/ jueves 6 de enero de 2022

[Juntos Crecemos] Amor y buen sazón contra la pandemia

Hace 10 años, un momento de crisis llevó a Lucía Chavelas a emprender un negocio propio que le apuesta al sabor y la tradición

Ha sido un gusto conocer a Mamá Lucy, la mujer detrás de una pozolería que, fundada hace diez años, hoy sigue edificando una historia de lazos familiares, amor a la cocina y buen sabor. Ubicada en el número 27 de la calle Defensa del Agua, en el Centro Histórico de Cuautla, la pozolería “Mamá Lucy” abre sus puertas de miércoles a lunes, con pozoles verde, blanco y rojo y, sin temor a equivocarnos, una de las mejores pancitas que pueden probarse por la zona.

“No es presunción, pero es la mejor del condado. Cuando vas a la Ciudad de México o cualquier parte de la República, el platillo tiene un aroma hasta fétido, pero esta no. Está deliciosa. La cuezo con pata de res. Está bien trabajada”, dice María Lucía Chavelas Méndez, abuela, madre y esposa orgullosa de sus raíces guerrerenses, de su familia y de cada uno de los platillos que se sirven en este lugar.

La pozolería “Mamá Lucy” empezó hace una década, cerca de la terminal de autobuses Estrella Roja. Ella lo recuerda bien: en aquella época, su matrimonio pasaba por una etapa de crisis, así que uno de sus hijos, Moisés, le ofreció su ayuda para abrir el negocio que quisiera y empoderarse económicamente. Pensó en varias opciones, pero inmediatamente supo que no se sentiría a gusto haciendo otra cosa que no fuera cocinar.

“Mi hijo el mayor me dijo ‘te voy a poner un negocio, ¿qué quieres?’ Yo no sabía atender una farmacia o una tienda, o un bazar, no. Lo que yo sabía era ayudar a mi mamá con el pozole y por eso decidí seguir con la tradición”, recuerda mamá Lucy.

La tradición la inició su madre, Elisa Méndez Romero, quien durante más de 60 años estuvo al frente de la pozolería “La Chilapeña”, toda una tradición cuautlense que sólo pudo concluir hasta que ella falleció. Fue al lado de su madre donde Lucy aprendió a cocinar el tradicional pozole blanco, que hoy sigue siendo su favorito.

“Mi mamá falleció hace dos años. Ella era la chilapeña. Aunque nació en La Luz, Guerrero; mi papá, Alfonso Chavelas Méndez, era de Chilapa. Ella vendía puro pozole blanco”, rememora Lucy.

Lucía Chavelas es esposa, madre, abuela, cocinera y es, además, una mujer con la que da gusto hablar. Le gusta tomar la iniciativa y el hilo con el que teje sus conversaciones es reflexivo y de buen humor. Presume lo que vale la pena presumir, pero también habla con absoluta sinceridad para reconocer cuando las cosas no van del todo bien.

La familia ha sido un pilar importante para sacar a flote el negocio. / Gude Servín | El Sol de Cuautla


Unidos contra la pandemia

En la historia de su pozolería, la pandemia ha sido la etapa más complicada que le ha tocado enfrentar, tanto en el ámbito económico como en el personal: en la contingencia, su familia resultó contagiada.

“A mí me dio en enero, así como a mis cinco hijos. Nos dio muy feo, pero aguantamos. Tuvimos que cerrar por 20 días. Además, ya había cerrado durante tres meses al inicio de la contingencia”, recuerda Lucy.

En esos tres meses, en que el negocio permaneció cerrado, Mamá Lucy hizo algo que pocos comerciantes han hecho: eventualmente les pedía a sus trabajadores que se presentaran para apoyarlos económicamente, según las necesidades que tuviera cada uno.

“Les avisaba que vinieran. Los veía tal día y les daba dinero, aunque no trabajaran. No mucho, pero con la intención de apoyarlos, porque hay gente que paga renta, que viven aquí, que viven allá, que necesitan para comer”.

Una vez reabiertas las puertas de la pozolería, Lucy se esmeró por ser todavía más cuidadosa con las medidas de higiene, al grado de que, según afirma, las mesas de madera se hicieron blancas de tanto cloro y desinfectante que se les aplicaba.

“Les echaba y echaba. Tanto cloro, tanto líquido, tanto desinfectante… se acaba la madera. Todo lo que dejaban se tiraba a la basura, y los trastes se lavaban muy bien para volver a usarlos. Por donde vivo, hubo pérdidas de conocidos, familiares, gente que se fue, y eso te da miedo”.


Una jefa exigente

Como jefa, Mamá Lucy es exigente y no cualquier persona llega a ganarse su confianza. Pero cuando alguien lo logra, puede ser la más gentil. Sobre todo, le gusta que el lugar esté limpio, que la decoración se luzca y los platillos no pierdan el sabor.

“Soy bien especial, y fíjate que, aparte de eso, lo que le peleo a todo el mundo es la limpieza. Me gusta todo limpio. No es presunción, pero la limpieza va desde el baño hasta la cocina, pasando por la mesa y todos los productos. Me gusta la higiene”, afirma.

Hace cinco años que el negocio se trasladó a este espacio. Desde entonces, trabajadores han ido y venido, pero ella permanece al frente con el mismo entusiasmo. Actualmente, don Filiberto Sánchez y Oliveria Sánchez le ayudan en la preparación de los alimentos y el servicio al cliente, mientras que su hermana Matilde la apoya en casa.

“Todo está hecho con amor. Les va a encantar. Aquí la gente que viene por primera vez regresa con sus suegros, sus primos, sus tíos, porque les encanta la sazón. Los tacos son fritos al momento. Se doran al momento. Lo mismo que las tostadas, las picaditas, los tlacoyos. Y todo está muy rico”, nos dice.

Le gusta platicar. Y, aunque hoy mismo sea un día tranquilo, no pierde el humor. A pesar de lo difíciles que han sido las cosas desde la llegada de la pandemia, confía en un futuro mejor y disfruta los fines de semana, días en que el lugar está a su máxima capacidad y sus nietos llegan a ayudarla.

“Un negocio es como un hijo: no hay que soltarlo de la mano cuando está empezando. Si lo llevas de la mano pueden llegar juntos adonde sea. Así como un hijo puede llegar a ser profesionista, lo mismo el negocio. Chingón”, reflexiona.


Ha sido un gusto conocer a Mamá Lucy, la mujer detrás de una pozolería que, fundada hace diez años, hoy sigue edificando una historia de lazos familiares, amor a la cocina y buen sabor. Ubicada en el número 27 de la calle Defensa del Agua, en el Centro Histórico de Cuautla, la pozolería “Mamá Lucy” abre sus puertas de miércoles a lunes, con pozoles verde, blanco y rojo y, sin temor a equivocarnos, una de las mejores pancitas que pueden probarse por la zona.

“No es presunción, pero es la mejor del condado. Cuando vas a la Ciudad de México o cualquier parte de la República, el platillo tiene un aroma hasta fétido, pero esta no. Está deliciosa. La cuezo con pata de res. Está bien trabajada”, dice María Lucía Chavelas Méndez, abuela, madre y esposa orgullosa de sus raíces guerrerenses, de su familia y de cada uno de los platillos que se sirven en este lugar.

La pozolería “Mamá Lucy” empezó hace una década, cerca de la terminal de autobuses Estrella Roja. Ella lo recuerda bien: en aquella época, su matrimonio pasaba por una etapa de crisis, así que uno de sus hijos, Moisés, le ofreció su ayuda para abrir el negocio que quisiera y empoderarse económicamente. Pensó en varias opciones, pero inmediatamente supo que no se sentiría a gusto haciendo otra cosa que no fuera cocinar.

“Mi hijo el mayor me dijo ‘te voy a poner un negocio, ¿qué quieres?’ Yo no sabía atender una farmacia o una tienda, o un bazar, no. Lo que yo sabía era ayudar a mi mamá con el pozole y por eso decidí seguir con la tradición”, recuerda mamá Lucy.

La tradición la inició su madre, Elisa Méndez Romero, quien durante más de 60 años estuvo al frente de la pozolería “La Chilapeña”, toda una tradición cuautlense que sólo pudo concluir hasta que ella falleció. Fue al lado de su madre donde Lucy aprendió a cocinar el tradicional pozole blanco, que hoy sigue siendo su favorito.

“Mi mamá falleció hace dos años. Ella era la chilapeña. Aunque nació en La Luz, Guerrero; mi papá, Alfonso Chavelas Méndez, era de Chilapa. Ella vendía puro pozole blanco”, rememora Lucy.

Lucía Chavelas es esposa, madre, abuela, cocinera y es, además, una mujer con la que da gusto hablar. Le gusta tomar la iniciativa y el hilo con el que teje sus conversaciones es reflexivo y de buen humor. Presume lo que vale la pena presumir, pero también habla con absoluta sinceridad para reconocer cuando las cosas no van del todo bien.

La familia ha sido un pilar importante para sacar a flote el negocio. / Gude Servín | El Sol de Cuautla


Unidos contra la pandemia

En la historia de su pozolería, la pandemia ha sido la etapa más complicada que le ha tocado enfrentar, tanto en el ámbito económico como en el personal: en la contingencia, su familia resultó contagiada.

“A mí me dio en enero, así como a mis cinco hijos. Nos dio muy feo, pero aguantamos. Tuvimos que cerrar por 20 días. Además, ya había cerrado durante tres meses al inicio de la contingencia”, recuerda Lucy.

En esos tres meses, en que el negocio permaneció cerrado, Mamá Lucy hizo algo que pocos comerciantes han hecho: eventualmente les pedía a sus trabajadores que se presentaran para apoyarlos económicamente, según las necesidades que tuviera cada uno.

“Les avisaba que vinieran. Los veía tal día y les daba dinero, aunque no trabajaran. No mucho, pero con la intención de apoyarlos, porque hay gente que paga renta, que viven aquí, que viven allá, que necesitan para comer”.

Una vez reabiertas las puertas de la pozolería, Lucy se esmeró por ser todavía más cuidadosa con las medidas de higiene, al grado de que, según afirma, las mesas de madera se hicieron blancas de tanto cloro y desinfectante que se les aplicaba.

“Les echaba y echaba. Tanto cloro, tanto líquido, tanto desinfectante… se acaba la madera. Todo lo que dejaban se tiraba a la basura, y los trastes se lavaban muy bien para volver a usarlos. Por donde vivo, hubo pérdidas de conocidos, familiares, gente que se fue, y eso te da miedo”.


Una jefa exigente

Como jefa, Mamá Lucy es exigente y no cualquier persona llega a ganarse su confianza. Pero cuando alguien lo logra, puede ser la más gentil. Sobre todo, le gusta que el lugar esté limpio, que la decoración se luzca y los platillos no pierdan el sabor.

“Soy bien especial, y fíjate que, aparte de eso, lo que le peleo a todo el mundo es la limpieza. Me gusta todo limpio. No es presunción, pero la limpieza va desde el baño hasta la cocina, pasando por la mesa y todos los productos. Me gusta la higiene”, afirma.

Hace cinco años que el negocio se trasladó a este espacio. Desde entonces, trabajadores han ido y venido, pero ella permanece al frente con el mismo entusiasmo. Actualmente, don Filiberto Sánchez y Oliveria Sánchez le ayudan en la preparación de los alimentos y el servicio al cliente, mientras que su hermana Matilde la apoya en casa.

“Todo está hecho con amor. Les va a encantar. Aquí la gente que viene por primera vez regresa con sus suegros, sus primos, sus tíos, porque les encanta la sazón. Los tacos son fritos al momento. Se doran al momento. Lo mismo que las tostadas, las picaditas, los tlacoyos. Y todo está muy rico”, nos dice.

Le gusta platicar. Y, aunque hoy mismo sea un día tranquilo, no pierde el humor. A pesar de lo difíciles que han sido las cosas desde la llegada de la pandemia, confía en un futuro mejor y disfruta los fines de semana, días en que el lugar está a su máxima capacidad y sus nietos llegan a ayudarla.

“Un negocio es como un hijo: no hay que soltarlo de la mano cuando está empezando. Si lo llevas de la mano pueden llegar juntos adonde sea. Así como un hijo puede llegar a ser profesionista, lo mismo el negocio. Chingón”, reflexiona.


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