En la noche del viernes 16 de agosto de 2019 vimos por la televisión las escenas de una marcha feminista cuando estaban en la glorieta de Insurgentes de la Ciudad de México. “Exigir justicia no es una provocación” gritaban furiosas y con justa razón las activistas al manifestar su hartazgo por todos los casos que han desfilado en los escritorios ineptos, impunes e indiferentes de los pseudo procuradores de la ley que ignoran los miles y miles de femenicidios, violencia, acoso y violación que se han llevado a cabo en nuestro lastimadísimo y aguantador país.
En el transcurso de esa semana, se dio un fantástico activismo social a través de las redes. En la Ciudad de México se logró la mayor concentración de manifestantes de los diferentes estados de nuestro el país que nos llenaron de emoción y orgullo porque llevaban, de alguna manera, el estandarte de las mujeres vivas que no pudimos asistir y también el de todas aquellas que nos han arrancado del camino bajo el terror de nuestras miradas.
Desde luego que esta rebelión no es comparable con ninguna otra en la historia. Esta sí es la Batalla Madre de todas las batallas porque estaría cambiando la visión total del mundo. Las mujeres siempre habíamos sido acompañantes de las luchas de los hombres pero hemos ganado, solas, nuestros derechos en las diferentes sociedades del mundo.
Las simbologías en estos últimos tiempos van en aumento: pañuelos, diamantinas, desnudos que asustan al mundo, porque el cuerpo humano es el símbolo de todos los símbolos. En lo personal, sí me molestó ver a lo que quiero pensar eran mujeres infiltradas (hombres también, desde luego) contaminando la marcha y desbordando los ánimos. Esto me hizo reflexionar en cómo se puede rebasar el delgadísimo hilo de la ira, emanado de la auténtica y enorme indignación que nos envuelve, a la de un fanatismo exacerbado que hemos visto y leído tantas veces en la Historia. De las actitudes humanas, a la que más le temo es al fanatismo, en todas sus manifestaciones. Sí, lo acepto. El monumento al Ángel se convirtió en el símbolo menos representativo del movimiento feminista y desde luego que no es comparable, bajo ningún sentido, con el deplorable y condenable motivo de la marcha, pero, casi parafraseando a Galileo Galilei en la época de la inquisición, tengo que decir: y sin embargo, me duele y esto no me hace una persona frívola o falta de sensibilidad por la causa, al contrario. Todo duele en este momento.
Por supuesto que no son suficientes las diamantinas, por supuesto que las mujeres no queremos ser sumisas, ( yo sería la menos indicada) , por supuesto que las mujeres podemos ser, y somos, tan violentas o más que cualquier hombre, por supuesto que las mujeres somos capaces de todo. Sin embargo, pienso que también hay otras las formas en las que deberíamos apuntalar nuestra intuición e inteligencia femenina que todo lo puede cuando nos lo proponemos, de una manera más certera, más contundente, más directa, más estudiada.
Cierto es que a principios del siglo pasado las mujeres se amarraban a las vías del tren, las metían a la cárcel, las golpeaban, hacían todo tipo acciones para lograr sus legítimos propósitos. Hoy día contamos con una grandísima herramienta que se llama internet. A través de las redes sociales nos comunicamos, nos informamos, nos rebelamos, nos congregamos. En el siglo pasado todavía eran muy pocas las mujeres que lograban entender el sentido de la causa y, además, les costaba meses comunicarse y todavía más aún, reunirse. Aquí en México, bien sabemos que entre los años 1915 y 1919, (justo hace cien años) se llevaron a cabo dos congresos feministas en Mérida. Mujeres de posturas muy de avanzada, moderadas y conservadoras participaron en estos congresos. Entre ellas se encontraban Hermila Galindo, Elena Torres Cuéllar, Elvia Carrillo Puerto, Rosa Torre González y Atala Apodaca. La preocupación principal, desde ese entonces, era la “secularización de la educación” y la ciudadanía política de las mujeres. Y hoy, la misma sociedad yucateca, (solo por dar un ejemplo de muchos otros estados) desde una posición conservadora, cierra los ojos ante las demandas de sus mujeres, de sus derechos reproductivos y del inevitable mundo nuevo que se presenta, borrando la historia y los avances de sus antecesoras. ¿Qué sucedió? No se trabajó en el origen de los pensamientos.
Una de las tareas que deberíamos hacer, también, es revisar las frases del pasado que se leen una y otra vez y que siguen pasando desapercibidas. Por ejemplo: En el libro de la doctora Gabriela Cano: “Se llamaba Elena Arizmendi”, escribe que en el año 1924, (también hace cien años) la sufragista Carrie Chapman Catt, un año después del Primer Congreso Feminista Panamericano y haber regresado a su país de una gira de trabajo por seis países sudamericanos, llegó a la conclusión de que no había posibilidades de extender el sufragismo hacia América Latina, debido al atraso en que vivían las mujeres de la región. A su juicio, la influencia de la Iglesia católlica, la legislación civil napoleónica y el elevado nivel de analfabetismo eran obstáculos infranqueables. Hoy día necesitamos más abogadas con perspectiva de género que hagan leyes a nuestro favor y que dejen de replicar los mismos paradigmas patriarcales. Necesitamos leer más a esas filósofas que cuestionan el discurso y que lo están modificando.
Esas son las luchas por donde podemos y debemos empezar y no permitir que diferentes sectas avaladas por el gobierno nos repartan “cartillas morales” para seguir aplastando nuestras mentes y nuestros sentidos sin ni siquiera darnos cuenta. Aquí un pequeñísimo extracto de la cartilla moral: “No todo está permitido. Lo excluido es aquello que está mal, que causa mal. El bien es benéfico, y el mal es maléfico”. ¿Qué es lo excluído, qué es lo bueno y lo malo, quién define la verdad, desde dónde se dictan estas posturas? Desde luego que el fin final es vivir en un mundo mejor, hasta donde nos sea posible y nos alcance la buena voluntad. ¿Queremos relmente cambiar para vivir en un mundo sin violencia? Pues entonces cambiemos desde la raíz del pensamiento y tengámoslo bien en cuenta todos los días de nuestras vidas. Si gran parte de la humanidad desapareciera de un momento a otro, volvería a renacer con los mismos vicios patriarcales si no revisamos la raíz más grande de nuestros pensamientos culturales.
Sí, el patriarcado ha desatado una guerra muy cruenta para aplastar nuestra lucha femenina en busca de esa libertad que no todos ni todas entienden; surgen los chistes malos, los comentarios atroces llenos de encono, las afrentas desde una visión muy conservadora, porque es verdad que la sociedad conservadora, sigue siendo aquella misma que no ha querido que la humanidad avance como exigen los nuevos tiempos. Le ha dicho no a la Independencia, no a la Revolución, no a la Segregación en Estados Unidos entre muchas otras cosas y, esa sociedad conservadora está compuesta igualmente por hombres y mujeres, pero le ha dicho sí a un Trump, a un Bolsonaro y a otros por el mundo.
Hoy, no puedo dejar de pensar en lo que le dijo Octavio Paz a la activista y periodista Anilú Elías: “Y usted, señor, ¿qué opina del movimiento de las mujeres?” le preguntó. Sin titubear, Paz le respondió: “Opino que ustedes están haciendo guerra nuclear. Están atacando al poder en el núcleo. Comparadas con su movimiento, todas las demás revoluciones de la Humanidad quedan como meros epifenómenos”. “¿Y están ustedes preparadas para la contrarrevolución?”.
Nuestro camino es largo y duro. Aprendamos mientras tanto a cuidar la Tierra, ya estamos en la cuenta regresiva y parece que no lo entendemos. Dicen que es la terapia que necesitamos para volvernos mejores personas. Los hombres también han sido víctimas del patriarcado de una u otra manera y han actuado como han actuado porque los respalda todo un sistema que ha sido protegido y replicado por las mismas mujeres a través de los siglos y hasta nuestros días.
Las mujeres podemos ser mente fina que avancemos a un mundo mejor, sin violencia, sin fanatismos, Un mundo en donde no haya regreso, nunca más. Un mundo que se hable por igual, para aquellos que lo deseen, también de la gran Diosa creadora del cielo y de la Tierra.
Es lo que más deseo en este día que todo duele.