A los pies del volcán Popocatépetl, en la zona boscosa y fría que separa los estados de Puebla y Morelos, el abrigo rocoso de Texcalpintado que quiere decir Peña pintada, permanece como un recordatorio de lo que era México antes de que sus habitantes fueran invadidos por los españoles: sobre una superficie de 23 metros de largo y cinco de alto, los pobladores originarios de la región de Hueyapan dejaron plasmadas su identidad, sus creencias y sus costumbres.
Peña Pintada
De acuerdo con Raúl Francisco González Quezada, profesor investigador del Centro del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) en Morelos, el abrigo de Texcalpintado data del periodo Postclásico mesoamericano, una breve época que inició con la caída de Xochicalco (900 d.n.e.) y que culminó con la llegada de los españoles, en 1521. Desde esa perspectiva, los petrograbados y dibujos rupestres que lo componen pueden valorarse como uno de los últimos testimonios de la cultura mesoamericana antes de ser dominada.
Es muy complejo, pero está en muy buen estado de conservación, ya que la gente no lo ha grafiteado, no ha sido vandalizado
Para llegar al sitio hay que adentrarse a la barranca de Amatzinac, a través de la carretera que conecta a Hueyapan con el pueblo de Alpanocan (Puebla), y de un camino de terracería bordeado por una canaleta que lleva el agua del volcán a las tierras en las que los pobladores siembran aguacates y duraznos; a pesar de hallarse en el camino que conduce a esos cultivos, sobre el que diariamente atraviesan decenas de campesinos, este abrigo rocoso es uno de los mejores conservados en la actualidad, algo que habla del respeto al pasado que predomina en el pueblo.
Desde pequeños nos inculcaron el respeto hacia esta zona, y eso es algo que siempre ha existido, no ha sido necesario aplicar multas o realizar rondines en este lugar para protegerlo
José Antonio Hernández Barrios, ayudante municipal de Hueyapan
¿Qué significados alberga el Texcalpintado?
Como muchos de los centros históricos del país y del mundo, los secretos que alberga el Texcalpintado son mayores que el conocimiento que ha logrado extraerse de sus figuras durante los últimos 75 años, desde que, en 1943, la arqueóloga María Antonieta Espejo lo reportara por primera vez al INAH e hiciera las primeras investigaciones.
De acuerdo con González Quezada, el abrigo rocoso da cuenta de los rituales que se realizaban durante la petición de lluvias y la celebración de las cosechas, especialmente por las representaciones de la máscara de Tláloc (deidad del agua celeste) y de los oficiantes de estos rituales, con sus correspondientes sonajas (ayacachtli).
Son rituales diversos de los cuales realmente no nos hemos informado a fondo: a pesar de que las pinturas rupestres están investigados, podríamos decir que lo están parcialmente, pues todavía hay mucho por descubrir en el lugar, y eso es una puerta abierta para los investigadores
Entre las decenas de representaciones, además, se encuentra también la de Chicomecóatl (diosa mexica de la subsistencia, asociada al maíz), así como imágenes zoomorfas (sapos, ranas, serpientes, búhos y tlacuaches). Y existe la posibilidad, en el rango de lo que falta por descubrir, de que algunos dibujos representen ciertas constelaciones.
¿Cómo fue realizado?
Si de algo no puede caber duda, es que esta serie de dibujos y grabados fue hecha para perdurar. De hecho, el investigador señala que para realizar los dibujos, los autores habrían construido andamios que les permitieran alcanzar esa altura de la peña.
Seguramente se tuvo que elaborar un andamio. Era un ritual sistemático, que duró por generaciones, por lo que las pinturas se hicieron en diferentes momentos
De acuerdo con los estudios y observaciones, los habitantes usaron sus propios dedos para hacer los trazos, aplicando una preparación basada en carbonato de calcio (piedra caliza). Pero también hay evidencia que sugiere que, en algunos puntos, recurrieron a algún tipo de pincel.
Al hallarse en el lugar en el que esas personas derrocharon sus costumbres y creencias mil años atrás, uno se pregunta cómo lucía el sitio en aquel entonces, con el agua del Popocatépetl corriendo a sus espaldas, en medio de un verde paisaje que no ha perdido su fertilidad, mientras las sonajas de los oficiantes levantaban su sonido hacia el cielo, pidiendo lluvias para los cultivos.
Los dibujos y grabados se hicieron en el periodo Postclásico mesoamericano
Reportadas al INAH en 1943, el lugar aún esconde secretos para el propio instituto, según reconoce el arqueólogo Raúl González.