Entre 1976 y 1978 David Bowie hizo de Berlín su sitio predilecto para experimentar con un nuevo ritmo y ponerle fin a su adicción a la cocaína.
En la vorágine de acontecimientos políticos marcados entre las Alemanias divididas por el muro, el cantante británico daría forma a su famosa trilogía de Berlín y descubriría su estilo mientras compartía un departamento maltrecho con Iggy Pop. “Heroes”, que es el tercer tema del álbum homónimo, y el segundo de la trilogía berlinesa, fue escrita en un arrebato de inspiración cuando Bowie observó desde la ventana del estudio de grabación a una pareja besándose y abrazándose a espaldas del muro. Así, la canción describe el destino trágico que comparten dos amantes, uno del este y otro del oeste, al escabullirse entre los guardias y los cientos metros hormigón, para por fin encontrarse.
El contraste era obvio: capitalismo y comunismo; este u oeste. El verano de la corrupción o el invierno de la infertilidad. No había espacio para medias tintas. El puente entre lo bueno y lo malo había caído. Se debía materializar las diferencias latentes, acaso irreconciliables, de las relaciones humanas. Es, en esta suerte de desesperación, como sugiere la canción, cuando emergen los valientes para romper con el ensimismamiento y actuar fuera de lo establecido: los héroes.
Tzvetan Todorov también distingue al héroe como un individuo que surge durante las crisis y yergue su voluntad para alterar los acontecimientos: se opone a ellos, actúa conforme a lo que debería ser, contra lo que es. Frente al límite, está dispuesto a arriesgar su bienestar, incluso la vida, por los demás; se inspira con el valor de lo absoluto, el costo de reivindicar todo a riesgo de perderse en la nada. En su complemento está el héroe de virtudes cotidianas, dispuesto a encarar con bravura las vicisitudes día tras día, imprimir dignidad e infundir valor hasta el final. Sacrifica sus fuerzas para mantenerse vivo.
El presente no ha sido gentil. Sólo se escuchan historias de terror y muerte. El miedo ha hecho que las personas se aíslen. La desesperación no admite confianza y el pánico ha creado egoísmo. Cosa rara, en medio del caos siguen apareciendo personas capaces de ayudar desinteresadamente. Empujadas por convicción, hacen del malestar de otros su misión. Toman los problemas sin importar sufrir las mismas calamidades.
Tantos cierran puertas y pocos abren ventanas. Algunos acaparan y otros hacen donaciones. Hay quien tiende una mano y quien pasa de largo. Se desoyen recomendaciones mientras otros prestan su vida. Muchos hacen tanto por tan poco. En el gentío de indiferencia hay quien se alza para solidarizarse. En la multitud ignorante hay individuos dispuestos a romper con la estulticia.
Son los actos pequeños y cotidianos los que accionan un cambio más grande. Una flor inicia la primavera y miles de gotas llenan el mar. Usar cubrebocas, hacer las compras para que adultos mayores no salgan, incluso tener paciencia para explicar a aquellos que no creen en la enfermedad, puede ser un acto de trascendencia. Brindar esperanza al desamparado es una victoria contra la amargura. Ayudar a una persona no cambiará todo el mundo, pero mejorará el mundo de la persona.
Podemos ser héroes, tal como finaliza la canción de Bowie, aunque sea sólo por un día.