acuerdo que mi papá venía cada vez que le tocaba darle grasa a sus zapatos, y ahora yo también lo hago, cada vez que me toca", dice Andrés, mientras Maximiliano le da bola a sus zapatos.

Maximiliano, un lustrador de la "vieja escuela". / Gudelia Servín | El Sol de Cuautla

Maximiliano

Maximiliano es de aquella vieja escuela. La que, antes de casarse con una esposa, se casaba con su oficio. Una generación para la que el trabajo era una especie de deidad a la que había que entregarle todo para que devolviera en la misma medida: dominar la técnica, entender los ritmos, volverse un maestro en el uso de los colores, saber tratar al cliente.

"En Totolapan no hay lustradores de zapatos", dice Andrés.

Maximiliano es de Oaxaca y llegó a Cuautla en 1965. Aquí se casó e hizo su familia. Al principio, trabajaba en el campo, pero una vez que conoció el mundo de la boleada no volvió a desprenderse de él. Y no piensa hacerlo mientras tenga vida.

"Para satisfacer al cliente, hay que prestar mucha atención a los detalles. A veces llegan zapatos realmente maltratados, especialmente si la persona trabaja en el campo. Nuestra tarea es encontrar la mejor forma de que se vean bien para que el cliente regrese", dice Maximiliano.

Lo ideal es bolear los zapatos cada semana, aunque las recomendaciones de este tipo siempre van a variar. Durante la temporada de lluvias, los zapatos se ensucian y desgastan más rápido, mientras que en tiempos de calor la pintura dura más tiempo en firme.

Estos son los conocimientos de una época que está a punto de desaparecer, que los jóvenes de hoy no tienen presentes, porque ya no bolean sus zapatos.


Menos clientes, más desafíos

Mientras los lustradores de zapatos como Lucía y Maximiliano continúan con sus oficios, enfrentan un problema creciente: la disminución de la clientela. Las generaciones más jóvenes ya no consideran necesario este servicio. Lucía lo confirma cuando habla de la cantidad de personas que la visitan durante la semana.

"Entre semana vienen unas seis, siete personas... Antes eran más, había más trabajo", dice Lucía.

Los lustradores de Cuautla son la memoria viva de un oficio que se desvanece. Han boleado los zapatos de alcaldes y diputados, pero también de agricultores y oficinistas. Su perspectiva es tan amplia como su clientela, y su filosofía es simple pero penetrante: "Para satisfacer al cliente, hay que prestar mucha atención a los detalles", es el mantra de Maximiliano.

En un mundo donde los zapatos lustrados son un lujo más que una necesidad, el hombre no cede ante la amenaza de la modernidad.

"Seguiré en este oficio hasta que mi cuerpo me lo permita", afirma.

Veinte lustradores se levantan cada madrugada para instalarse a las ocho de la mañana en Cuautla, distribuidos entre el zócalo y la alameda.





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La mañana se despierta con el eco lejano de las suelas de los zapatos pisoteando las calles. Un golpe tras otro. El sol no perdona; la vida comienza temprano para todos.

En medio del frenetismo, los lustradores de zapatos aparecen como actores en un escenario que ya no les pertenece, pero del que no quieren retirarse.

A los ojos de quien quiere verlo, estos hombres y esta mujer representan el retrato vivo de una época de la que sólo queda una silueta. Son los lustradores de zapatos de Cuautla.

Lucía se dedica al oficio desde hace más de 22 años. / Gudelia Servín | El Sol de Cuautla

Lucía

Lucía González se levanta antes que el sol, entre las cuatro treinta y las cinco de la mañana. Lustra zapatos en el zócalo desde hace 22 años y cinco meses. Lleva bien la cuenta, como quien recuerda su primera cita o el primer día de clases. Es la única mujer en un oficio de hombres. Por eso todo es tan significativo para ella.

"Es nomás llevarse bien con todos", dice, con la misma simplicidad con que aplica grasa en un zapato. Lucía no pide más que trabajar y ser dejada en paz.

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Andrés

Andrés Carranza, de Totolapan, viaja a Cautla con la frecuencia que sus necesidades lo permiten. Cuando pasa por el zócalo, le viene a la memoria el recuerdo vivo de su padre, un hombre que calzaba botas. En la imagen, el niño está sentado en una de las jardineras del zócalo, mientras un hombre le lustra los zapatos al padre. La espera termina con un hombre de botas relucientes, de pie ante la admiración de su pequeño.

"Me acuerdo que mi papá venía cada vez que le tocaba darle grasa a sus zapatos, y ahora yo también lo hago, cada vez que me toca", dice Andrés, mientras Maximiliano le da bola a sus zapatos.

Maximiliano, un lustrador de la "vieja escuela". / Gudelia Servín | El Sol de Cuautla

Maximiliano

Maximiliano es de aquella vieja escuela. La que, antes de casarse con una esposa, se casaba con su oficio. Una generación para la que el trabajo era una especie de deidad a la que había que entregarle todo para que devolviera en la misma medida: dominar la técnica, entender los ritmos, volverse un maestro en el uso de los colores, saber tratar al cliente.

"En Totolapan no hay lustradores de zapatos", dice Andrés.

Maximiliano es de Oaxaca y llegó a Cuautla en 1965. Aquí se casó e hizo su familia. Al principio, trabajaba en el campo, pero una vez que conoció el mundo de la boleada no volvió a desprenderse de él. Y no piensa hacerlo mientras tenga vida.

"Para satisfacer al cliente, hay que prestar mucha atención a los detalles. A veces llegan zapatos realmente maltratados, especialmente si la persona trabaja en el campo. Nuestra tarea es encontrar la mejor forma de que se vean bien para que el cliente regrese", dice Maximiliano.

Lo ideal es bolear los zapatos cada semana, aunque las recomendaciones de este tipo siempre van a variar. Durante la temporada de lluvias, los zapatos se ensucian y desgastan más rápido, mientras que en tiempos de calor la pintura dura más tiempo en firme.

Estos son los conocimientos de una época que está a punto de desaparecer, que los jóvenes de hoy no tienen presentes, porque ya no bolean sus zapatos.


Menos clientes, más desafíos

Mientras los lustradores de zapatos como Lucía y Maximiliano continúan con sus oficios, enfrentan un problema creciente: la disminución de la clientela. Las generaciones más jóvenes ya no consideran necesario este servicio. Lucía lo confirma cuando habla de la cantidad de personas que la visitan durante la semana.

"Entre semana vienen unas seis, siete personas... Antes eran más, había más trabajo", dice Lucía.

Los lustradores de Cuautla son la memoria viva de un oficio que se desvanece. Han boleado los zapatos de alcaldes y diputados, pero también de agricultores y oficinistas. Su perspectiva es tan amplia como su clientela, y su filosofía es simple pero penetrante: "Para satisfacer al cliente, hay que prestar mucha atención a los detalles", es el mantra de Maximiliano.

En un mundo donde los zapatos lustrados son un lujo más que una necesidad, el hombre no cede ante la amenaza de la modernidad.

"Seguiré en este oficio hasta que mi cuerpo me lo permita", afirma.

Veinte lustradores se levantan cada madrugada para instalarse a las ocho de la mañana en Cuautla, distribuidos entre el zócalo y la alameda.





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