En los años cincuenta, los niños huérfanos de "Nuestros Pequeños Hermanos", en Cuernavaca, comprometieron en sus rezos a su mentor, el padre estadunidense Wasson, para ir de rodillas a la basílica de Guadalupe, en la Ciudad de México. Relata Nick Nicholson, su paisano:
“Los niños propusieron que el próximo domingo sería un día apropiado. El padre Wasson no les podía fallar. Dijo que sí, estaría listo. Inevitablemente, se supo del próximo evento, sin entusiasmo por parte de Wasson. Pero una vez más, los niños tenían razón de estar orgullosos de su padre”.
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“Los curiosos llegaron ese domingo a la basílica, y no fueron decepcionados. El alto y güero sacerdote americano, con su traje negro, se paró enfrente de la basílica, y luego se arrodilló, rezando. Atrás, junto a él, dos docenas de niños cayeron de rodillas. Sus ropas andrajosas estaban recién lavadas, sus caras limpias, y sus ojos brillaban”.
“Entonces empezaron a desplazarse, moviéndose despacio, desmañados y solemnes. De vez en cuando, los niños lanzaban rápidas miradas a los lados, donde estaban los observadores, pero los ojos del sacerdote gringo nunca se movieron. Miraba derecho hacia la entrada de la basílica, que aparecía tan lejos. Fue un largo, agonizante recorrido. La tela de sus pantalones se desgastó rápidamente, y con cada movimiento, arrastrándose, su sangre manchaba la superficie de las piedras".
"Era mucho más doloroso de lo que los niños habían imaginado, pero ninguno de ellos hizo un sonido o dejó que se viera el dolor a través de la máscara de sus caras. Por fin alcanzaron los anchos escalones de piedra, los subieron con sus rodillas en carne viva, entraron en la fresca oscuridad de la iglesia, y se arrastraron hasta el altar mismo. Ya era todo. Para el sacerdote norteamericano fue una humillación (en el sentido religioso de la palabra)que recuerda con viva claridad. Pero fue también algo mucho más importante que eso".
"Porque sus niños lo habían prometido, fue de rodillas con ellos, y con ellos dejo su sangre en las piedras de la iglesia, y la tierra seca mexicana entró en su carne. Hoy dice de la experiencia tan solo que ‘aprendió muchas cosas’allá de rodillas, con sus niños”.
Helen Hayes, norteamericana que ayudaba en el orfelinato de "Nuestros Pequeños Hermanos" en Cuernavaca, decía a Nicholson:
Confianza y amor
“¡Eran maravillosos esos niños! Un escritor sabio dijo un día que todos los niños deberían de ser mexicanos hasta la edad de once años. ¡Y estoy de acuerdo! Son los niños más atractivos de todo el mundo. El niño mexicano se comunica con una confianza y un amor tranquilo, con una aceptación incuestionable a uno. Una vez que se siente eso viniendo de un niño, entonces no hay necesidad de otra comunicación; es una total comunicación de amor. Es algo increíble. Cuando un niño mexicano lo mira a uno, tiene de cierta forma el poder de hacernos sentir buena persona”.
“¡Mi pasión por esos niños mexicanos! Son México. Son su futuro, y llevan en ellos su pasado, una historia increíble y merecedora de orgullo.
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Grandes civilizaciones prosperaron aquí, culturas indias extraordinarias que en susépocas de gloria sobrepasaron lo que estaba sucediendo,al mismo tiempo,en Europa”.
“Estoy fascinada con ese pasado indio, y con ese especial y bello carácter indio del mexicano. Es gentileza, es suavidad, es pureza. El indio tiene un gran sentido de la familia, y un sentido de responsabilidad para los demás. Lo que trato de decir es que el indio tiene una profunda capacidad para el amor”.