Para valorar nuestra lengua materna, dice Sartori, es necesario conocer otro idioma.
Tal apreciación se distingue en la palabra historia (history), como aquellos acontecimientos que ocurren en el grado más general y representan un tiempo continuo en la colectividad, del que muchas veces no somos conscientes, y la acepción historia (story), como el transcurso personal y autobiográfico que considera la significancia de nuestros acontecimientos vividos y del que estamos más enterados. Por así decirlo, la primera es la historia que abarca un complejo lapso que cambia el rumbo de todos, el contexto político y social en que estamos inmersos, y el otro un momento íntimo y pequeño que precisa el sentido de nuestra propia vida.
Los eventos en la history tienen el rigor de hecho oficial pero no son absolutos; si algo nos ha enseñado el transcurso del tiempo, y es axioma, es que lo sucesos del pasado nunca podrán cambiar su significado, pero sí el ángulo e interpretación de acuerdo con la época. La importancia de la distinción radica en el sentido en que la primera sirve para trascender la percepción de la segunda. Por supuesto, es frecuente encontrar el caso del individuo que vive desprovisto del interés que puede generar la history en la cotidianidad, creyendo que nunca podrán influir hechos ajenos en el orden de las cosas, y sólo le atañe la preocupación de su propia story.
Kundera decía que el hombre era incapaz de vivir en el presente porque desconocía su entero significado y sólo era apto para residir en el futuro al descifrar el contenido pasado. Tal es el carácter contradictorio de la history. Sólo la examinación de los acontecimientos que marcan el orden del mundo es el comienzo para entenderlo. Y ese espacio sólo existe cuando ya pasó. Ayer era ingenuo creer que un virus extendido en una ciudad del sureste asiático podía cambiar nuestra vida, hoy, consternados por el impacto que generó, lamentamos la poca importancia cuando fue escuchado por primera vez. La history ocurre, incluso cuando no somos conscientes de ella.
Sin embargo, hay ocasiones en que los individuos advierten los signos que cambiarán el porvenir, donde la story parece sospechar el peso de la history, y están al acecho del suceso culminante. Hobsbawm cuenta que el día que Hitler accedió al cargo de canciller no fue una fecha arbitraria, sino una tarde en la que después de ir por su hermana a la escuela, en algún punto del trayecto de regreso, leyó el titular de la noticia. Es la misma fecha para Hannah Arendt que se iría desatando el horror, cuando todos observaron como un hecho que sólo se mantenía en el terreno político pasaba a ser el destino personal de todos. Sabían lo que ocurriría, pero sólo cuando ocurrió reconocieron su carácter duradero.
No es que se ignore el presente que se vive, es que sólo puede entenderse con mayor exactitud después de vivirlo. La naturaleza de tal contracción puede empujarnos a restarle importancia a sucesos que por cuantiosos e inconmensurables parecen lejanos a nuestra apreciación de la vida diaria, por ello es aún más necesario atender tales sucesos que cambian el signo de los tiempos y tendrán repercusión en la decisiva vida diaria. Observar los efectos y analizar las consecuencias es el comienzo para conocer el motivo. Tal vez el completo entendimiento yazca en el futuro, pero tal efecto no impide desprender la voluntad de asimilar el presente.
En este sentido, Hobsbawm acertó al señalar que la mayoría de las personas se comportaban como historiadores, ya que sólo reconocían la naturaleza de sus actos vistos retrospectivamente.