La vida de José Manuel cambió drásticamente cuando tenía 26 años, cuando un accidente con cables de alta tensión provocó que sus brazos quedaran totalmente calcinados y los perdiera.
José Manuel era un joven entusiasta del ciclismo: le encantaba salir a recorrer los pueblos cercanos a Ayala, maravillarse con los paisajes de la región. Cada fin de año, salía en caravana a la Basílica de Guadalupe: "Antes manejaba mucho, nos íbamos a la Basílica, a peregrinaciones".
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La bicicleta quedó arrumbada en un rincón de su casa, hasta que la olvidó por completo. Cada año, cerca de 15 mil personas en México sufren amputaciones y solo una de cada diez tiene acceso a una prótesis. José Manuel pertenece al grupo de los nueve, así que, cuando la añoranza por el pasado lo llevó a decidirse por el ciclismo una vez más, tuvo que buscar la manera de adaptar su bici.
"Me surgió la idea, más o menos, de cómo poder manejarla. Con un compadre que tengo, que se llama Enrique. Fuimos adaptándola, aunque él hizo el trabajo", explica José Manuel.
La bici de José Manuel
Es una bici BMX con un manubrio extendido que le llega hasta los hombros. La adaptación le permite acomodarse sobre el manubrio y moverlo hacia los lados. Obviamente, tiene sus limitaciones: al pasar los topes, el brinco hace que sus hombros se despeguen del manubrio.
"No es complicado, pero, al pasar topes o piedras, cuando brinca la bici, se chispan los brazos y ahí es cuando medio siento que podría caerme, pero hasta ahorita no ha pasado nada", dice José Manuel.
Mucha gente lo conoce. Cuando sale a rodar, le gritan a cada esquina. Es de la Abelardo L. Rodríguez, lugar ubicado entre cerros, cerros entre cultivos de caña, ejote, canales de agua y paisajes que muchos ciclistas vienen a buscar cada fin de semana. José Manuel extraña andar con ellos, así que este sábado, 25 de mayo, decidió unirse a una rodada 27 años después del accidente.
"Ando aquí, animando a los chamacos, y también ellos me animan, y ahí vamos, echando cotorreo unos con otros", menciona.
También dice que le gusta andar en bici porque lo relaja, porque, al pedalear, el estrés cotidiano se hace un lado, y porque está seguro de que todavía hay lugares que debe conocer con su bicicleta.