La fe y la esperanza se siente y se respira. También el miedo y la zozobra, pero la costumbre se hace presente y aunque no sea como en otros años, personas, especialmente adultas mayores, llegan a escuchar misa. En la puerta principal hay un adorno de flores y piezas de colores, es el santuario en honor a la Virgen de los Milagros de Tlaltenango.
Mientras los adornos rebozan de alegría, pero no hay algarabía, ni fiesta, sólo oración en su honor por los 301 años; súplicas balbuceantes, miradas ausentes de los feligreses que sienten que es celebración sin la fiesta.
Aún así, llegan las comparsas y las comitivas y simulan un convite, pero no es igual. No se ven las risas, todos nos volteamos a ver con los ojos agazapados tras los cubrebocas, es como ir de incógnito.
El espacio del atrio no está lleno, en otros años estaba abarrotado y era casi imposible el caminar.
Como cada año, en la avenida se complica el tránsito aunque fue cerrado un solo sentido, en el otro los autos se atoran y pasan como pueden. Las misas y cánticos resuenan en el recinto sagrado.
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Sin duda no es igual, nadie o pocos llevan flores. Solo algunos son los intrépidos que colocan puestos sobre las banquetas, lejos unos de otros, se ve el pan de nata, las macetas, las fritangas y hasta utensilios de cocina de barro y las galletas de vainilla y naranja.
Para ingresar la gente debe formarse, las mujeres son comprensivas, regalan gel y revisan los cubrebocas. Aún así, sin una gran fiesta, los feligreses muestran su fervor, colocan veladoras en el altar donde dicen que antes era un establo y la virgen fue colocada en un baúl donde era transportada, se detuvieron para descansar una noche, a la mañana siguiente se fueron, nadie sabe por qué, y alguien escuchó una música celestial, al abrir el baúl su sorpresa fue que estaba esa imagen y eligió quedarse en Tlaltenango para siempre.
Allí estaba la señora María Eugenia Cort+es con la imagen de la virgen en brazos, recordó que sus padres le platicaron siempre que la virgen es milagrosa, por eso no ha dejado un solo año de ir a la celebración.
Sus padres ya no están, pero le heredaron el fervor por la imagen religiosa, “cuando estaba pequeña ya recuerdo la feria, toda esta calle –señala a la avenida- era lodo y terracería, y lodo, no estaba como hoy y así andábamos en la fiesta de la virgen, y cada año nuestros padres nos enseñaron a venir”.
Como fiel seguidora, dijo convencida que la Virgen de los Milagros de Tlaltenango antes hizo milagros, hoy ya no los hace porque no le creen. Con lágrimas y la voz quebrada, lamentó que a diferencia de otros años, hoy no se pueda celebrar a la virgen como debería ser, con música, fiesta y alegría.
Como muchos otros:
“Pienso que no está contenta –la virgen– porque han sido muchos años que se le celebra. Tenemos mucha fe en ella, es la única herencia que nos dejaron nuestros padres”.
Como milagro le rogó “que nos cubra y nos proteja, y que nos vea con misericordia a toda la gente, que crea o no en ella, porque es milagrosa, sobre todo a los niños que los cuide de los temblores y por la pandemia, y que se acabe el Covid-19”.
Los rezos no paran, la gente llega y espera su turno para la misa. La han visitado infinidad de veces, han pasado por el pasillo hasta su santuario otras tantas, pero la fe renace en medio de la incertidumbre y del miedo por los tiempos que estamos viviendo, incluso un temblor que se sintió unas horas antes.