El divorcio es una situación muy dura para una pareja que ve cómo sus planes y proyectos de vida se terminan. Cada miembro lo asume de mejor o peor manera y superar la ruptura no es fácil y dependerá del tiempo que llevaran juntos, la razón de la ruptura, la personalidad y madurez de cada uno y, sobre todo, de si tienen hijos.
Los hijos son las grandes víctimas de la separación de sus padres. Para ellos, suele ser un hecho más o menos inesperado y que les rompe la estabilidad a la que estaban acostumbrados. Según la edad que tengan, así les afectará la noticia, produciendo en ellos una serie de reacciones que muchas veces preocupan, pero otras, enojan a los padres en guerra.
Así, por ejemplo, algunas de las reacciones son en niños hasta dos años. Desde que nace, el bebé empieza a confiar en los adultos según los cuidados que recibe, primero de la madre o cuidadora y, poco a poco, del resto de figuras de importancia familiar o de cuidadores.
Siendo muy pequeños, los niños no entienden qué es un divorcio ni lo que implica. Sin embargo, como en esta etapa de la vida son muy sensibles, cualquier cambio experimentado en el ambiente lo percibirán sin duda alguna.
Ellos, son capaces de sentir la ausencia de uno de sus progenitores. El no saber si volverá o no, les crea angustia y lo más frecuente es que lo manifiesten con llantos intensos y enojo, alteraciones de sueño y de alimentación.
Y es que la ausencia de uno de sus cuidadores es vivida por el hijo como un abandono. Por ello, es fundamental que el niño tenga contacto habitual con sus padres. Se le debe mostrar confianza y mantener rutinas y hábitos lo más consistente posible.
De dos a tres años
Ante un proceso de divorcio es posible que el niño, que se encuentra inmerso en una etapa con grandes cambios, —andar, control de esfínteres— que muestre dificultades como problemas psicomotores, alteraciones de sueño, retraso en el habla, etcétera. Son conscientes de las emociones que manifiestan —ira, rabia, tristeza—, pero no saben cómo manejarlas.
Tendrán fantasías de que sus padres volverán a estar juntos ante la incapacidad de entender lo que está pasando.
Ante esto, hay que reasegurar al hijo que se le quiere y permitir contacto con ambos padres. Es común que el niño entre en la fase del «no» y los adultos deben marcarle límites siempre.
También hay que compartir actividades agradables con el niño y jugar con él para que pueda expresar más cómodamente su malestar. En el caso de que manifieste conductas regresivas —chuparse el dedo o falta de control de esfínteres— no hay que regañarlo, sino ayudarlo a que gane poco a poco autonomía y aprenda a controlarse solo.
Y, desde luego acudir padres e hijos a psicoterapia de manera urgente.