“Una de las características de la historia mexicana moderna es que, tarde o temprano, los hombres que hicieron la Revolución se convirtieron en enemigos. Madero, para su desgracia, amó y confió en casi todo el mundo. Carranza le menospreció, Obregón le ignoró, Zapata le desconoció, y, finalmente, los hombres que le habían jurado obediencia y protección le mataron. Villa y Zapata lucharon contra Carranza, el cual, en último extremo, fue abandonado y llevado a la muerte por Obregón. Zapata se sentía desengañado tanto de Madero como de Villa; odiaba a Obregón y a Carranza, y fue traicionado y muerto con pleno conocimiento de este último. Obregón estuvo varias veces a punto de morir a manos de Villa. Villa nunca vaciló en su lealtad hacia Madero, pero la mayor parte de sus colegas revolucionarios le desilusionaron, mató personalmente a muchos de ellos y quiso hacer lo mismo con Carranza y Obregón”.
“Todos ellos fueron héroes, todos se vieron convertidos en mártires por el asesinato, y casi todos eran mutuamente antagónicos e incompatibles. Lo único que tenían en común era el servicio a la Revolución, al cataclismo que conmovió a México y estuvo a punto de acabar con el país”.
“Si bien los héroes reconocidos de la Revolución distaron, a veces, de ser heroicos -al menos a los ojos de los demás-, el auténtico heroísmo de esta pavorosa lucha correspondió al pueblo mexicano, millares de seres anónimos e ignorados”.
“Emiliano Zapata -llamado invariablemente Miliano, tanto de niño como de adulto- era el penúltimo de diez hermanos. No tenía ni la más mínima educación, y nunca supo leer. Pero aprendió mucha historia mexicana y gran cantidad de tradiciones locales. Dos de sus tíos lucharon en la Guerra de Reforma y contra la intervención francesa, y les gustaba hablar de sus experiencias de entonces, así como de las de su lucha, en años posteriores, contra la famosa banda de bandidos de Plata. La gente de Anenecuilco, al revés de la mayoría de los pobres mexicanos, no simpatizaba con los bandidos, lo cual convirtió en particularmente irónicas las posteriores acusaciones de bandolerismo contra Zapata. De sus tíos, Emiliano aprendió también a usar el fusil como un experto. Su maestría de jinete la adquirió por sí mismo”.
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“El hecho de que Emiliano odiaba a los hacendados es seguro (de niño los guardias de una hacienda le apalearon por coger paja en tierras privadas, paja que en todo caso hubieran quemado). Por lo visto, las autoridades le consideraban un buscapleitos, y en 1908 fue obligado a ingresar en el Ejército y destinado al 9° regimiento de caballería, en Cuernavaca. Su servicio militar fue breve. Ignacio de la Torre y Mier, poderoso hacendado con buenas relaciones políticas, yerno de Porfirio Díaz, supo de la gran pericia de Zapata con los caballos. Consiguió que le licenciasen del Ejército y que sirviese como caballerango en los establos de pura sangres de la mansión de De la Torre en la ciudad de México. La observación directa de la rica y ociosa vida de los hacendados aumentó el rencor de Zapata hacia la clase alta. Además, la ciudad en sí llegó a desagradarle; a partir de entonces, nunca, ni siquiera en la cúspide de su carrera revolucionaria, permanecería en la ciudad ni un minuto más de lo estrictamente necesario”.