/ sábado 3 de noviembre de 2018

Zona arqueológica El Tlatoani

Retos para su conservación

La zona arqueológica El Tlatoani se sitúa sobre una de las peñas del municipio de Tlayacapan. Es un asentamiento humano que tuvo su momento de mayor ocupación durante el período llamado Posclásico Temprano, esto es, entre los años 900 y el 1200 de nuestra era. Su investigación y conservación es relevante, porque representa un período para el cual no se tenía ninguna zona arqueológica investigada intensivamente en el estado de Morelos hasta hace unos años.

La magnitud de zonas arqueológicas en el estado de Morelos, en el país, y en todo el mundo, es muy grande tanto en cantidad, como en complejidad, pese a la continua pérdida que ocurre debido al proceso de crecimiento de las urbes y de los asentamientos humanos que avasallan múltiples yacimientos arqueológicos, en ocasiones incluso, sin percatarse plenamente de este hecho. Aunado a esto, debemos añadir el deliberado proceso de saqueo y destrucción que ejercen sobre la herencia arqueológica, algunos grupos sociales que consideran esta actividad como una opción de generación de riqueza en la comercialización de bienes arqueológicos. Es necesario considerar que, si bien la herencia arqueológica con que contamos es amplia, ésta no es infinita o renovable.

Toda la actividad arqueológica está obligada a considerarse como una acción que solamente tendrá acceso a una pequeña muestra del universo arqueológico posible. La historia de la humanidad desde el fenómeno de hominización ha dejado millones de años de historia en manos de la ciencia arqueológica, mientras que los recursos económicos, científicos y técnicos son limitados frente a este panorama. La magnitud poblacional mundial se ha incrementado exponencialmente en las últimas décadas, fundamentalmente en los países subalternos, que enfrentan múltiples problemas sociales internos y frente a las potencias hegemónicas, incluyendo la evaluación de su herencia arqueológica que se debate en un escenario siempre de precariedad. Es quizá el período entre las últimas décadas del siglo XX y las que van del XXI, cuando más se ha visto afectado la herencia arqueológica en los países subalternos como el nuestro, y con cada sitio arqueológico destruido, se clausuran ventanas hacia nuestro pasado.

Todo estado-nacional debe considerar como una necesidad orgánica en su sistema social, la reflexión sobre lo arqueológico local, en una balanza en la que nunca debe permanecer la prioridad de recursos para la atención a la herencia arqueológica por encima de las necesidades de la producción, reproducción y desarrollo de la vida humana en comunidad, pero donde tampoco deba mantenerse la vida humana, al margen de la reflexión sobre su herencia arqueológica.

Es precisamente esta contradicción entre la capacidad promedio de las fuerzas productivas de una sociedad, de la cual se deriva una proporción de la riqueza socialmente producida hacia la investigación y conservación de los contextos arqueológicos, frente a la necesidad de procuración del mantenimiento de la producción, reproducción y desarrollo de la vida en comunidad, que debe llevarse a cabo en cada caso, una evaluación sobre los contextos que es necesario y prudente investigar. Es esto en parte, lo que otorga dinamismo a la investigación arqueológica.

La Arqueología como toda ciencia social, al ser histórica, tiene la capacidad de otorgar sentido temporal e incluso espacial, a la experiencia humana. La ciencia arqueológica permite situarnos en la Historia, y al ubicarnos de esta manera, nos concede perspectiva sobre nuestro presente y debería ser capaz incluso, de otorgar bases para la toma de decisiones.

Múltiples zonas arqueológicas son comúnmente denominadas “ruinas”, y de alguna manera, éstas lo son. La investigación arqueológica siembra entre sus principales objetivos tradicionales, el entendimiento de la génesis, desarrollo y colapso de asentamientos humanos, así como sus posibles causas, indicando aquello por lo que al final, resultaron transformándose precisamente en eso que en el lenguaje común se conoce como “ruinas”.

En el estado de Morelos contamos con una serie de zonas arqueológicas investigadas, consolidadas y abiertas a la visita pública, las cuales conforman en su conjunto, una buena muestra de diversos momentos del desarrollo de las sociedades morelenses de épocas muy antiguas. En total, este abanico de sitios arqueológicos visitables en el estado de Morelos, aunque tienen diversos momentos de ocupación humana, se destacan cada una de ellas, por mostrar de manera relevante algún período en que manifestaron mayor esplendor en cada caso, y de alguna manera revelan un panorama del desarrollo histórico de la sociedad en esta región. Los casos van desde Olintepec y Chalcatzingo que representan asentamientos del período Preclásico; el sitio Las Pilas que pertenece al período Clásico; Xochicalco para el Epiclásico; Teopanzolco en el Posclásico Medio y quizá también durante el Tardío; así como El Tepozteco, Cuauhnahuac, Yautepec y Coatetelco para el período Posclásico Tardío.

En esta larga secuencia, uno de los períodos poco representado era precisamente el Posclásico Temprano, esto es, el momento del declive y colapso de la ciudad de Xochicalco (900-1100 años de nuestra era), momento previo a las migraciones tlahuicas y xochimilcas a territorio morelense, verificadas entre el año 1200 y 1220 de nuestra era.

A pesar de que la zona arqueológica de El Tlatoani en Tlayacapan había sido reportada desde 1885 por Cecilio Agustín Robelo, tendría que pasar más de un siglo para que, a partir del año 2012 y hasta la fecha, se desarrollaran investigaciones arqueológicas intensivas por parte del Instituto Nacional de Antropología e Historia a través del Centro INAH Morelos, a través de un proyecto permanente de investigación y conservación. Este sitio viene a dar luz precisamente a ese período del Posclásico Temprano en la región, momento justo cuando la ciudad de Tula Grande en la Cuenca de México emerge y colapsa, entre el año 900 y el 1200 de nuestra era.

Las investigaciones en estos años en El Tlatoani nos han permitido tener una clara idea del desarrollo del asentamiento humano en la cima de la peña. Es altamente probable que desde el período Preclásico Temprano (200 antes de nuestra era al 200 después de la misma), la cima de la peña fuera relevante como punto de perspectiva en relación con el paisaje ritual y el movimiento aparente de los cuerpos celestes, fundamentalmente con el solar. Desde la cumbre se puede advertir puntualmente la salida sistemática del sol por detrás de la Sierra Nevada, y el recorrido que realiza el sol a lo largo del año, enmarca el ciclo agrícola claramente con respecto al Popocatépetl, elevación que tenemos noticia etnohistórica, era parte importante del sistema de valores entre los pueblos de América Media en el Altiplano Central desde el período Preclásico. La cima de la peña El Tlatoani antes que cualquier construcción en su cima, ya había sido incorporada firmemente al sistema de valores calendáricos y de ello derivó la pretensión de la ocupación de su cresta, al principio de manera temporal, para posteriormente establecerse de manera permanente, pese al gran gasto energético que esto requirió.

Es por ello que antes que cualquier edificación en la peña, se comenzaron a ejecutar rituales vinculados con elementos acuáticos y de fertilidad que dejaron como efecto, una serie de petrograbados que hemos localizado en las excavaciones bajo algunas terrazas.

A la zona alta de la peña se accede a través de un sistema de pasillos ejecutados en los escurrideros naturales del lugar a través de un solo acceso fundamentalmente. Durante el período Clásico Tardío (400 al 600 de nuestra era) debió comenzarse a construir la serie de terrazas que permiten el acceso desde los pasillos hasta la cima, donde se construyó un templo, el cual es altamente factible que estuviera relacionado con la deidad de Tláloc, el Dios de la Lluvia, dado los materiales arqueológicos que hemos localizado en ese punto, donde abundan los fragmentos de vasijas con la representación de esta deidad.

Sin embargo, fue durante el período Posclásico Temprano (900-1200 años de nuestra era) que se desarrolló el momento de mayor ocupación y extensión constructiva que incluiría la mayor parte de las terrazas, donde se proyectaron áreas habitacionales, pequeños templos y altares, osarios, y talleres domésticos.

Templo en la cima de El Tlatoani, donde se efectuaban actividades rituales asociadas a Tláloc. / Fotografías: Jorge Linares Ramírez

Las terrazas son de diversas dimensiones y se acomodan a la topografía, logrando ganar espacios horizontales en la mayor parte de la peña. Están ejecutadas a partir del alzado de muros de piedra sin cementante que actúan como corazas de retención de los planos horizontales. La mayoría suponen alturas no mayores a los dos metros, excepto unas pocas que enfrentan pendientes más abruptas del cerro y logran alturas mayores a los tres metros. Los rellenos arquitectónicos para la elaboración de las terrazas muestran en múltiples espacios, momentos constructivos previos, pero en general se utilizó tierra y la inclusión de guijarros de tamaños mayores mientras más profundas son las capas, y menores hacia las más superficiales.

Perspectiva general del área de terrazas de la peña El Tlatoani.

Existen terrazas curvilíneas que logran longitudes de hasta 50 metros y mantienen casi todas una orientación noroeste-suroeste. En realidad, los períodos constructivos del período Clásico y aquellos del Posclásico Temprano se encuentran actualmente bajo las superficies planas de las huellas de las terrazas, este aspecto llano actual de las terrazas representa el último momento de ocupación de estos espacios, se trata de una modificación postrera efectuada durante el período Posclásico Tardío. Este es el aspecto, que habrían enfrentado los invasores españoles en el siglo XVI, frente a los cuales, los habitantes de Tlayacapan, sí les ofrecieron resistencia militar, caso distinto al de otras comunidades que se “dieron de paz” al ver el poderío del ejército español-indígena que había logrado consolidar Hernán Cortés.

Las excavaciones arqueológicas efectuadas en la zona de terrazas y en el templo en la cima enfrentaron un gran inconveniente, pues durante las últimas décadas la comunidad de Tlayacapan con la intención de que la zona fuera abierta al público, decidió “reparar” los tecorrales de las terrazas e incluso, excavar el templo en la cima por su cuenta y riesgo.

Por ello, nuestras excavaciones arqueológicas identificaron múltiples intervenciones de los muros de las corazas que no correspondían con los alzados originales, los cuales, de cualquier forma, aunque con dificultad, pudimos inferir en todo momento al excavar hasta descubrir los desplantes de los muros en contacto con la roca madre.

La única opción para poder conservar la zona arqueológica fue la de la restitución de volúmenes arquitectónicos en las corazas para evitar las grandes pendientes que en algunas terrazas acusaban graves procesos erosivos. En la mayoría de los casos se identificaron los escalonamientos originales y el patrón de acceso mostró tener un diseño de ascenso-descenso en zig-zag.

Perspectiva de las terrazas después de su intervención arqueológica.

En el caso del templo en la cresta, éste se compone fundamentalmente de una estructura piramidal, un patio hundido, dos habitaciones y una gran escalinata orientada hacia el sur con varios cuerpos y el uso de alfardas, la cual se adosó directamente sobre una de las caras de la peña y cuya pendiente es prácticamente análoga a la de la escalinata.

Se trata de una estrategia de trasformar la peña directamente en una estructura piramidal.

Los cerros eran un elemento simbólico de gran interés en el sistema de valores en América Media, de hecho, se ha llegado a asumir que las estructuras piramidales representan a los cerros, al Altépetl (cerro-agua), al cerro de los mantenimientos.

En la peña El Tlatoani, no habría podido existir una solución arquitectónica más cercana a este anhelo de convergencia simbólica entre la pirámide y el cerro, que construir directamente una sobre el otro.

Imágenes que muestran el momento previo a la excavación y el aspecto al terminar la restitución volumétrica. / Fotografías: Jorge Linares Ramírez.


La estrategia técnica para la conservación de los elementos arquitectónicos de esta sección de la zona arqueológica, fue la de utilizar los mismos materiales constructivos de fábrica que encontramos durante las exploraciones. En este espacio, a diferencia de las terrazas, se utilizaron mampuestos de andesita y tezontle, unidos con cementante de cal y arena para la conformación de muros y pisos, por ello, la estrategia fue la consolidación y recuperación de ciertos volúmenes arquitectónicos con el uso de morteros de cal y arena, añadiendo capas de pisos nuevos sobre los antiguos, para su protección, se trata de pisos que se denominan “de sacrificio”, es decir, aquellos que el visitante podrá pisar sin el riesgo de estar alterando los originales, y le permitirá recorrer el espacio de manera segura.

El desarrollo histórico del asentamiento en la cima debió pasar por un momento abrupto en la transición del Posclásico Temprano hacia el Medio, pues, aunque existen múltiples fragmentos de materiales arqueológicos en nuestras exploraciones de estos períodos, no hemos localizado ningún contexto que indique habitación permanente en el área de terrazas. Esta sería la transición que coincide con las migraciones xochimilcas a la región. Es altamente probable que el sitio se habría transformado a un espacio donde aún funcionaba el templo en la cima, pero el área de terrazas no contuvo más que unas cuantas habitaciones, y el espacio se habría trasformado en uno de carácter militar defensivo.

Para el siglo XIV Tlayacapan era ya un pueblo secundario bajo la dirección política de Totolapan en una confederación denominada Cuauhtenco, y pasaría a tributar a los mexica-tenochca en torno a la cabecera de Huaxtepec.

Fachada escalonada adosada directamente a la cara sur de la sección superior de la peña de El Tlatoani.

Las exploraciones arqueológicas nos permitieron reconocer que cuando el espacio de las terrazas estuvo habitado, se mantenían acabados, aplanados, pisos y canaletas activas que derivaban el agua del temporal de manera eficaz hacia las secciones bajas del cerro, sin permitir que esos espacios absorbieran gran cantidad de agua. El templo en la cima habría contado con una cubierta, quizá elaborada a manera de terrado. Actualmente, todo este sistema está ausente, y por ello requiere de mantenimiento sistemático actual, para evitar deterioros.

Las estrategias de conservación de la zona implican momentos de mantenimiento anual que, de no observarse, la zona sufriría colapsos y daños. Una parte de la riqueza socialmente producida por nuestra sociedad está dedicada a esta labor de investigar y conservar la zona arqueológica. Su relevancia estriba entre otras cosas, en que esta labor aporta una perspectiva sobre un período poco conocido en el desarrollo histórico regional. Al cumplir con este cometido frente parte de la herencia arqueológica con que contamos, el INAH cumple con su cometido orgánico al investigar y conservar la zona arqueológica, para abonar al desarrollo de la vida humana en comunidad, como un elemento más para situarnos en la historia regional.

Actividades de mantenimiento anual en la fachada escalonada sur.

La zona arqueológica El Tlatoani se sitúa sobre una de las peñas del municipio de Tlayacapan. Es un asentamiento humano que tuvo su momento de mayor ocupación durante el período llamado Posclásico Temprano, esto es, entre los años 900 y el 1200 de nuestra era. Su investigación y conservación es relevante, porque representa un período para el cual no se tenía ninguna zona arqueológica investigada intensivamente en el estado de Morelos hasta hace unos años.

La magnitud de zonas arqueológicas en el estado de Morelos, en el país, y en todo el mundo, es muy grande tanto en cantidad, como en complejidad, pese a la continua pérdida que ocurre debido al proceso de crecimiento de las urbes y de los asentamientos humanos que avasallan múltiples yacimientos arqueológicos, en ocasiones incluso, sin percatarse plenamente de este hecho. Aunado a esto, debemos añadir el deliberado proceso de saqueo y destrucción que ejercen sobre la herencia arqueológica, algunos grupos sociales que consideran esta actividad como una opción de generación de riqueza en la comercialización de bienes arqueológicos. Es necesario considerar que, si bien la herencia arqueológica con que contamos es amplia, ésta no es infinita o renovable.

Toda la actividad arqueológica está obligada a considerarse como una acción que solamente tendrá acceso a una pequeña muestra del universo arqueológico posible. La historia de la humanidad desde el fenómeno de hominización ha dejado millones de años de historia en manos de la ciencia arqueológica, mientras que los recursos económicos, científicos y técnicos son limitados frente a este panorama. La magnitud poblacional mundial se ha incrementado exponencialmente en las últimas décadas, fundamentalmente en los países subalternos, que enfrentan múltiples problemas sociales internos y frente a las potencias hegemónicas, incluyendo la evaluación de su herencia arqueológica que se debate en un escenario siempre de precariedad. Es quizá el período entre las últimas décadas del siglo XX y las que van del XXI, cuando más se ha visto afectado la herencia arqueológica en los países subalternos como el nuestro, y con cada sitio arqueológico destruido, se clausuran ventanas hacia nuestro pasado.

Todo estado-nacional debe considerar como una necesidad orgánica en su sistema social, la reflexión sobre lo arqueológico local, en una balanza en la que nunca debe permanecer la prioridad de recursos para la atención a la herencia arqueológica por encima de las necesidades de la producción, reproducción y desarrollo de la vida humana en comunidad, pero donde tampoco deba mantenerse la vida humana, al margen de la reflexión sobre su herencia arqueológica.

Es precisamente esta contradicción entre la capacidad promedio de las fuerzas productivas de una sociedad, de la cual se deriva una proporción de la riqueza socialmente producida hacia la investigación y conservación de los contextos arqueológicos, frente a la necesidad de procuración del mantenimiento de la producción, reproducción y desarrollo de la vida en comunidad, que debe llevarse a cabo en cada caso, una evaluación sobre los contextos que es necesario y prudente investigar. Es esto en parte, lo que otorga dinamismo a la investigación arqueológica.

La Arqueología como toda ciencia social, al ser histórica, tiene la capacidad de otorgar sentido temporal e incluso espacial, a la experiencia humana. La ciencia arqueológica permite situarnos en la Historia, y al ubicarnos de esta manera, nos concede perspectiva sobre nuestro presente y debería ser capaz incluso, de otorgar bases para la toma de decisiones.

Múltiples zonas arqueológicas son comúnmente denominadas “ruinas”, y de alguna manera, éstas lo son. La investigación arqueológica siembra entre sus principales objetivos tradicionales, el entendimiento de la génesis, desarrollo y colapso de asentamientos humanos, así como sus posibles causas, indicando aquello por lo que al final, resultaron transformándose precisamente en eso que en el lenguaje común se conoce como “ruinas”.

En el estado de Morelos contamos con una serie de zonas arqueológicas investigadas, consolidadas y abiertas a la visita pública, las cuales conforman en su conjunto, una buena muestra de diversos momentos del desarrollo de las sociedades morelenses de épocas muy antiguas. En total, este abanico de sitios arqueológicos visitables en el estado de Morelos, aunque tienen diversos momentos de ocupación humana, se destacan cada una de ellas, por mostrar de manera relevante algún período en que manifestaron mayor esplendor en cada caso, y de alguna manera revelan un panorama del desarrollo histórico de la sociedad en esta región. Los casos van desde Olintepec y Chalcatzingo que representan asentamientos del período Preclásico; el sitio Las Pilas que pertenece al período Clásico; Xochicalco para el Epiclásico; Teopanzolco en el Posclásico Medio y quizá también durante el Tardío; así como El Tepozteco, Cuauhnahuac, Yautepec y Coatetelco para el período Posclásico Tardío.

En esta larga secuencia, uno de los períodos poco representado era precisamente el Posclásico Temprano, esto es, el momento del declive y colapso de la ciudad de Xochicalco (900-1100 años de nuestra era), momento previo a las migraciones tlahuicas y xochimilcas a territorio morelense, verificadas entre el año 1200 y 1220 de nuestra era.

A pesar de que la zona arqueológica de El Tlatoani en Tlayacapan había sido reportada desde 1885 por Cecilio Agustín Robelo, tendría que pasar más de un siglo para que, a partir del año 2012 y hasta la fecha, se desarrollaran investigaciones arqueológicas intensivas por parte del Instituto Nacional de Antropología e Historia a través del Centro INAH Morelos, a través de un proyecto permanente de investigación y conservación. Este sitio viene a dar luz precisamente a ese período del Posclásico Temprano en la región, momento justo cuando la ciudad de Tula Grande en la Cuenca de México emerge y colapsa, entre el año 900 y el 1200 de nuestra era.

Las investigaciones en estos años en El Tlatoani nos han permitido tener una clara idea del desarrollo del asentamiento humano en la cima de la peña. Es altamente probable que desde el período Preclásico Temprano (200 antes de nuestra era al 200 después de la misma), la cima de la peña fuera relevante como punto de perspectiva en relación con el paisaje ritual y el movimiento aparente de los cuerpos celestes, fundamentalmente con el solar. Desde la cumbre se puede advertir puntualmente la salida sistemática del sol por detrás de la Sierra Nevada, y el recorrido que realiza el sol a lo largo del año, enmarca el ciclo agrícola claramente con respecto al Popocatépetl, elevación que tenemos noticia etnohistórica, era parte importante del sistema de valores entre los pueblos de América Media en el Altiplano Central desde el período Preclásico. La cima de la peña El Tlatoani antes que cualquier construcción en su cima, ya había sido incorporada firmemente al sistema de valores calendáricos y de ello derivó la pretensión de la ocupación de su cresta, al principio de manera temporal, para posteriormente establecerse de manera permanente, pese al gran gasto energético que esto requirió.

Es por ello que antes que cualquier edificación en la peña, se comenzaron a ejecutar rituales vinculados con elementos acuáticos y de fertilidad que dejaron como efecto, una serie de petrograbados que hemos localizado en las excavaciones bajo algunas terrazas.

A la zona alta de la peña se accede a través de un sistema de pasillos ejecutados en los escurrideros naturales del lugar a través de un solo acceso fundamentalmente. Durante el período Clásico Tardío (400 al 600 de nuestra era) debió comenzarse a construir la serie de terrazas que permiten el acceso desde los pasillos hasta la cima, donde se construyó un templo, el cual es altamente factible que estuviera relacionado con la deidad de Tláloc, el Dios de la Lluvia, dado los materiales arqueológicos que hemos localizado en ese punto, donde abundan los fragmentos de vasijas con la representación de esta deidad.

Sin embargo, fue durante el período Posclásico Temprano (900-1200 años de nuestra era) que se desarrolló el momento de mayor ocupación y extensión constructiva que incluiría la mayor parte de las terrazas, donde se proyectaron áreas habitacionales, pequeños templos y altares, osarios, y talleres domésticos.

Templo en la cima de El Tlatoani, donde se efectuaban actividades rituales asociadas a Tláloc. / Fotografías: Jorge Linares Ramírez

Las terrazas son de diversas dimensiones y se acomodan a la topografía, logrando ganar espacios horizontales en la mayor parte de la peña. Están ejecutadas a partir del alzado de muros de piedra sin cementante que actúan como corazas de retención de los planos horizontales. La mayoría suponen alturas no mayores a los dos metros, excepto unas pocas que enfrentan pendientes más abruptas del cerro y logran alturas mayores a los tres metros. Los rellenos arquitectónicos para la elaboración de las terrazas muestran en múltiples espacios, momentos constructivos previos, pero en general se utilizó tierra y la inclusión de guijarros de tamaños mayores mientras más profundas son las capas, y menores hacia las más superficiales.

Perspectiva general del área de terrazas de la peña El Tlatoani.

Existen terrazas curvilíneas que logran longitudes de hasta 50 metros y mantienen casi todas una orientación noroeste-suroeste. En realidad, los períodos constructivos del período Clásico y aquellos del Posclásico Temprano se encuentran actualmente bajo las superficies planas de las huellas de las terrazas, este aspecto llano actual de las terrazas representa el último momento de ocupación de estos espacios, se trata de una modificación postrera efectuada durante el período Posclásico Tardío. Este es el aspecto, que habrían enfrentado los invasores españoles en el siglo XVI, frente a los cuales, los habitantes de Tlayacapan, sí les ofrecieron resistencia militar, caso distinto al de otras comunidades que se “dieron de paz” al ver el poderío del ejército español-indígena que había logrado consolidar Hernán Cortés.

Las excavaciones arqueológicas efectuadas en la zona de terrazas y en el templo en la cima enfrentaron un gran inconveniente, pues durante las últimas décadas la comunidad de Tlayacapan con la intención de que la zona fuera abierta al público, decidió “reparar” los tecorrales de las terrazas e incluso, excavar el templo en la cima por su cuenta y riesgo.

Por ello, nuestras excavaciones arqueológicas identificaron múltiples intervenciones de los muros de las corazas que no correspondían con los alzados originales, los cuales, de cualquier forma, aunque con dificultad, pudimos inferir en todo momento al excavar hasta descubrir los desplantes de los muros en contacto con la roca madre.

La única opción para poder conservar la zona arqueológica fue la de la restitución de volúmenes arquitectónicos en las corazas para evitar las grandes pendientes que en algunas terrazas acusaban graves procesos erosivos. En la mayoría de los casos se identificaron los escalonamientos originales y el patrón de acceso mostró tener un diseño de ascenso-descenso en zig-zag.

Perspectiva de las terrazas después de su intervención arqueológica.

En el caso del templo en la cresta, éste se compone fundamentalmente de una estructura piramidal, un patio hundido, dos habitaciones y una gran escalinata orientada hacia el sur con varios cuerpos y el uso de alfardas, la cual se adosó directamente sobre una de las caras de la peña y cuya pendiente es prácticamente análoga a la de la escalinata.

Se trata de una estrategia de trasformar la peña directamente en una estructura piramidal.

Los cerros eran un elemento simbólico de gran interés en el sistema de valores en América Media, de hecho, se ha llegado a asumir que las estructuras piramidales representan a los cerros, al Altépetl (cerro-agua), al cerro de los mantenimientos.

En la peña El Tlatoani, no habría podido existir una solución arquitectónica más cercana a este anhelo de convergencia simbólica entre la pirámide y el cerro, que construir directamente una sobre el otro.

Imágenes que muestran el momento previo a la excavación y el aspecto al terminar la restitución volumétrica. / Fotografías: Jorge Linares Ramírez.


La estrategia técnica para la conservación de los elementos arquitectónicos de esta sección de la zona arqueológica, fue la de utilizar los mismos materiales constructivos de fábrica que encontramos durante las exploraciones. En este espacio, a diferencia de las terrazas, se utilizaron mampuestos de andesita y tezontle, unidos con cementante de cal y arena para la conformación de muros y pisos, por ello, la estrategia fue la consolidación y recuperación de ciertos volúmenes arquitectónicos con el uso de morteros de cal y arena, añadiendo capas de pisos nuevos sobre los antiguos, para su protección, se trata de pisos que se denominan “de sacrificio”, es decir, aquellos que el visitante podrá pisar sin el riesgo de estar alterando los originales, y le permitirá recorrer el espacio de manera segura.

El desarrollo histórico del asentamiento en la cima debió pasar por un momento abrupto en la transición del Posclásico Temprano hacia el Medio, pues, aunque existen múltiples fragmentos de materiales arqueológicos en nuestras exploraciones de estos períodos, no hemos localizado ningún contexto que indique habitación permanente en el área de terrazas. Esta sería la transición que coincide con las migraciones xochimilcas a la región. Es altamente probable que el sitio se habría transformado a un espacio donde aún funcionaba el templo en la cima, pero el área de terrazas no contuvo más que unas cuantas habitaciones, y el espacio se habría trasformado en uno de carácter militar defensivo.

Para el siglo XIV Tlayacapan era ya un pueblo secundario bajo la dirección política de Totolapan en una confederación denominada Cuauhtenco, y pasaría a tributar a los mexica-tenochca en torno a la cabecera de Huaxtepec.

Fachada escalonada adosada directamente a la cara sur de la sección superior de la peña de El Tlatoani.

Las exploraciones arqueológicas nos permitieron reconocer que cuando el espacio de las terrazas estuvo habitado, se mantenían acabados, aplanados, pisos y canaletas activas que derivaban el agua del temporal de manera eficaz hacia las secciones bajas del cerro, sin permitir que esos espacios absorbieran gran cantidad de agua. El templo en la cima habría contado con una cubierta, quizá elaborada a manera de terrado. Actualmente, todo este sistema está ausente, y por ello requiere de mantenimiento sistemático actual, para evitar deterioros.

Las estrategias de conservación de la zona implican momentos de mantenimiento anual que, de no observarse, la zona sufriría colapsos y daños. Una parte de la riqueza socialmente producida por nuestra sociedad está dedicada a esta labor de investigar y conservar la zona arqueológica. Su relevancia estriba entre otras cosas, en que esta labor aporta una perspectiva sobre un período poco conocido en el desarrollo histórico regional. Al cumplir con este cometido frente parte de la herencia arqueológica con que contamos, el INAH cumple con su cometido orgánico al investigar y conservar la zona arqueológica, para abonar al desarrollo de la vida humana en comunidad, como un elemento más para situarnos en la historia regional.

Actividades de mantenimiento anual en la fachada escalonada sur.

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