/ martes 18 de febrero de 2020

Para poder estar en paz

Mirar hacia adentro

En las barrancas, cerros y tecorrales morelenses resuena, por lo menos desde 1850, el canto de los jilgueros y cenzontles, como se autodenominan y se les llama a los corridistas surianos. Sus cantos van acompañados del retumbo del bajo quinto, el instrumento de cinco órdenes de dos cuerdas cuyas notas al viajar por el viento se pueden percibir en la lejanía y, de cerca, se cuelan por el pecho de quien lo escucha para hacer de él otra caja de resonancia, así, el corrido literalmente inunda a quien lo escucha.

El corrido suriano junto con la música de banda, conforman las principales tradiciones musicales del estado. Este tipo de corrido se comparte con los estados que conforman la región suriana: el sur de la Ciudad de México, Puebla, Tlaxcala, Estado de México, Morelos y Guerrero, y agrupa distintos estilos musicales como la polka, la mazurka y el paso doble entre otros, pues los trovadores de estos lados denominaron corrido a su trova. En nuestro estado, en particular destaca el auge que tuvo durante el periodo revolucionario dando forma al corrido zapatista. En él se decantan los ideales de justicia social, de respeto por la tierra, el agua y su legítima tenencia, así como las grandes batallas y las horrendas masacres sufridas durante este periodo. Estos cantos, como la lucha que artísticamente describieron, se hallan relegados de la historia oficial mexicana y del imaginario revolucionario nacional. Fueron proscritos porque la revolución social se perdió. Los ideales a los que dieron música y voz nunca se cumplieron y por el contrario fueron traicionados.; muestra de ello son las dinámicas en que el año pasado los celebramos y el olvido de personajes centrales, como Marciano Silva, compositor de primera línea del ejército suriano, cuyo aniversario luctuoso el pasado 6 de este mes, pasó prácticamente desapercibido. En la actualidad no queremos saber nada de eso, tal vez por demasiado doloroso o tal vez porque nos conformamos con que al General Emiliano Zapata lo incorporaran al panteón de nuestros héroes, aunque a menudo aparezca en banderines, monografías y posters que salen a relucir cada noviembre, lado a lado de quienes le dictaron sentencia de muerte.

La esperanza está, para el corrido, no para el zapatismo, en esa nueva generación de corridistas que atienden a los mayores y les acompañan, que graban discos y documentales y que aun no se atreven a adueñarse del todo del género y hacer de él algo nuevamente significativo, y así poder estar en paz, por lo menos musicalmente, en el estado de Morelos.

En las barrancas, cerros y tecorrales morelenses resuena, por lo menos desde 1850, el canto de los jilgueros y cenzontles, como se autodenominan y se les llama a los corridistas surianos. Sus cantos van acompañados del retumbo del bajo quinto, el instrumento de cinco órdenes de dos cuerdas cuyas notas al viajar por el viento se pueden percibir en la lejanía y, de cerca, se cuelan por el pecho de quien lo escucha para hacer de él otra caja de resonancia, así, el corrido literalmente inunda a quien lo escucha.

El corrido suriano junto con la música de banda, conforman las principales tradiciones musicales del estado. Este tipo de corrido se comparte con los estados que conforman la región suriana: el sur de la Ciudad de México, Puebla, Tlaxcala, Estado de México, Morelos y Guerrero, y agrupa distintos estilos musicales como la polka, la mazurka y el paso doble entre otros, pues los trovadores de estos lados denominaron corrido a su trova. En nuestro estado, en particular destaca el auge que tuvo durante el periodo revolucionario dando forma al corrido zapatista. En él se decantan los ideales de justicia social, de respeto por la tierra, el agua y su legítima tenencia, así como las grandes batallas y las horrendas masacres sufridas durante este periodo. Estos cantos, como la lucha que artísticamente describieron, se hallan relegados de la historia oficial mexicana y del imaginario revolucionario nacional. Fueron proscritos porque la revolución social se perdió. Los ideales a los que dieron música y voz nunca se cumplieron y por el contrario fueron traicionados.; muestra de ello son las dinámicas en que el año pasado los celebramos y el olvido de personajes centrales, como Marciano Silva, compositor de primera línea del ejército suriano, cuyo aniversario luctuoso el pasado 6 de este mes, pasó prácticamente desapercibido. En la actualidad no queremos saber nada de eso, tal vez por demasiado doloroso o tal vez porque nos conformamos con que al General Emiliano Zapata lo incorporaran al panteón de nuestros héroes, aunque a menudo aparezca en banderines, monografías y posters que salen a relucir cada noviembre, lado a lado de quienes le dictaron sentencia de muerte.

La esperanza está, para el corrido, no para el zapatismo, en esa nueva generación de corridistas que atienden a los mayores y les acompañan, que graban discos y documentales y que aun no se atreven a adueñarse del todo del género y hacer de él algo nuevamente significativo, y así poder estar en paz, por lo menos musicalmente, en el estado de Morelos.

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