Los amorosos no saben dónde están parados.
Abatidos, no saben qué hacer en estos momentos.
Dan vuelta a sus ideas queriendo aterrizar los planes
que evapora el tiempo inmóvil.
Lloran de la nada y en silencio
a puertas cerradas.
Sus mitades han quedado lejos
y acallan la pena que le grita al corazón
*
Los amorosos no callan.
El amor se canta en el silencio más fino,
el más tembloroso, el más insoportable.
Los amorosos se buscan,
los amorosos nunca se abandonan,
no cambian, no olvidan.
Su corazón les dice que se han de reencontrar,
se encontrarán, se buscarán.
Los amorosos andan como locos
porque están solos, solos, solos,
queriéndose entregar, darse a cada rato,
llorando porque quieren salvar su amor.
Les preocupa el amor. Los amorosos
viven al día, no pueden hacer más, no pueden.
Siempre esperan,
siempre, en alguna parte.
Esperan,
el nuevo día, lo esperan.
Saben que pronto se reencontrarán
El amor no es la prórroga perpetua,
siempre da el paso siguiente, el otro, el otro.
Los amorosos son los saciables,
los que siempre -¡que bueno!- han de estar juntos.
Los amorosos son el Eros del cuento.
Tienen la poesía que emana de sus brazos.
Las venas de la pasión se les hinchan
como ríos que también los sacian.
Los amorosos no pueden dormir
porque si se duermen la imagen se desvanece.
En la oscuridad abren los ojos
y les cae en ellos la inspiración.
Encuentran caudales bajo la sábana
y su cama flota como sobre un lago.
Los amorosos son locos, sólo locos,
sin Dios y sin diablo.
Los amorosos salen de sus pensamientos
temblorosos, hambrientos,
a cazar serendipias.
Se ríen de las gentes que lo saben todo,
de las que no saben amar, verídicamente,
de las que creen que el amor
no es lámpara de inagotable aceite.
Los amorosos juegan a coger el agua,
tatuar el humo, a no irse.
Juegan el largo e irremplazable juego del amor.
Nadie ha de resignarse.
Dicen que nadie ha de resignarse.
Los amorosos se avergüenzan de toda conformación.
Aunque vacíos, de una a otra costilla,
y la vida les inyecte detrás de los ojos,
ellos caminan, lloran hasta la madrugada
en que trenes y gallos se despiden dolorosamente.
Les llega a veces un olor a tierra recién nacida,
a mujeres que duermen con la mano en el sexo,
complacidas,
a arroyos de agua tierna y a cocinas.
Los amorosos se ponen a cantar entre labios
una canción aprendida
se van cantando, cantando
a la hermosa vida
y se vaya la pandemia.