No puedo morir, pensó, todavía soy joven. Desde hace una semana no podía respirar. Al inicio creyó que era paranoia, no era la primera vez que le ocurría. No le dio importancia. No es nada, se decía. Su cuerpo estaba adolorido, a veces adormecido. Subir las escaleras le arrebataba el aliento. Levantarse para ir al baño lo dejaba exhausto. Toser dolía. Tal vez exageró, pensaba, todo es mental. Cada día le faltaba más la respiración. La fiebre no bajaba. Miraba al techo y no podía creerlo. El sudor recorría su cuerpo. Imaginaba el futuro. Un mañana. Todo pasaría. Pronto.
Cerraba los ojos y hacía recuento de los lugares que visitó. No vio a nadie con síntomas. No es posible, tal vez un poco probable. Siempre mantuvo la distancia. No, detenía sus pensamientos, siempre usé cubrebocas, no tocaba nada, incluso lavaba las monedas después de llegar de la calle. Tal vez es un resfriado de temporada. No. Mejor, es una infección. Siempre se enfermaba de infecciones. Sí, es eso, sentenciaba. Respirar ardía. Contó los días desde que comenzó a sentirse mal. Calculó tres días, tal vez la semana. No he hablado con nadie, volvió a asegurarse, ni he visto a nadie. Entonces no es nada.
¿Se lo diría a su madre? No, no podría. No debe enterarse, se dijo, después de la muerte del abuelo sólo se preocuparía más. Puede fingir, simular que es una tos. Además, no sabe si es eso. Cuestión de actitud. Es una simple gripa. Le duele el pecho y los pulmones. No puede dormir. A veces mira el techo, imagina ser otro. No puedo enfermarme, lamenta, no podemos pagarlo. Morir es caro. Tampoco puede hablar, la voz se quiebra, no sale. Nadie debe enterarse. La tía también murió de eso. Sus órganos se inflamaron. Ya estaba grande. Yo soy joven, piensa. Su corazón se detuvo. Sufrió.
No a mí, se repetía, no puedo ser yo. Apenas sale, sólo iba a comprar despensa. Otros ni usaban protección, apenas creían en eso y no les pasaba nada. Se maldijo, maldijo a los demás y maldijo todo. No fumaba, tampoco tomaba. De vez en cuando hacía deporte. ¿Por qué yo?, se preguntaba, es injusto. No era posible. ¿Lo merecía? Se cuidaba, era cauteloso. Cumplía las normas. ¿Por qué a mí? No puede terminar así. Debió ser otro. Alguien irresponsable, alguien que lo mereciera. Nunca él. Tenía planes que hacer, metas que cumplir. Otros ni siquiera se esfuerzan. Perdió el apetito. Su cuerpo comenzaba a temblar por escalofríos. ¿Por qué?
No sale de su cuarto. Toma las clases en silencio. No logra concentrarse. Está débil. Su madre se despide antes de salir al trabajo. Cierra la puerta para que nadie entre. Come solo. No quiere contagiar a nadie. No tiene por qué enterarse, dice. Ya gastaron mucho. Los tanques de oxígeno son caros. Había recorte de personal, le dijo su madre. También estaba enferma, a veces no comía. No debía preocuparse más. Tampoco ella puede morir. Mejor yo, pensaba. A veces rezaba, a veces maldecía. Los jóvenes no pueden morir. Por favor.
No podía morir. ¿Adónde irían sus sueños no realizados, se preguntaba, esas cosas no vividas? Tal vez la siguiente semana me ponga mejor, piensa. Mañana es otro día. Su garganta volvía a cerrarse. Tan frágil y tan lejos. No él. Su cabeza daba vueltas. No pedía mucho. Tosía con mayor frecuencia. Sólo tiempo. Iría al doctor a escondidas. Pedía más tiempo. No tanto. Sólo un poco aquí.