/ domingo 26 de agosto de 2018

Simone de Beauvoir, “Una muerte muy dulce”

En estos días de lluvias intensas, a algunas almas sensibles se les remojan los sentimientos, las nostalgias, las grandes pérdidas

En estos días de lluvias intensas, a algunas almas sensibles se les remojan los sentimientos, las nostalgias, las grandes pérdidas en el transcurso de sus vidas. Vuelven a rebosar los dolores extremos, aquellos que habían resuelto a olvidar como escudo de supervivencia en sus dañadas mentes. Emergen también las cuarteaduras del tiempo que los doblegan con su peso. Por eso ahora viene a mi mente el libro de Simone de Beauvoir, “Una muerte muy dulce”. Este libro biográfico, habla de los últimos días de la madre de Simone.

La madre siempre será una institución, (así lo afirma mi amiga Anilú). No importa la edad que tengamos ni cómo haya sido nuestra relación con ella. Cuando nacemos, su cuerpo desnudo es nuestro, de ella somos, de ella provenimos, de ella nos alimentamos y con ella recorremos gran parte del camino. Crecemos inexorablemente y el tiempo nos aleja de casa para construir nuestro propio perfil; luchamos por nuestra autonomía, rebatimos la alimentación, rebatimos la educación y rebatimos también las creencias. Todo lo rebatimos.

Lunes, martes, julio, agosto, un año y otro... Toda una vida ha pasado hasta que llega el momento de volverla a ver desnuda nuevamente. Totalmente indefensa como lo fuimos todos alguna vez, pero ahora es distinto: la esperanza de vida se ha extinguido. Cansada y muy enferma con su desnudez personalísima, casi sagrada, se niega en recibir ayuda de los que la rodean. Ella escoge quien tendrá el derecho de asistirla y eso, es inamovible. Quien la cuide, dejará junto a su lecho el negro tifón de emociones contradictorias y al mismo tiempo emanará la flor de la sonrisa por el recuerdo pueril. Los cambios anímicos de un enfermo enloquecen los sentidos.

“'¿Qué hacen ustedes ahí? ¿Por qué tienen ese aire de inquietud? Estoy muy bien. –Es que tuviste una pesadilla. Le dijo mi hermana Poupette”.

La muerte de una madre, pienso yo, es el momento más escabroso que nos queda embarrado entre los dedos, vacíos y retorcidos de dolor. De nada sirve filosofar una vida entera al respecto de la existencia. En esos momentos sólo asoma el sentimiento más primitivo del dolor y nos conduce de inmediato a una caverna obscura y pestilente donde nos espera un tornado en las entrañas y el oxígeno desaparece de tajo.

“-La mamacita querida- de mis 10 años ya no se diferencia de la mujer hostil que oprimió mi adolescencia; las he llorado a ambas al llorar a mi madre vieja. Se me hizo presente la tristeza de nuestro fracaso, situación en la que creía tener mi punto de vista. Miro nuestras fotografías, que datan de la misma época. Yo tengo 18 años y ella se acerca a los cuarenta. Hoy, yo casi podría ser su madre y la abuela de esa jovencita de ojos tristes. Las dos me dan lástima, yo por ser tan joven y no comprender, ella por tener el porvenir cerrado y no haberlo comprendido nunca. Pero no sabría aconsejar a ninguna de las dos. No estaba en mi poder borrar las desventuras de la niñez que la condenaban a hacerme desgraciada y de rebote sufrir por ellas, porque si bien ella me ha envenenado muchos años de mi vida, sin habérselo propuesto, yo se lo devolví con creces. Ella se atormentaba por mi alma, le alegraban mis éxitos en este mundo pero le afectaba penosamente el escándalo que yo causaba en su medio. No le era agradable oir a un primo declarar: –Simone es la vergüenza de la familia”.

Sus manos casi descarnadas ya no acarician y sin embargo, sentir su contacto en la mejilla estremece todos los sentidos. El olor de su piel se resguarda en todos los recuerdos. Por sus ojos asoman décadas de nostalgia. Su sonrisa es una mueca plácida, pero de color cansado. Su cuerpo, ya no responde.

“Su fe no era más que superficial y verbal ya que no resistió ante el sufrimiento y la muerte. Yo no sé lo que es la fe, pero la religión era el eje y la verdadera sustancia de su vida”

Afortunados aquellos que se han ido, sostenidos de la mano de quien los ama. Esa es una muerte muy dulce, sin pensar en el terrible abismo en el que nos dejan.

Una forma de recordar a Simón en estos días de copiosa lluvia.

Simone de Beauvoir nació y murió en París 1908-1986. Fue una novelista y pensadora francesa. Estudió en la Sorbona.

Ella y Jean-Paul Sartre fueron representantes del movimiento existencialista ateo e incorporaron los temas de libertad, situación y compromiso.

Simone es la gran portavoz de la reivindicación de los derechos de la mujer. Sin esta escritora, no se entendería el feminismo de la segunda mitad del siglo XX. Uno de sus libros más importante es “El Segundo Sexo” considerado el estandarte del movimiento feminista.

En estos días de lluvias intensas, a algunas almas sensibles se les remojan los sentimientos, las nostalgias, las grandes pérdidas en el transcurso de sus vidas. Vuelven a rebosar los dolores extremos, aquellos que habían resuelto a olvidar como escudo de supervivencia en sus dañadas mentes. Emergen también las cuarteaduras del tiempo que los doblegan con su peso. Por eso ahora viene a mi mente el libro de Simone de Beauvoir, “Una muerte muy dulce”. Este libro biográfico, habla de los últimos días de la madre de Simone.

La madre siempre será una institución, (así lo afirma mi amiga Anilú). No importa la edad que tengamos ni cómo haya sido nuestra relación con ella. Cuando nacemos, su cuerpo desnudo es nuestro, de ella somos, de ella provenimos, de ella nos alimentamos y con ella recorremos gran parte del camino. Crecemos inexorablemente y el tiempo nos aleja de casa para construir nuestro propio perfil; luchamos por nuestra autonomía, rebatimos la alimentación, rebatimos la educación y rebatimos también las creencias. Todo lo rebatimos.

Lunes, martes, julio, agosto, un año y otro... Toda una vida ha pasado hasta que llega el momento de volverla a ver desnuda nuevamente. Totalmente indefensa como lo fuimos todos alguna vez, pero ahora es distinto: la esperanza de vida se ha extinguido. Cansada y muy enferma con su desnudez personalísima, casi sagrada, se niega en recibir ayuda de los que la rodean. Ella escoge quien tendrá el derecho de asistirla y eso, es inamovible. Quien la cuide, dejará junto a su lecho el negro tifón de emociones contradictorias y al mismo tiempo emanará la flor de la sonrisa por el recuerdo pueril. Los cambios anímicos de un enfermo enloquecen los sentidos.

“'¿Qué hacen ustedes ahí? ¿Por qué tienen ese aire de inquietud? Estoy muy bien. –Es que tuviste una pesadilla. Le dijo mi hermana Poupette”.

La muerte de una madre, pienso yo, es el momento más escabroso que nos queda embarrado entre los dedos, vacíos y retorcidos de dolor. De nada sirve filosofar una vida entera al respecto de la existencia. En esos momentos sólo asoma el sentimiento más primitivo del dolor y nos conduce de inmediato a una caverna obscura y pestilente donde nos espera un tornado en las entrañas y el oxígeno desaparece de tajo.

“-La mamacita querida- de mis 10 años ya no se diferencia de la mujer hostil que oprimió mi adolescencia; las he llorado a ambas al llorar a mi madre vieja. Se me hizo presente la tristeza de nuestro fracaso, situación en la que creía tener mi punto de vista. Miro nuestras fotografías, que datan de la misma época. Yo tengo 18 años y ella se acerca a los cuarenta. Hoy, yo casi podría ser su madre y la abuela de esa jovencita de ojos tristes. Las dos me dan lástima, yo por ser tan joven y no comprender, ella por tener el porvenir cerrado y no haberlo comprendido nunca. Pero no sabría aconsejar a ninguna de las dos. No estaba en mi poder borrar las desventuras de la niñez que la condenaban a hacerme desgraciada y de rebote sufrir por ellas, porque si bien ella me ha envenenado muchos años de mi vida, sin habérselo propuesto, yo se lo devolví con creces. Ella se atormentaba por mi alma, le alegraban mis éxitos en este mundo pero le afectaba penosamente el escándalo que yo causaba en su medio. No le era agradable oir a un primo declarar: –Simone es la vergüenza de la familia”.

Sus manos casi descarnadas ya no acarician y sin embargo, sentir su contacto en la mejilla estremece todos los sentidos. El olor de su piel se resguarda en todos los recuerdos. Por sus ojos asoman décadas de nostalgia. Su sonrisa es una mueca plácida, pero de color cansado. Su cuerpo, ya no responde.

“Su fe no era más que superficial y verbal ya que no resistió ante el sufrimiento y la muerte. Yo no sé lo que es la fe, pero la religión era el eje y la verdadera sustancia de su vida”

Afortunados aquellos que se han ido, sostenidos de la mano de quien los ama. Esa es una muerte muy dulce, sin pensar en el terrible abismo en el que nos dejan.

Una forma de recordar a Simón en estos días de copiosa lluvia.

Simone de Beauvoir nació y murió en París 1908-1986. Fue una novelista y pensadora francesa. Estudió en la Sorbona.

Ella y Jean-Paul Sartre fueron representantes del movimiento existencialista ateo e incorporaron los temas de libertad, situación y compromiso.

Simone es la gran portavoz de la reivindicación de los derechos de la mujer. Sin esta escritora, no se entendería el feminismo de la segunda mitad del siglo XX. Uno de sus libros más importante es “El Segundo Sexo” considerado el estandarte del movimiento feminista.

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