/ jueves 16 de abril de 2020

Rita Macedo y Cecilia Fuentes. Mujer en Papel

Sororidad

Corría un verano en los albores de los 90s cuando conocí a Rita Macedo. Compartimos, sin querer, la tibia arena del Pacífico y el viento que volaba divertido nuestras agitadas caballeras. Tal vez también compartimos las deliciosas chalupas con frijoles y pollo que solíamos llevar siempre a la playa como parte de la botana para compartir con los amigos. Luis de Llano se veía radiante y orgulloso con su pequeño hijo Francisco quien apenas tenía un año y meses, cuando mucho. Mi hijo tenía 5 ó 6 años y la playa era nuestro mejor refugio en aquellos días. Pasábamos horas inventando castillos de arena con todos los niños y haciendo todo tipo de competencias en la alberca.

Nunca me atreví a a preguntarle nada a Rita Macedo en esos días. La veía tan lejos de mí, con esa mirada profunda que tenía. Sus cejas enmarcaban unos ojos mirando al horizonte como si no quisiera ser interrumpida en sus pensamientos, supongo que "haciendo esfuerzos inútiles por no socializar". Confieso que le quise preguntar, en repetidas ocasiones, si le gustaba el lugar, si habían estado ricas las chalupas o si se sentía a gusto entre todos los amigos, pero nunca cruzamos ni siquiera la mirada. Solo yo la veía, casi de reojo.

Antes de ese verano, yo no sabía que la bella Rita era la mamá de Luis, ni que tenía una hija más joven llamada Cecilia, ni que había estado casada con Carlos Fuentes, ni que el escritor le había dedicado una de sus grandes obras. Lo único que sabía era que Luis y Julissa eran hermanos y que Julissa a su vez, se parecía muchísimo a una prima que tuve y quise mucho.

En algún momento, supongo llena de hastío en medio de las pláticas casuales y sin contenido como las que suelen darse entre toallas y bronceadores, Rita se levantó del camastro arropada en su vaporoso y magnífico pareo y, con un andar de serena diva que sujetaba sus distantes pensamientos, atravesó el pasillo y se esfumó en el portal de su habitación. Ya no la volví a ver. Meses después nos enteramos de la fatal noticia. Nunca pudimos darle nuestras condolencias a Luis porque tampoco lo volvimos a ver. Qué inquietante noticia para mí. Me había guardado todas mis preguntas y me quedé con un enorme remordimiento. ¿Y si me hubiera atrevido a platicar con ella? ¿Y si hubiéramos hablado de algún tema? ¿Y si....? Cómo imaginar la enigmática historia que encerraba la melancólica mirada de Rita Macedo.

La foto de la portada, me dice Cecilia en un tono amable y relajado, es una que encontraron muy tarde y que le gusta particularmente por ser una foto en la que Rita no está actuando. Parecería que está en el descanso entre una obra o una película, con los ojitos cerrados, mandando un besito que significa, al mismo tiempo, "chínguense todos" y "los quiero a todos". Por eso mismo la escogió Cecilia.

Este libro, también muy generoso por el abanico de relatos en el cual Cecilia Fuentes intercala fotografías, dibujos de Carlos Fuentes y pasajes colaterales de la historia colectiva, escrito con gran cadencia desde una perspectiva totalmente humana, sin pedestales, sin culto, al desnudo y con una amorosa tranquilidad y sin complejo alguno, es un testimonio erótico, intrincado, emocionante, pero a la vez desgarrador del mundo de una mujer que vivió perdidamente enamorada de un magnífico escritor y pérfido amante, a quienes Cecilia ha vuelto a unir a través de este libro y también en un botecito que contiene un huesito de Rita y una uña de Carlos, los cuales siempre lleva a todos lados.

"¿A qué se puede atener una mujer con un hombre que a veces se va como albañil de su casa?"

De esta manera, Cecilia le ha dado voz, emoción y complemento a las cartas de nuestra Rita Macedo. Una se zambulle, a través de cada página, en aquellas décadas del México que se nos fue, del México en blanco y negro a punto de traspasar sus propias fronteras, del México seducido por el exuberante tecleo de los escritores, algunos de ellos ahora descubiertos por ser devoradores de amores indefensos a través de la magia de sus parole, parole, parole, divinas parole. Ese México en el que las grandes celebridades artísticas y la socialité viajaba por el mundo con gran refinamiento, particularmente a París y se paseaba fervorosa por la otrora Zona Rosa intelectual, bebiendo cognac y comiendo pastelillos franceses en los Salones de Té mientras Agustín Barrios Gómez les hacía la reseña en su sección "Ensalada Popoff"

"Ma, aquí va...Te lo debía...Te lo mereces... Y que pase lo que pase"

Sin embargo, para mi gusto, este libro no se trata solamente de una información histórica, o la reconciliación de Cecilia Fuentes con su madre, con la actriz, con su padre, con el escritor. Es, primeramente, el testimonio de una hija en búsqueda de su propio paraíso perdido que parecería ya encontrado.

Pero es también, una profunda cavilación del desmesurado mundo por el que atraviesan tantas mujeres por los pasajes más truculentos de sus vidas. Mujeres que crecen heridas emocionalmente, desvalidas por su condición de mujer y se arrojan o son arrojadas hacia el ominoso mundo que les espera. Mujeres que encuentran, de una manera muy personal, la forma de salir del ingrato mundo en el que han nacido mientras esconden sus amargas lágrimas bajo la almohada. Mujeres que dependen de las buenas y malas relaciones afectivas que van encontrando para construir su propia vida. Mujeres que van de hombre en hombre en busca del verdadero amor que las lleve hacia la luz mientras se diluye la imagen de la ternura y solo encuentran la oscuridad. Mujeres que, aunado a todo lo anterior, todavía tienen que enfrentar los diferentes estados de ánimo de sus ardorosos amantes, caminando por el lastimero y empedrado sendero del silencio, escuchando solamente su propia voz. Mujeres, que la vida, les resultó verdaderamente insoportable.

En este momento histórico en la que no sabemos todavía en qué genero literario encasillar a esta pandemia, pero que sí esperamos renacer a un mundo mejor, en todos los sentidos, vale la pena leer este libro.

"Las mujeres no somos educadas para racionalizar sobre cómo manejar diferentes etapas que se van presentando en nuestro camino. Los hombres tampoco. Pero ellos pueden, en el campo amoroso, seguir viviendo activamente hasta el fin de sus días. Nosotras de pronto descubrimos que, al no ser objetos deseables,, no pertenecemos al mundo afectivo".

"Sentarte sola ante la mesa, ver un programa de televisión sin poder hacer un comentario, son esas cosas que duelen y sé que dolerán siempre"...

¡No se lo pierdan!.

Corría un verano en los albores de los 90s cuando conocí a Rita Macedo. Compartimos, sin querer, la tibia arena del Pacífico y el viento que volaba divertido nuestras agitadas caballeras. Tal vez también compartimos las deliciosas chalupas con frijoles y pollo que solíamos llevar siempre a la playa como parte de la botana para compartir con los amigos. Luis de Llano se veía radiante y orgulloso con su pequeño hijo Francisco quien apenas tenía un año y meses, cuando mucho. Mi hijo tenía 5 ó 6 años y la playa era nuestro mejor refugio en aquellos días. Pasábamos horas inventando castillos de arena con todos los niños y haciendo todo tipo de competencias en la alberca.

Nunca me atreví a a preguntarle nada a Rita Macedo en esos días. La veía tan lejos de mí, con esa mirada profunda que tenía. Sus cejas enmarcaban unos ojos mirando al horizonte como si no quisiera ser interrumpida en sus pensamientos, supongo que "haciendo esfuerzos inútiles por no socializar". Confieso que le quise preguntar, en repetidas ocasiones, si le gustaba el lugar, si habían estado ricas las chalupas o si se sentía a gusto entre todos los amigos, pero nunca cruzamos ni siquiera la mirada. Solo yo la veía, casi de reojo.

Antes de ese verano, yo no sabía que la bella Rita era la mamá de Luis, ni que tenía una hija más joven llamada Cecilia, ni que había estado casada con Carlos Fuentes, ni que el escritor le había dedicado una de sus grandes obras. Lo único que sabía era que Luis y Julissa eran hermanos y que Julissa a su vez, se parecía muchísimo a una prima que tuve y quise mucho.

En algún momento, supongo llena de hastío en medio de las pláticas casuales y sin contenido como las que suelen darse entre toallas y bronceadores, Rita se levantó del camastro arropada en su vaporoso y magnífico pareo y, con un andar de serena diva que sujetaba sus distantes pensamientos, atravesó el pasillo y se esfumó en el portal de su habitación. Ya no la volví a ver. Meses después nos enteramos de la fatal noticia. Nunca pudimos darle nuestras condolencias a Luis porque tampoco lo volvimos a ver. Qué inquietante noticia para mí. Me había guardado todas mis preguntas y me quedé con un enorme remordimiento. ¿Y si me hubiera atrevido a platicar con ella? ¿Y si hubiéramos hablado de algún tema? ¿Y si....? Cómo imaginar la enigmática historia que encerraba la melancólica mirada de Rita Macedo.

La foto de la portada, me dice Cecilia en un tono amable y relajado, es una que encontraron muy tarde y que le gusta particularmente por ser una foto en la que Rita no está actuando. Parecería que está en el descanso entre una obra o una película, con los ojitos cerrados, mandando un besito que significa, al mismo tiempo, "chínguense todos" y "los quiero a todos". Por eso mismo la escogió Cecilia.

Este libro, también muy generoso por el abanico de relatos en el cual Cecilia Fuentes intercala fotografías, dibujos de Carlos Fuentes y pasajes colaterales de la historia colectiva, escrito con gran cadencia desde una perspectiva totalmente humana, sin pedestales, sin culto, al desnudo y con una amorosa tranquilidad y sin complejo alguno, es un testimonio erótico, intrincado, emocionante, pero a la vez desgarrador del mundo de una mujer que vivió perdidamente enamorada de un magnífico escritor y pérfido amante, a quienes Cecilia ha vuelto a unir a través de este libro y también en un botecito que contiene un huesito de Rita y una uña de Carlos, los cuales siempre lleva a todos lados.

"¿A qué se puede atener una mujer con un hombre que a veces se va como albañil de su casa?"

De esta manera, Cecilia le ha dado voz, emoción y complemento a las cartas de nuestra Rita Macedo. Una se zambulle, a través de cada página, en aquellas décadas del México que se nos fue, del México en blanco y negro a punto de traspasar sus propias fronteras, del México seducido por el exuberante tecleo de los escritores, algunos de ellos ahora descubiertos por ser devoradores de amores indefensos a través de la magia de sus parole, parole, parole, divinas parole. Ese México en el que las grandes celebridades artísticas y la socialité viajaba por el mundo con gran refinamiento, particularmente a París y se paseaba fervorosa por la otrora Zona Rosa intelectual, bebiendo cognac y comiendo pastelillos franceses en los Salones de Té mientras Agustín Barrios Gómez les hacía la reseña en su sección "Ensalada Popoff"

"Ma, aquí va...Te lo debía...Te lo mereces... Y que pase lo que pase"

Sin embargo, para mi gusto, este libro no se trata solamente de una información histórica, o la reconciliación de Cecilia Fuentes con su madre, con la actriz, con su padre, con el escritor. Es, primeramente, el testimonio de una hija en búsqueda de su propio paraíso perdido que parecería ya encontrado.

Pero es también, una profunda cavilación del desmesurado mundo por el que atraviesan tantas mujeres por los pasajes más truculentos de sus vidas. Mujeres que crecen heridas emocionalmente, desvalidas por su condición de mujer y se arrojan o son arrojadas hacia el ominoso mundo que les espera. Mujeres que encuentran, de una manera muy personal, la forma de salir del ingrato mundo en el que han nacido mientras esconden sus amargas lágrimas bajo la almohada. Mujeres que dependen de las buenas y malas relaciones afectivas que van encontrando para construir su propia vida. Mujeres que van de hombre en hombre en busca del verdadero amor que las lleve hacia la luz mientras se diluye la imagen de la ternura y solo encuentran la oscuridad. Mujeres que, aunado a todo lo anterior, todavía tienen que enfrentar los diferentes estados de ánimo de sus ardorosos amantes, caminando por el lastimero y empedrado sendero del silencio, escuchando solamente su propia voz. Mujeres, que la vida, les resultó verdaderamente insoportable.

En este momento histórico en la que no sabemos todavía en qué genero literario encasillar a esta pandemia, pero que sí esperamos renacer a un mundo mejor, en todos los sentidos, vale la pena leer este libro.

"Las mujeres no somos educadas para racionalizar sobre cómo manejar diferentes etapas que se van presentando en nuestro camino. Los hombres tampoco. Pero ellos pueden, en el campo amoroso, seguir viviendo activamente hasta el fin de sus días. Nosotras de pronto descubrimos que, al no ser objetos deseables,, no pertenecemos al mundo afectivo".

"Sentarte sola ante la mesa, ver un programa de televisión sin poder hacer un comentario, son esas cosas que duelen y sé que dolerán siempre"...

¡No se lo pierdan!.

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