/ lunes 1 de agosto de 2022

Fast fashion, la crisis generada por el consumismo sin freno

Las consecuencias de la industria textil en el cambio climático cada vez son más evidentes, pese a los esfuerzos por mitigar el impacto ambiental

Recientemente circularon en redes sociales imágenes donde se aprecian mensajes de auxilio por parte de trabajadores del gigante del fast fashion, Shein, que claman por ayuda ante las precarias condiciones laborales a las que son sometidos por una baja remuneración económica además de extenuantes jornadas de trabajo sin descanso. Pero esta empresa china no es la única conocida por exponer a sus empleados a este tipo de prácticas, marcas como Bershka, Zara, Stradivarius y Pull & Bear, pertenecientes a la multinacional con sede en España, Inditex, también han sido señaladas con anterioridad no únicamente por las pésimas condiciones laborales a las que se enfrentan sus fabricantes de ropa, sino también por el alto grado de contaminación que día con día genera esta industria.

Estas empresas son señaladas por el enorme daño que generan al planeta/Agencia | Pexels

La Organización de las Naciones Unidas (ONU) advierte que el rubro del vestido utiliza cada año 93 mil millones de metros cúbicos de agua, un volumen suficiente para satisfacer las necesidades de cinco millones de personas; también cada año se tiran al mar medio millón de toneladas de microfibra, lo que equivale a tres millones de barriles de petróleo. Además, la industria de la moda produce más emisiones de carbono que todos los vuelos y envíos marítimos internacionales juntos, generando consecuencias irreversibles en el cambio climático y el calentamiento global.

El consumo desmedido, una amenaza para el ambiente

Si bien es fácil culpar a las redes sociales respecto a la influencia y la presión que ejercen sobre las jóvenes audiencias para adquirir las prendas que están al “último grito de la moda”, lo cierto es que esta problemática va más allá de seguir el ejemplo de alguien que está detrás de la pantalla de un teléfono inteligente.

La ropa que se oferta en estas tiendas físicas y en línea a precios muy bajos es sumamente atractiva para los compradores, ya que por una módica cantidad pueden renovar su guardarropa cada cierto tiempo sin que represente un gasto importante para su economía, además de mantenerse a la vanguardia en las tendencias, sin embargo, los materiales con los que están fabricadas estas prendas no son de la mejor calidad, lo que fomenta un círculo vicioso de comprar, usar y desechar, causando un impacto negativo para el medio ambiente. Y es que de acuerdo con la Alianza de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) para la Moda Sostenible, este sector es el segundo consumidor de agua a nivel mundial y genera alrededor del 20 por ciento de las aguas residuales.

Al dejar atrás el fast fashion, habría un beneficio económico global de 192 mil millones de dólares /Agencia | Cuartoscuro

Estas prácticas poco éticas de fabricación por parte de las empresas de la moda rápida cada vez son más evidentes y señaladas debido al enorme daño que generan no únicamente al planeta, sino también al atentar contra los derechos humanos y laborales de las personas que trabajan en la manufactura de sus productos. Asimismo estas compañías han enfrentado demandas y acusaciones de plagio debido al robo de diseños de marcas más pequeñas e incluso casas de moda de lujo.

Las microtendencias

Durante el siglo 20 y principios del siglo 21, el ciclo de las tendencias era de aproximadamente 20 a 30 años, en cambio, hoy en día la llegada de las redes sociales ha traído consigo lo que se conoce como microtendencias. Pero ¿cómo funciona esto? Anteriormente la moda era marcada por las celebridades, modelos, películas, revistas, alfombras rojas; grupos pequeños de personas cuya imagen era pulcramente curada por expertos, lo que limitaba potencialmente la exposición a las nuevas modas manteniendo este ciclo mucho más lento. No obstante, el incremento de los creadores de contenido en las diversas plataformas ha abierto la posibilidad a millones de individuos de influenciar a las masas creando miles de nuevas tendencias que rápidamente alcanzan a personas alrededor del mundo.

La presión por conseguir likes y mantener a sus audiencias genera competencia entre influencers por fijar nuevas modas provenientes de la industria del fast fashion debido a que son marcas que producen ropa en cantidades exorbitantes, rápido y a muy bajo costo, ocasionando que los ciclos sean cada vez más cortos en la carrera por alcanzar y popularizar la siguiente nueva tendencia.

En un informe realizado por Greenpeace, se apunta a que actualmente, bajo esta lógica se producen decenas de colecciones de ropa al año, en contraste con el viejo modelo de colección primavera/verano y otoño/invierno.

¿La moda sustentable es accesible para todos?

Desde luego las redes sociales también han servido para evidenciar a quienes fomentan la compra desmedida de ropa desechable y apuntar las consecuencias negativas de la moda rápida. Y así como hay influencers que promueven el consumo excesivo de las tendencias que cambian a pasos agigantados, también hay quienes fomentan la moda sustentable y el uso de prendas producidas éticamente con materiales orgánicos, reciclados o de mucho mayor calidad, así como mejores etiquetados, con el fin de que el consumidor sepa lo que compra, lo que naturalmente eleva los costos de producción al ser indumentaria elaborada mediante procesos muchísimo más lentos y responsables con el planeta y las personas quienes laboran para fabricar la ropa, desde proveedores de materia prima, diseñadores, costureros, entre un sinfín de aspectos que implica el slow fashion; además, muchas veces estos trabajos se realizan a mano casi de forma artesanal.

Ahora bien, otra opción dentro de este espectro que ha cobrado fuerza, es el uso de prendas de segunda mano. Cada vez es más frecuente encontrase en Instagram, TikTok y Youtube hauls o videos de thrift shop donde se observa a las fashion bloggers acudir a tiendas de caridad, tianguis, bazares, entre otros sitios para hallar piezas únicas y darles una segunda oportunidad. Incluso, en los últimos años han crecido los lugares donde se oferta indumentaria second hand, como bazares en Instagram, aplicaciones como GoTrendier, Depop, Poshmark, entre otras. Asimismo, el mercado de las prendas vintage ha cobrado auge recientemente y el inmenso mundo del Internet es una gran opción para encontrar reliquias que no son fáciles de hallar en cualquier parte.

También hay quienes fomentan la moda sustentable y el uso de prendas producidas éticamente con materiales orgánicos, reciclados o de mucho mayor calidad /Agencia | Pexels

Sin embargo, la gran demanda que la ropa de segunda mano está teniendo ha provocado que sus costos se eleven y ahora sea mucho menos accesible que antes. Celebridades como Bella Hadid, Devon Lee Carlson y Sarah Jessica Parker son conocidas por vestir con ropa vintage de diseñador, así como por usar prendas second hand. Sin embargo, este negocio se ha vuelto tan lucrativo que en lugar de ser una alternativa realista para mitigar el impacto ambiental, ahora estos artículos han aumentado su valor frustrando así el objetivo de economizar.

El hecho de que cada vez sean más personas las que acaparan este nicho provoca que las prendas se encarezcan y en ocasiones su precio se triplique.

En México, según datos del Centro Mexicano de Derecho Ambiental (CEMDA), tan sólo el cinco por ciento de la ropa se recicla.

La “única” alternativa

Si tomamos en cuenta estos aspectos, es comprensible que para los sectores con menos poder adquisitivo resulte tentador y mucho más accesible comprarle a las cadenas de fast fashion que adquirir ropa de segunda mano, ya que las tiendas de moda rápida ofrecen miles de prendas por menos de 100 pesos además de ofertas “relámpago”, cupones y colaboraciones con influencers para promover códigos de descuento. Dejando de lado la calidad de la ropa y sus nulas prácticas éticas de fabricación, estos factores son seductores para los compradores, quienes muchas veces únicamente pueden acceder a esta opción.

Otro fenómeno que se ha desarrollado con la llegada de sitios web como Shein y la pandemia generada por la Covid-19, es la venta por medio de terceros; las llamadas Nenis —mujeres emprendedoras—, utilizan este medio para comprar artículos, principalmente ropa al mayoreo y ofrecerla ya sea entre sus conocidas o en grupos de compra-venta en Facebook, generando así una fuente de ingresos ante la crisis económica derivada de la situación sanitaria.

De acuerdo con datos del Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO), 82 por ciento de las mujeres emprendedoras se encuentran en la informalidad, es decir, más de cuatro millones están en esta situación. La necesidad de autoemplearse las ha llevado a encontrar un modelo de negocio rentable dentro de esta industria.

Esta industria genera consecuencias irreversibles en el cambio climático y el calentamiento global /Agencia | Pexels

Sin embargo, no se trata de satanizar a quienes compran a estas marcas; si el sector de la moda rápida cambiara su modelo de producción a favor del medio ambiente y en beneficio de sus trabajadores, es decir, al dejar atrás el fast fashion, habría un beneficio económico global de 192 mil millones de dólares, según datos de Greenpeace. Por lo que los gobiernos deben emprender políticas y marcos legales para transitar a un modelo de consumo y manufactura responsable, reduciendo así las implicaciones nocivas que sus procesos causan al planeta.




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Recientemente circularon en redes sociales imágenes donde se aprecian mensajes de auxilio por parte de trabajadores del gigante del fast fashion, Shein, que claman por ayuda ante las precarias condiciones laborales a las que son sometidos por una baja remuneración económica además de extenuantes jornadas de trabajo sin descanso. Pero esta empresa china no es la única conocida por exponer a sus empleados a este tipo de prácticas, marcas como Bershka, Zara, Stradivarius y Pull & Bear, pertenecientes a la multinacional con sede en España, Inditex, también han sido señaladas con anterioridad no únicamente por las pésimas condiciones laborales a las que se enfrentan sus fabricantes de ropa, sino también por el alto grado de contaminación que día con día genera esta industria.

Estas empresas son señaladas por el enorme daño que generan al planeta/Agencia | Pexels

La Organización de las Naciones Unidas (ONU) advierte que el rubro del vestido utiliza cada año 93 mil millones de metros cúbicos de agua, un volumen suficiente para satisfacer las necesidades de cinco millones de personas; también cada año se tiran al mar medio millón de toneladas de microfibra, lo que equivale a tres millones de barriles de petróleo. Además, la industria de la moda produce más emisiones de carbono que todos los vuelos y envíos marítimos internacionales juntos, generando consecuencias irreversibles en el cambio climático y el calentamiento global.

El consumo desmedido, una amenaza para el ambiente

Si bien es fácil culpar a las redes sociales respecto a la influencia y la presión que ejercen sobre las jóvenes audiencias para adquirir las prendas que están al “último grito de la moda”, lo cierto es que esta problemática va más allá de seguir el ejemplo de alguien que está detrás de la pantalla de un teléfono inteligente.

La ropa que se oferta en estas tiendas físicas y en línea a precios muy bajos es sumamente atractiva para los compradores, ya que por una módica cantidad pueden renovar su guardarropa cada cierto tiempo sin que represente un gasto importante para su economía, además de mantenerse a la vanguardia en las tendencias, sin embargo, los materiales con los que están fabricadas estas prendas no son de la mejor calidad, lo que fomenta un círculo vicioso de comprar, usar y desechar, causando un impacto negativo para el medio ambiente. Y es que de acuerdo con la Alianza de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) para la Moda Sostenible, este sector es el segundo consumidor de agua a nivel mundial y genera alrededor del 20 por ciento de las aguas residuales.

Al dejar atrás el fast fashion, habría un beneficio económico global de 192 mil millones de dólares /Agencia | Cuartoscuro

Estas prácticas poco éticas de fabricación por parte de las empresas de la moda rápida cada vez son más evidentes y señaladas debido al enorme daño que generan no únicamente al planeta, sino también al atentar contra los derechos humanos y laborales de las personas que trabajan en la manufactura de sus productos. Asimismo estas compañías han enfrentado demandas y acusaciones de plagio debido al robo de diseños de marcas más pequeñas e incluso casas de moda de lujo.

Las microtendencias

Durante el siglo 20 y principios del siglo 21, el ciclo de las tendencias era de aproximadamente 20 a 30 años, en cambio, hoy en día la llegada de las redes sociales ha traído consigo lo que se conoce como microtendencias. Pero ¿cómo funciona esto? Anteriormente la moda era marcada por las celebridades, modelos, películas, revistas, alfombras rojas; grupos pequeños de personas cuya imagen era pulcramente curada por expertos, lo que limitaba potencialmente la exposición a las nuevas modas manteniendo este ciclo mucho más lento. No obstante, el incremento de los creadores de contenido en las diversas plataformas ha abierto la posibilidad a millones de individuos de influenciar a las masas creando miles de nuevas tendencias que rápidamente alcanzan a personas alrededor del mundo.

La presión por conseguir likes y mantener a sus audiencias genera competencia entre influencers por fijar nuevas modas provenientes de la industria del fast fashion debido a que son marcas que producen ropa en cantidades exorbitantes, rápido y a muy bajo costo, ocasionando que los ciclos sean cada vez más cortos en la carrera por alcanzar y popularizar la siguiente nueva tendencia.

En un informe realizado por Greenpeace, se apunta a que actualmente, bajo esta lógica se producen decenas de colecciones de ropa al año, en contraste con el viejo modelo de colección primavera/verano y otoño/invierno.

¿La moda sustentable es accesible para todos?

Desde luego las redes sociales también han servido para evidenciar a quienes fomentan la compra desmedida de ropa desechable y apuntar las consecuencias negativas de la moda rápida. Y así como hay influencers que promueven el consumo excesivo de las tendencias que cambian a pasos agigantados, también hay quienes fomentan la moda sustentable y el uso de prendas producidas éticamente con materiales orgánicos, reciclados o de mucho mayor calidad, así como mejores etiquetados, con el fin de que el consumidor sepa lo que compra, lo que naturalmente eleva los costos de producción al ser indumentaria elaborada mediante procesos muchísimo más lentos y responsables con el planeta y las personas quienes laboran para fabricar la ropa, desde proveedores de materia prima, diseñadores, costureros, entre un sinfín de aspectos que implica el slow fashion; además, muchas veces estos trabajos se realizan a mano casi de forma artesanal.

Ahora bien, otra opción dentro de este espectro que ha cobrado fuerza, es el uso de prendas de segunda mano. Cada vez es más frecuente encontrase en Instagram, TikTok y Youtube hauls o videos de thrift shop donde se observa a las fashion bloggers acudir a tiendas de caridad, tianguis, bazares, entre otros sitios para hallar piezas únicas y darles una segunda oportunidad. Incluso, en los últimos años han crecido los lugares donde se oferta indumentaria second hand, como bazares en Instagram, aplicaciones como GoTrendier, Depop, Poshmark, entre otras. Asimismo, el mercado de las prendas vintage ha cobrado auge recientemente y el inmenso mundo del Internet es una gran opción para encontrar reliquias que no son fáciles de hallar en cualquier parte.

También hay quienes fomentan la moda sustentable y el uso de prendas producidas éticamente con materiales orgánicos, reciclados o de mucho mayor calidad /Agencia | Pexels

Sin embargo, la gran demanda que la ropa de segunda mano está teniendo ha provocado que sus costos se eleven y ahora sea mucho menos accesible que antes. Celebridades como Bella Hadid, Devon Lee Carlson y Sarah Jessica Parker son conocidas por vestir con ropa vintage de diseñador, así como por usar prendas second hand. Sin embargo, este negocio se ha vuelto tan lucrativo que en lugar de ser una alternativa realista para mitigar el impacto ambiental, ahora estos artículos han aumentado su valor frustrando así el objetivo de economizar.

El hecho de que cada vez sean más personas las que acaparan este nicho provoca que las prendas se encarezcan y en ocasiones su precio se triplique.

En México, según datos del Centro Mexicano de Derecho Ambiental (CEMDA), tan sólo el cinco por ciento de la ropa se recicla.

La “única” alternativa

Si tomamos en cuenta estos aspectos, es comprensible que para los sectores con menos poder adquisitivo resulte tentador y mucho más accesible comprarle a las cadenas de fast fashion que adquirir ropa de segunda mano, ya que las tiendas de moda rápida ofrecen miles de prendas por menos de 100 pesos además de ofertas “relámpago”, cupones y colaboraciones con influencers para promover códigos de descuento. Dejando de lado la calidad de la ropa y sus nulas prácticas éticas de fabricación, estos factores son seductores para los compradores, quienes muchas veces únicamente pueden acceder a esta opción.

Otro fenómeno que se ha desarrollado con la llegada de sitios web como Shein y la pandemia generada por la Covid-19, es la venta por medio de terceros; las llamadas Nenis —mujeres emprendedoras—, utilizan este medio para comprar artículos, principalmente ropa al mayoreo y ofrecerla ya sea entre sus conocidas o en grupos de compra-venta en Facebook, generando así una fuente de ingresos ante la crisis económica derivada de la situación sanitaria.

De acuerdo con datos del Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO), 82 por ciento de las mujeres emprendedoras se encuentran en la informalidad, es decir, más de cuatro millones están en esta situación. La necesidad de autoemplearse las ha llevado a encontrar un modelo de negocio rentable dentro de esta industria.

Esta industria genera consecuencias irreversibles en el cambio climático y el calentamiento global /Agencia | Pexels

Sin embargo, no se trata de satanizar a quienes compran a estas marcas; si el sector de la moda rápida cambiara su modelo de producción a favor del medio ambiente y en beneficio de sus trabajadores, es decir, al dejar atrás el fast fashion, habría un beneficio económico global de 192 mil millones de dólares, según datos de Greenpeace. Por lo que los gobiernos deben emprender políticas y marcos legales para transitar a un modelo de consumo y manufactura responsable, reduciendo así las implicaciones nocivas que sus procesos causan al planeta.




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