“El padre Lemercier ha tratado de prevenir [las crisis vocacionales] proponiendo el psicoanálisis a todos los miembros de su comunidad —incluido él mismo— y a los postulantes. El psicoanálisis no sólo se utiliza como una terapéutica, sino como un método de conocimiento de uno mismo que debe permitir a los monjes y futuros monjes probar y fortificar su vocación”.
“El psicoanálisis empleado sistemáticamente ¿no corre el riesgo de vaciar los monasterios? La pregunta se ha planteado en el caso concreto de Cuernavaca y el padre Laurentin, sin pronunciarse sobre la necesidad de generalizar esta experiencia, la ha respondido mostrando que esta búsqueda de autenticidad suscita las vocaciones más que provoca las salidas y culmina en un verdadero éxito espiritual: ‘Decir que el monasterio de Cuernavaca está ahora vacío me parece extraño, a mí que lo he visto este año, lleno, laborioso, unido y ferviente, habiendo logrado más de treinta miembros al cabo de quince años solamente, en un país en donde las vocaciones son muy raras y en donde algunas fundaciones fracasan por completo. Es verdad que antes de la introducción del psicoanálisis (1961) el número era más elevado, pero dentro de ese número había vocaciones ilusorias, cuyo análisis sencillamente ha desenmascarado los motivos inadmisibles. Lo positivo de los resultados obtenidos en Cuernavaca aparece más claramente aún si se relee esta frase de Dom Gregorio: ‘No ponemos ninguna condición de equilibrio psíquico para la admisión al monasterio. Aceptamos a todos los que creen buscar a Dios en la vida monástica. Los anales clínicos del monasterio muestran las posibilidades insospechadas de terapia, aun en los casos de psicosis, gracias a nuestro psicoanálisis’”.
“En este monasterio modelo se desarrolla desde hace seis años una experiencia revolucionaria, única en el mundo, que turbó a la Iglesia católica. Robert Serrou la ha descrito: ‘Una o dos veces por semana, a las diez de la mañana, dieciséis jóvenes, morenos y blancos, vestidos con el traje de los barredores de México —pantalón y chaqueta gris de tela burda—, suben lentamente un camino pedregoso. Son los monjes benedictinos del monasterio de Santa María de la Resurrección, cuyo campanario domina el pueblito de Santa María Ahuacatitlán. Los jóvenes penetran en una finca inundada de buganvilias y de tulipanes. Se instalan en una terraza donde la vista se extiende sobre Cuernavaca, a diez kilómetros de allí, ciudad de la eterna primavera, y sobre las nieves eternas del Popocatépetl. Una mujer de cuarenta y cinco años les espera. Durante ochenta minutos les escucha pacientemente decir todo lo que les pasa por la cabeza. Ese es su trabajo. Frida Zmud es psicoanalista. Así es cómo esta argentina es la primera mujer en el mundo que conoce todos los secretos de los monjes. En una casa vecina otros ocho hermanos realizan el mismo rito alrededor de Gustavo Quevedo, de cincuenta años, iniciador en México del psicoanálisis de grupo’”.
“El psicoanálisis, en el monasterio de Cuernavaca y en el Centro de Emaús [en Ahuatepec], trata de dar a los futuros monjes la seguridad interior que les permitirá realizar su misión. No se sustituye a la vida monástica, la sirve; no le quita nada de su rigor, la hace aceptar. El monasterio de la Resurrección, célebre desde hace tiempo por haber restaurado la regla primitiva de san Benito, no ha renunciado a ella con la introducción del psicoanálisis: la disciplina se acepta en vez de imponerse”.