Cuando llegue a la cima del Chimborazo, Alfredo Cruz llevará dos banderas: el nombre de su abuelo, a quien le prometió seguir sus pasos; y la de México, el país en el que se esmera por vivir dignamente. Alfredo es pediatra intensivista y tiene 44 años de edad.
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“Mi abuelo relataba que él subió al Popocatépetl, y para mí esa era una historia que, cuando me la contaba, me impactaba mucho, y, cuando terminaba de contarla, me decía flaco, cuando crezcas… tienes que hacer lo mismo que yo, tienes que subir el Popo, yo ya no voy a estar vivo, pero me llevas la foto a la tumba, y eso se me quedó”, relata Alfredo, en el patio de la casa de sus padres, mientras un nodo aparece en su voz.
Nunca es tarde
No es fácil sacudirse la idea del arrepentimiento. Alfredo lo sabe: a menudo, la idea de que todo el tiempo que le dio a las fiestas pudo habérselo dado al montañismo no le es ajena, pero puede que, también se haya iniciado en este deporte de alto riesgo en el momento adecuado. Dicen que la edad adecuada para hacerlo es después de los 40, por el peligro que implica que los jóvenes, a veces más arrebatados que los adultos, cometan alguna locura:
“Muchas veces lo considero una pérdida de tiempo, porque en la juventud a uno le gustan las fiestas, cosas que no llevan a nada, quizá por la diversión, pero cosas que te hagan crecer como ser humano no. Si se pudiera regresar el tiempo, habría empezado con este hace muchísimos años”, afirma el pediatra.
Antes de la entrevista, Alfredo colocó sobre una mesa todo lo que necesita un montañista: las tres capas de ropa, todo el equipo y un accesorio indispensable, sin el cual no podría cumplirse sueño alguno. Los incentivos personales.
“En la cima, uno llora, porque estos incentivos mentales que uno trae en la cabeza afloran, se viene una lluvia de pensamientos, la emoción de haber llegado, el haber cumplido la encomienda de mi abuelo y otros incentivos, porque aparte va pensando uno en mamá, en cosas personales”, relata, recordando la primera vez que conquistó una cima, la del Iztaccíhuatl, de más de cinco mil metros sobre el nivel del mar, en enero de 2020.
Tres años después, conquistado el Popocatépetl, el Pico de Orizaba y las principales montañas de México, Alfredo Cruz está preparado para su principal reto hasta ahora: llegar al punto de la Tierra más cercano al sol, la cima del Chimborazo, un volcán de Ecuador de seis mil 263 metros sobre el nivel del mar.
“Es algo muy emblemático, saber que es el punto más cercano al sol, es místico. Sentir que, en algún momento, si uno llega a la cima de esta montaña, y si no va pasando un avión, no va a ser el ser humano que va a estar más cerca en ese momento desde la Tierra al sol”.
Llevará dos banderas
Cuando llegue a la cima del Chimborazo, entre el 3 y el 4 de julio próximos, Alfredo Cruz llevará dos banderas: la de su abuelo Alfredo y la de México. Dos meses antes de partir, ya las tiene guardadas en la mochila: la de México, doblada admirablemente y sin desdoblar hasta que llegue a la cima, y una fotografía de aquel hombre, en blanco y negro, así como otros retratos en los que aparecen sus seres queridos.
Puede que Cruz hubiera podido adentrarse antes en el deporte, pero si de algo está seguro es que es en el que llegará su jubilación, porque ya no piensa dejarlo.
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