La evangelización constituyó un proceso medular para la conquista y la colonización de los territorios mesoamericanos, donde los españoles bajo el discurso de traer la palabra de Dios a los nativos americanos, destruyeron ídolos, templos y pinturas de las deidades mesoamericanas.
Y en este orden de ideas, dos elementos jugaron un papel importante de transculturación en México: el culto guadalupano y las posadas, dos festividades que siguen estando presentes.
En México, el culto guadalupano marca un elemento no solo religioso sino político y de cohesión social que vino a contribuir en la construcción de una identidad de lo mexicano, y que si bien es cierto hoy en día el país no es cien por ciento católico, el culto a la virgen de Guadalupe sigue estando muy presente y en expansión. Tan sólo un año antes de la pandemia se recibieron más de diez millones de peregrinos en la basílica de Guadalupe. Pero ¿cuáles son los antecedentes de este culto que sobrepasa al propio catolicismo?
El culto a la Diosa Madre o Gran Madre tiene sus referencias desde las civilizaciones mesoamericanas pero por cuestión de espacio situémonos en la época de los mexicas. De acuerdo a Fray Bernardino de Sahagún en su Historia General de las Cosas de la Nueva España, la diosa principal de adoración entre los naturales del México prehispánico era Cihuacóatl también llamada Tonántzin, que quiere decir nuestra madre, que era venerada en un templo ubicado en el cerro del Tepeyac, al cual acudían masivamente desde lugares muy lejanos. Hay que señalar que en la cosmovisión de los mexicas esta deidad femenina tenía la dualidad de la vida y la muerte, es decir, daba vida pero también la exigía, por ello los sacrificios en su honor.
En 1521 cayó el Imperio Mexica por lo que inicia una etapa diferente que implicó un sojuzgamiento para sus habitantes originarios, y dentro de ello estuvo presente el proceso de evangelización. Recordemos que los conquistadores quedaron impresionados de los rituales de los mexicas y de su religión, considerando demoniacas a sus deidades, a tal grado de manifestar que los indígenas no tenían alma, y por ende no eran humanos por lo que podían ser tratados como bestias. Ante tal situación los franciscanos emprendieron la labor para que los naturales pudieran adoptar la fe católica y así salvar sus almas; sin embargo, en los primeros 10 años después de la conquista política del señorío mexica, los indígenas no se convertían al catolicismo, seguían venerando a sus “dioses paganos”. He aquí donde el mito guadalupano y las posadas entran en acción.
Los franciscanos al ver esa devoción en el cerro del Tepeyac fue que edificaron una ermita dedicada a la virgen María para así sustituir el culto a Tonántzin. De acuerdo al Nican Mopohva, documento en náhuatl donde se relata el mito guadalupano, la virgen se le apareció entre el 9 y 12 de diciembre de 1531 en cerro del Tepeyac a un indígena de extracto humilde llamado Juan Diego, a quien le solicita sea el portavoz para que le construyan un templo en su honor, quedando como prueba de ello la imagen de la virgen impregnada en el ayate de Juan Diego, pero se trató de una imagen de una virgen morena en cinta con varios elementos de sincretismo, muy diferente a las otras imágenes de María con una apariencia física europea. De tal forma, para la segunda mitad del siglo XVI la imagen ya era objeto de devoción entre los indígenas, y para el siglo XVII los criollos adoptaron fervientemente a la llamada virgen de Guadalupe como símbolo de la Nueva España cimentándose así una cohesión identitaria entre la sociedad novohispana en oposición a la peninsular que tenía un status de superioridad.
Con lo que respecta a las posadas, sus orígenes también se remontan a la época prehispánica. Para los mexicas su principal deidad era Huitzilopochtli, el dios de la guerra, y quien los guio en su peregrinar desde Aztlán hasta el valle de México donde edificaron su ciudad: México-Tenochtitlán. En el mes de diciembre durante 20 días efectuaban festividades para conmemorar el nacimiento de Huitzilopochtli en virtud de que se aproximaba el solsticio de invierno. Con la llegada de los españoles y los franciscanos se empezó el proceso de conversión al catolicismo y para ello se valieron de una adecuación de las festividades indígenas para ahora celebrar la llegada del niño Jesús. Es así como surgen las posadas, una serie de celebraciones llevadas a cabo en los atrios de iglesias y conventos entre el 16 y el 24 de diciembre. Hay que mencionar que a este tipo de festividades se les fueron agregando más elementos como la introducción de los agustinos de la piñata cuyo rompimiento simboliza el triunfo del bien sobre el mal; así como las pastorelas que tienen su origen en Italia pero mediante Juan de Zumárraga quien emitió en 1530 una ordenanza para celebrar una “Farsa de la Natividad Gozosa de Nuestro Salvador” es que se introducen en tierras mexicanas como un mecanismo más para evangelizar.
Vemos así que tanto el culto guadalupano como las posadas y todo lo que implican fueron dispositivos para lograr esa conversión de los indígenas a la fe católica, y que constituyeron elementos que abonaron a la conformación de una identidad mexicana, recordemos el papel que jugó la imagen de la virgen de Guadalupe en el movimiento de independencia de México, pues sin tomar en cuenta la cuestión religiosa era y es un elemento de cohesión social. Y es tal su presencia hoy en día que representa un símbolo de identidad de los migrantes mexicanos en Estados Unidos, principalmente. Por lo tanto, podemos ver que los rituales y las tradiciones son dispositivos en muchos casos de aplicación sutil del poder, que en términos de Michel Foucault configuran saberes sometidos.