/ jueves 15 de septiembre de 2022

[Extranjeros en Morelos] Una mirada poética a las tierras mexicanas

El minero Louis Lejeune anduvo a caballo por México y de los caminos que recorrió los describió magistralmente en su libro titulado Tierras mexicanas

Muy poco sabemos de Louis Lejeune, minero francés. Durante 14 meses, en la penúltima década del siglo XIX, recorrió a caballo y con mulas de carga la sierra que divide el norte de Sonora y Chihuahua, explorando las posibilidades de establecer una mina.

Después viajó por buena parte de México y aquí vivió hasta el inicio de la Revolución. Escribió un libro que tituló Tierras mexicanas y de él es un capítulo sobre el estado de Morelos. Leamos algunos de los fragmentos:

“Escribo delante de la ventana abierta y veo, cuando levanto los ojos, heliotropos y rosales en flor, fresnos verdes, un cielo puro. Así es el invierno en México, tan dulce como en Tánger y Palermo. Los friolentos, sin embargo, se quejan del frío relativo de las noches y bajan, los domingos y días festivos, los primeros peldaños de la gran escalera que lleva a tierra caliente”.


Paseo de cañaverales


“Las mesetas donde de ordinario se detienen, se hallan a media altura entre la ciudad [de México] y el mar. Se pasean a lo largo de los cañaverales donde se saborea el suave olor de la vendimia tropical que flota alrededor de los ingenios. Cuautla y Cuernavaca son ahora estaciones de invierno a la moda a las que se llega en cuatro o cinco horas, en los ferrocarriles de la Central y de la Interoceánica y hasta en automóvil”.

“Los turistas, los hombres sin quehacer o de negocios, los miembros de las colonias extranjeras, todos, ahora, conocen las cortinas de limoneros de Coahuixtla, el Palacio de Cortés, el jardín de Borda, las ruinas de Xochicalco y las rocas de Tepoztlán que se levantan, como menhires, en el último contrafuerte del Ajusco”.

“Agrandado por toda la pendiente que desciende, el Popocatépetl, vestido de nieve, domina la región e importuna la vista como espectro invernal en el umbral de este perpetuo verano. A sus pies se alargan las cañadas de Cuernavaca y Yautepec y se extienden el plan de Amilpas y el gran valle de Jojutla”.

“Los verdores de los campos de arroz y caña alternan con la sombra de escurrimientos de lava y cerros de calcáreo gris manchados de cactos y maleza. Las humaredas de los ingenios se esparcen en el azur. Los pueblos tienen iglesias de la época de la Conquista, plazas sombreadas de fresnos centenarios, paredes negras floreadas como los setos de Francia y, entre los platanales y cafetales de las huertas, el fuste de las palmas reales semeja columnas antiguas”.

“En Las Estacas, un manantial brota tan alto que se ha pensado en utilizar su fuerza de ascenso. Bajo amates gigantes de largas hojas como el sicomoro, forma un estanque de lapislázuli y esmeralda al que agitan remolinos; cortado por corrientes y contracorrientes, maravilloso y pérfido, el estanque fue recorrido a nado por el general Díaz, ¡a los setenta y ocho años!”.

“El año pasado [1908] nos bañamos en Las Estacas en un estanque vecino, más sosegado y, a falta de red, atrapamos truchas con nuestros sombreros”.

“Las aguas, más abundantes en esta región que en toda la tierra templada, han hecho de Morelos un estado irrigado por excelencia y el dominio especial del azúcar. Por todos lados cantan: en los ríos, en el fondo de los acantilados y en los canales que atraviesan los flancos de las colinas; tienen, a veces, formas misteriosas; venidas del Nevado de Toluca, del Ajusco o del Popocatépetl, se hunden bajo tierra por las fisuras del calcáreo y de las lavas, para reaparecer más abajo y correr hacia el Amacuzac, afluente del Balsas. De esta manera forman también lagos: el de Coatetelco, rodeado de cañaverales, poblado de truchas y bagres, frecuentado por garzas reales, y el de Tequesquitengo, que alcanza 50 metros de profundidad en su centro y donde los toros, llamados caravaos, viven en el agua, como los búfalos en los arrozales de Cochinchina”.

El Popocatépetl, vestido de nieve, domina la región e importuna la vista como espectro invernal en el umbral de este perpetuo verano

Louis Lejeune, minero francés




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Muy poco sabemos de Louis Lejeune, minero francés. Durante 14 meses, en la penúltima década del siglo XIX, recorrió a caballo y con mulas de carga la sierra que divide el norte de Sonora y Chihuahua, explorando las posibilidades de establecer una mina.

Después viajó por buena parte de México y aquí vivió hasta el inicio de la Revolución. Escribió un libro que tituló Tierras mexicanas y de él es un capítulo sobre el estado de Morelos. Leamos algunos de los fragmentos:

“Escribo delante de la ventana abierta y veo, cuando levanto los ojos, heliotropos y rosales en flor, fresnos verdes, un cielo puro. Así es el invierno en México, tan dulce como en Tánger y Palermo. Los friolentos, sin embargo, se quejan del frío relativo de las noches y bajan, los domingos y días festivos, los primeros peldaños de la gran escalera que lleva a tierra caliente”.


Paseo de cañaverales


“Las mesetas donde de ordinario se detienen, se hallan a media altura entre la ciudad [de México] y el mar. Se pasean a lo largo de los cañaverales donde se saborea el suave olor de la vendimia tropical que flota alrededor de los ingenios. Cuautla y Cuernavaca son ahora estaciones de invierno a la moda a las que se llega en cuatro o cinco horas, en los ferrocarriles de la Central y de la Interoceánica y hasta en automóvil”.

“Los turistas, los hombres sin quehacer o de negocios, los miembros de las colonias extranjeras, todos, ahora, conocen las cortinas de limoneros de Coahuixtla, el Palacio de Cortés, el jardín de Borda, las ruinas de Xochicalco y las rocas de Tepoztlán que se levantan, como menhires, en el último contrafuerte del Ajusco”.

“Agrandado por toda la pendiente que desciende, el Popocatépetl, vestido de nieve, domina la región e importuna la vista como espectro invernal en el umbral de este perpetuo verano. A sus pies se alargan las cañadas de Cuernavaca y Yautepec y se extienden el plan de Amilpas y el gran valle de Jojutla”.

“Los verdores de los campos de arroz y caña alternan con la sombra de escurrimientos de lava y cerros de calcáreo gris manchados de cactos y maleza. Las humaredas de los ingenios se esparcen en el azur. Los pueblos tienen iglesias de la época de la Conquista, plazas sombreadas de fresnos centenarios, paredes negras floreadas como los setos de Francia y, entre los platanales y cafetales de las huertas, el fuste de las palmas reales semeja columnas antiguas”.

“En Las Estacas, un manantial brota tan alto que se ha pensado en utilizar su fuerza de ascenso. Bajo amates gigantes de largas hojas como el sicomoro, forma un estanque de lapislázuli y esmeralda al que agitan remolinos; cortado por corrientes y contracorrientes, maravilloso y pérfido, el estanque fue recorrido a nado por el general Díaz, ¡a los setenta y ocho años!”.

“El año pasado [1908] nos bañamos en Las Estacas en un estanque vecino, más sosegado y, a falta de red, atrapamos truchas con nuestros sombreros”.

“Las aguas, más abundantes en esta región que en toda la tierra templada, han hecho de Morelos un estado irrigado por excelencia y el dominio especial del azúcar. Por todos lados cantan: en los ríos, en el fondo de los acantilados y en los canales que atraviesan los flancos de las colinas; tienen, a veces, formas misteriosas; venidas del Nevado de Toluca, del Ajusco o del Popocatépetl, se hunden bajo tierra por las fisuras del calcáreo y de las lavas, para reaparecer más abajo y correr hacia el Amacuzac, afluente del Balsas. De esta manera forman también lagos: el de Coatetelco, rodeado de cañaverales, poblado de truchas y bagres, frecuentado por garzas reales, y el de Tequesquitengo, que alcanza 50 metros de profundidad en su centro y donde los toros, llamados caravaos, viven en el agua, como los búfalos en los arrozales de Cochinchina”.

El Popocatépetl, vestido de nieve, domina la región e importuna la vista como espectro invernal en el umbral de este perpetuo verano

Louis Lejeune, minero francés




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